Séptima
sesión: Historia Eclesiástica
1)
Las controversias doctrinales y los concilios
i.
Concilio de Nicea (325)
El Concilio I de Nicea es el primer Concilio Ecuménico, pues, participaron
obispos de todas las regiones donde había
cristianos. Se desarrolló del 20 de mayo
al 25 de julio del año 325. El emperador Constantino, facilitó la participación
de los Obispos, poniendo a su disposición los servicios de postas imperiales
para el viaje, además de ofrecerles hospitalidad en Nicea de Bitinia. El
Concilio se origino por la predicación de Arrio, sacerdote que negaba la
divinidad de Jesucristo, desde el año 318, fecha en que a su obispo Alejandro
de Alejandría se opuso y llamo a un concilio local, siendo excomulgado Arrio
por todos los obispos de Egipto. Arrio huyó y se fue a Nicomedia, junto a su
amigo el obispo Eusebio.
Entre los asistentes se encontraban
las figuras más relevantes del momento. Estaba Osio, obispo de Córdoba, que
según parece presidió las sesiones. Asistió también Alejandro de Alejandría,
ayudado por el entonces diácono
Atanasio, Marcelo de Ancira,
Macario de Jerusalén, Leoncio de Cesarea de Capadocia, Eustacio de Antioquía, y
unos presbíteros en representación del Obispo de Roma, que no puedo asistir
debido a su avanzada edad. Tampoco faltaron los amigos de Arrio, como Eusebio
de Cesarea, Eusebio de Nicomedia y algunos otros. En total fueron unos
trescientos los obispos que participaron.
Los partidarios de
Arrio, que contaban con las simpatías del emperador Constantino, pensaban convencer
a los obispos. Pero cuando Eusebio de Nicomedia expreso que Jesucristo no era
más que una criatura, muy excelsa, pero
no de naturaleza divina, la mayoría de los asistentes asintieron en seguida que
esa doctrina no representaba la doctrina de los Apóstoles. Finalmente los
obispos rechazaron la doctrina arriana y decidieron redactar, un símbolo de fe
que reflejara de modo sintético y claro la confesión genuina de la fe recibida
y admitida por los cristianos. En el se señala que Jesucristo es "de la
substancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios
verdadero, engendrado no hecho, homoousios tou Patrou (consustancial al
Padre)". Todos los Padres Conciliares, excepto dos obispos, ratificaron
ese Credo, el Símbolo Niceno, el 19 de junio del año 325.
Además se fijó la
celebración de la Pascua en el primer domingo después del primer plenilunio de
primavera, y algunas cuestiones disciplinares de menor importancia, relativas
al funcionamiento interno de la Iglesia. Por lo que respecta al problema arriano,
poco tiempo después Eusebio de Nicomedia (arriano) con la ayuda de Constantino
consiguió volver a su sede, y el propio emperador ordenó al obispo de
Constantinopla que admitiera a Arrio a la comunión. Mientras tanto, tras la
muerte de Alejandro, Atanasio asumió el episcopado en Alejandría. Quien
defendería con gran altura intelectual la fe de Nicea siendo exiliado en varias
ocasiones por el emperador.
Eusebio de Cesárea,
también arriano, exagera en sus escritos la influencia de Constantino en el
Concilio de Nicea, atribuyéndole un protagonismo exagerado y el de lograr reconciliar
a los adversarios y restaurar la concordia. Se puede decir, ciertamente, que
Constantino propició la celebración del Concilio de Nicea y brindo las
condiciones necesarias para su desarrollo, pero, no pudo influir en la
formulación del Credo niceno, porque no tenía la preparación teológica para hacerlo,
además de tener claras inclinaciones arrianas.[1]
ii.
Concilio de
Constantinopla (381)
Este Concilio fue
convocado en Mayo, 381, por el Emperador Teodosio a razón de haber resurgido con fuerza el arrianismo en la propia Constantinopla gracias al apoyo de su obispo, Eusebio
de Nicomedia, quien logró convencer a los sucesores
del emperador Constantino para que apoyaran el
arrianismo y rechazaran la línea ortodoxa aprobada en Nicea y sustituyeran a
los obispos nicenos por obispos arrianos en las sedes episcopales de Oriente.
Por otro lado había surgido una nueva doctrina defendida por Macedonio
de Constantinopla que, negaba la divinidad del Espíritu Santo.
Estuvieron
presentes 150 obispos católicos y 36 obispos heréticos, y fue presidido por
Melecio de Antioquía, ya que el papa Dámaso I, no envió ningún delegado.
Entre sus principales participantes destacaron los llamados "Padres
Capadocios"; Basilio el Grande, Gregorio Niseno y Gregorio Nacianceno. Este último fue
designado por el propio concilio como obispo de Constantinopla y, tras la
muerte de Melecio, pasó a presidir el mismo hasta su dimisión y sustitución por
Nectario.
Una de las controversias se origino por Apolinar de
Laodicea, miembro de la escuela de Alejandría y de tendencias místicas y
platónicas, Fue íntimo amigo de Atanasio y profesor de Jerónimo
de Estridon (374). Hacia el año 361 fue elegido obispo de la comunidad nicena
de Laodicea, cargo que ocupó hasta su muerte. Apolinar había enseñado que el Verbo Encarnado
tenía una sola naturaleza, la del Logos, hecha carne. Esta posición dejaba entrever
que Jesús no se había hecho hombre. Apolinar guiado por el pensamiento
platónico, de que el hombre estaba compuesto por alma racional, alma animal y
cuerpo, señalaba que el “nous” (alma racional) no existía en Cristo, sino que había
sido reemplazado por el Logos, es decir, por la persona divina de Jesús. Esta
doctrina fue combatida por la escuela de Antioquía (más aristotélica),
especialmente por Teodoro, obispo de Mopsuestia (m. 428).
La
medida adoptada por el Primer Concilio de Constantinopla fue la reafirmación
del Credo niceno introduciendo en el mismo la consustancialidad del Espíritu
Santo con el Padre y con el Hijo mediante la expresión: “Creo en el Espíritu
Santo, que procede del Padre a través de Hijo”. Con este añadido, la Iglesia
afirmando la divinidad tanto del Hijo (contra los arrianos) como del Espíritu
Santo (contra los pneumatómacos), el credo niceno paso a denominarse Credo
niceno-constantinopolitano. El concilio también tomó medidas respecto a:
§ La condena del Arrianismo,
el Macedonianismo y el Apolinarismo (Canon 1).
§ La delimitación de las provincias eclesiásticas,
prohibiéndose a los titulares de cada diócesis interferir en los asuntos de
otra (Canon 2).
§ La declaración de Constantinopla como la "Nueva
Roma" elevando su obispo a la dignidad de patriarca, segundo en el orden
jerárquico tras el obispo de Roma (Canon 3).
§ La invalidez de la consagración de Máximo como obispo de Constantinopla (Canon 4).
§ La condena del Priscilianismo
doctrina herética defendida por Prisciliano.
Al
final de este Concilio, el Emperador Teodosio emitió un decreto imperial (30 de
Julio), declarando que las iglesias debían restaurar a aquellos Obispos que
habían confesado la igualdad en la Divinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo. El carácter ecuménico de este Concilio, en el que
no participó ningún representante de la Iglesia occidental, fue confirmado por
el Concilio de Calcedonia en 451.[2]
iii.
Concilio de Éfeso (431)
Tercer
Concilio ecuménico, celebrado en junio-julio del
431 en Éfeso, antigua ciudad de Jonia cerca del mar Egeo, que condenó a
Nestorio por admitir dos personas en Cristo y negar la maternidad divina de
María.
Teodoro,
obispo de Mopsuestia, que es el padre de un sistema defendido ulteriormente
desde el 428 por Nestorio, obispo de Constantinopla, llamado nestorianismo,
será el objeto del debate en el Concilio de Éfeso. A partir de los últimos
meses del 428, Nestorio, más orador que teólogo, se puso a propagar sus teorías
junto a un obispo llamado Anastasio, señalando públicamente que la denominación
Theotokos que se daba habitualmente a María era un contrasentido y que María
solo era la madre del hombre Jesucristo: anthropotokos. A lo más se la podría
llamar Christotokos. Tal doctrina fue criticada, pero Nestorio obtuvo la ayuda
del emperador Teodosio II, quien reprimió con violencia todas las protestas.
Habiéndose
enterado de las intrigas, el obispo Cirilo de Alejandría, puso en guardia a sus
fieles contra la nueva herejía. Lo mismo hizo con la corte imperial. Además,
envió dos cartas a Nestorio con la esperanza de que revisara su posición. Sólo
recibió respuestas ásperas. Finalmente, expuso toda la controversia en una
larga memoria dirigida al papa Celestino I, adjuntando un memorando, que refutaba
los errores de su adversario. Entretanto, Nestorio había pedido la convocación
de un Concilio que demostrase su inocencia. Informado por ambas partes,
Celestino I, convoco a un Concilio de obispos occidentales celebrado en Roma en
agosto del 430, condenó como herética la doctrina de Nestorio y le amenazó con
la excomunión en el caso de que no se retractara de su error. Celestino I, ordenó además a Cirilo que
ejecutase la sentencia y notificase la amenaza a Nestorio. En consecuencia,
Cirilo reunió en Alejandría un sínodo de obispos egipcios en donde se redactó
una carta sinodal, fechada el 3 nov. 430, destinada a Nestorio, que terminaba
con los 12 anatematismos que se han hecho célebres después. .
Antes
que el ultimátum de Cirilo dirigido a Nestorio llegase a Constantinopla, Nestorio
había buscado apoyo en el Emperador, que le era favorable. Así Teodosio II, convocó
por medio de un decreto del 19 nov. 430 un Concilio general para Pentecostés (7
de junio) del 431, en Éfeso. Sin duda, ni S. Celestino ni S. Cirilo habían
querido llevar el asunto tan lejos. La carta circular iba dirigida de común
acuerdo con el Emperador de Occidente, Valentiniano III, a todos los
metropolitanos, y se les ordenaba estrictamente que fueran a Éfeso con el fin
de resolver las controversias y los asuntos pendientes. Teodosio envió una
severa carta a Cirilo de Alejandría con el fin de intimidarlo a fin de que no
se presente como juez, sino como acusado.
En
Occidente, el llamamiento imperial no tuvo ningún éxito. Celestino I, que fue
invitado, respondió a Teodosio que no podía ir al Concilio., pero que se haría
representar por sus delegados a quienes había dado instrucciones muy precisas
de mantenerse estrechamente unidos a Cirilo de Alejandría,. África, asolada por
los vándalos envió solamente al diácono Bessula representando a Capreolo,
obispo de Cartago. S. Agustín, celebridad teológica, había recibido una
invitación, pero todavía se ignoraba en Constantinopla que acababa de fallecer
el 28 ag. 430. Ni Valentiniano III, ni Teodosio II estaban presentes en el
sínodo. De los 200 obispos que participaron aproximadamente, la gran mayoría
pertenecía, a la Iglesia de Oriente, comprendido Egipto. [3]
Después de mucha espera e inconveniencia. En
la primera sesión del concilio, celebrada el 22 de junio, y aprovechando la
ausencia de Nestorio que se negaba a
comparecer hasta que no llegara a Éfeso su amigo el patriarca Juan de Antioquía, se procedió a condenar
la doctrina nestoriana como errónea, decretando que Cristo era una sola persona
con sus dos naturalezas inseparables. Asimismo decretó la maternidad divina de
María. Cirilo logró además que se aprobara un decreto redactado por él que
deponía y excomulgaba a Nestorio. El 27 de junio llegó a Éfeso Juan de
Antioquía, celebrando inmediatamente una asamblea paralela en la que acusa a Cirilo
de herejía arriana, por lo que se procedió a su condena y deposición. El 10 de
julio llegaron los legados papales (los obispos Arcadio y Proyecto y el
representante personal del papa Celestino I, Felipe), que aprueban la sesión
celebrada el 22 de junio y con ello la condena de Nestorio.
La
solución no satisfizo a ninguno y ambos comenzaron a hacer presión sobre el
emperador. Teodosio finalmente mandó publicar las decisiones del concilio,
confirmando la condena de Nestorio, enviándolo al monasterio de Eutropio y
nombrando un nuevo patriarca de Constantinopla, Candidiano. Dado que Nestorio
continuó publicando obras y difundiendo sus ideas fue trasladado a diversas
prisiones hasta llegar a Egipto. Allí publicó todavía el Libro de Heráclides. El
nestorianismo se propagó desde Edesa y luego, perseguido en todo el imperio, en
Persia y de ahí a India y Turquía.
En Éfeso se
afirmará lo siguiente: "Pues, no decimos, que la naturaleza del Verbo,
transformada, se hizo carne; pero tampoco que se trasmutó en el hombre entero,
compuesto de alma y cuerpo; sino más bien, que habiendo unido consigo el Verbo,
según hipóstasis o persona, la carne animada de alma racional, se hizo hombre,
no por la sola voluntad o complacencia, pero tampoco por la asunción de la
persona sola, y que las naturalezas que se juntan en verdadera unidad son
distintas pero que de ambas resulta un solo Cristo e Hijo,... ...de esta manera
no tuvieron inconveniente en llamar Madre de Dios a la Santa virgen."[4]
iv.
Concilio de Calcedonia (451)
Nicea y Calcedonia son los Concilios de mayor importancia para la
Cristología. El de Nicea explicó la fe apostólica en la divinidad
de Cristo definiendo la consustancialidad del Verbo con el Padre. El Concilio de Calcedonia, completó lo
iniciado en el de Éfeso, y supone prácticamente la culminación de la teología
sobre el Verbo Encarnado. Éfeso definió que en Cristo hay una sola Persona, el
Verbo, que es también Persona para la naturaleza humana. Y que la unión de las
naturalezas, sin mezclarse, tiene lugar en la Persona. Pero a algunos de los
seguidores de Cirilo no les gustaba hablar de dos naturalezas después de la
unión, porque les parecía que era acercarse al nestorianismo.
En ese clima surge el error de Eutiques que afirma que si bien Cristo es
Persona de dos naturalezas, por la unión que hay entre ambas, al momento de
unirse ya no subsiste la humana pues esta habría quedado absorbida en la
divina. A este error se le denominará luego “monofisismo” (una sola naturaleza).
En 448 la doctrina de Eutiques es condenada por el Sínodo de Constantinopla y
el Patriarca de esa Iglesia se lo comunica por carta al Papa León Magno. Éste,
para ayudarle a clarificar la doctrina, le envía, también por carta, un
documento de su Magisterio, denominado desde entonces el “Tomo a Flaviano” ó
“Tomo Leonino”. Las ideas de Eutiques encontraron pronto opositores convencidos:
entre ellos, Teodoreto de Ciro, Eusebio de Dorilea y Flaviano, patriarca de
Constantinopla. En cierto modo, el conflicto monofisita se planteó también como
una pugna entre las sedes de Alejandría y de Constantinopla.
El Tomo Leonino es una magnífica síntesis de
la doctrina sobre la Unión Hipostática. Su importancia está en que constituirá
la luz y guía del Concilio de Calcedonia. Pues después de afirmar la fe de
Nicea y la de Efeso, afirma la total integridad y perfección de las dos
naturalezas, unidas en el único sujeto: la divinidad no ha anulado nada de la
humanidad; las dos naturalezas permanecen “sin confusión, sin cambio, sin
división, sin separación”.
El concilio se reunió en Calcedonia en octubre de 451. Asistieron
unos 600 obispos, de los que solamente tres eran occidentales, los delegados de
León Magno. Frente a la mayor estabilidad del imperio romano oriental, en occidente
hay que tener en cuenta que en ese año 451 se produciría el enfrentamiento con
los hunos de Atila. El Concilio duró poco tiempo, el mes. El momento álgido fue la lectura
del Tomo Leonino. Aquí el texto central aprobado:
”Siguiendo a los a los Santos Padres, enseñamos todos concordemente que ha
de confesarse uno sólo y mismo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, el mismo
perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, verdadero
Dios y verdadero hombre, de alma racional y cuerpo, consustancial al Padre
según la divinidad y consustancial a nosotros según la humanidad, en
todo semejante a nosotros, excluido el pecado (Heb 4, 15); antes de los
siglos engendrado por el Padre según la divinidad, y según la humanidad por la
Virgen Madre de Dios, en los últimos tiempos. Creemos en un solo y mismo
Cristo Señor Hijo Unigénito, en dos naturalezas sin confusión, sin cambio, sin
división, sin separación, no habiendo sido nunca suprimida la diferencia de
las naturalezas por motivo de la unión, al contrario, salvada la propiedad de
ambas naturalezas, que concurren en una sola Persona y en una sola
hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino un mismo y solo
Hijo Unigénito Dios Verbo Señor Jesucristo… como el mismo Jesucristo nos
enseñó, y como nos trasmitió el Símbolo de los Padres”.
Destaca en primer lugar
la fórmula “una Persona en dos naturalezas”, y no “dos naturalezas en
una Persona”. Calcedonia pensó mucho esta expresión. Cuando se dice “dos
naturalezas unidas en la Persona” no se dice un error, pero sí se hace una
formulación imperfecta. Es más perfecta “una Persona en dos naturalezas” este
es el lenguaje acertado. Destaca también el empleo de los 4 adverbios: cualifican a las naturalezas, en concreto a
la naturaleza humana: sin confusión, sin cambio, sin división, sin
separación. La unidad del sujeto está en la Persona, la duplicidad de sus
perfecciones, está en las dos naturalezas. Y las propiedades de las naturalezas
se contemplan después de la unión en la persona, no antes. Calcedonia además,
por el uso que hace de los términos fisis, ousía, hipóstasis y prósopon unifica
la terminología teológica que antes no era del todo coincidente en las
distintas Escuelas.[5]
La principal consecuencia del Concilio fue el cisma de los monofisitas. El Patriarca de Alejandría
no aceptó el concilio y finalmente terminó por escindir su patriarcado del
resto de la Iglesia. También muchos obispos repudiaron el concilio arguyendo
que la doctrina de las dos naturalezas era prácticamente nestoriana. En las
principales sedes apostólicas del Imperio bizantino, se abrió un período de
disputas entre monofisitas y ortodoxos, con diversas vicisitudes, en las que
intervinieron a menudo los emperadores. Aquí tienen su origen las antiguas
iglesias orientales, que aún hoy rechazan los resultados del Concilio: la
Iglesia Ortodoxa Copta que nació de la ruptura del Patriarcado de Alejandría con el
resto de la Iglesia, la Iglesia Apostólica Armenia, la Iglesia Ortodoxa Siríaca y la Iglesia Ortodoxa
Malankara, de la India.[6]
v.
II Concilio de
Constantinopla (553)
Este concilio se efectuó en
Constantinopla (5 de mayo - 2
de junio de 553), y fue convocado por el emperador Justiniano. Asistieron los obispos orientales; sólo estuvieron
presentes seis obispos occidentales (África). El presidente fue Eutiquio, Patriarca
de Constantinopla. Esta asamblea fue la última fase del conflicto inaugurado
por el edicto de Justiniano del 543 contra el
origenismo. El emperador estaba persuadido que el nestorianismo continuaba
fortaleciéndose con los escritos de Teodoro de Mopsuestia (murió 428),Teodoreto de Ciro (murió 457) y de Ibas de Edesa
(murió 457).
Desde el 25 de enero de 547, el Papa Vigilio fue detenido por
la fuerza en la ciudad real, originalmente se había negado a participar en la
condenación de los Tres Capítulos (es
decir, una breve declaración de anatema sobre Teodoro de Mopsuestia y sus
escritos, sobre Teodoreto de Ciro y sus escritos, contra Cirilo de Alejandría y
el Concilio de Éfeso, y sobre la carta escrita por Ibas de Edesa a Maris, obispo
de Hardaschir en Persia). Posteriormente (por su "adjudicados", 11 de
abril de 548), Vigilio había condenado los Tres Capítulos (una doctrina realmente
censurable), pero él mantuvo explícitamente la autoridad del Concilio de
Calcedonia (451) en el cual Teodoreto e Ibas---después de la condenación de
Nestorio---habían sido restablecidos a sus sedes. En Occidente nació un fuerte
descontento por este paso que parecía un debilitamiento ante el poder civil en
asuntos puramente eclesiásticos, y una injusticia hacia hombres muertos desde
hacía mucho tiempo y juzgados por Dios; todo era de lo más inaceptable ya que
la mente occidental no tenía un conocimiento preciso de la situación teológica entre
griegos de esa época. Como consecuencia de esto Vigilio había persuadido a
Justiniano para devolver el documento papal antes mencionado, y proclamar una
tregua en ambas partes hasta que se pudiese convocar un concilio general para
decidir sobre estas controversias. Ambos, el emperador y los obispos griegos,
violaron esta promesa de neutralidad; el primero en particular, publicando
(551) su famoso edicto, Homología Tes Pisteos, condenando de nuevo los Tres
Capítulos, y rehusándose a retirarlo.
Por su protesta, Vigilio sufrió acto seguido varias
indignidades personales de manos de la autoridad civil y casi pierde su vida;
finalmente se retiró a Calcedonia, desde donde informó a la cristiandad del
estado de los asuntos. Pronto los obispos orientales buscaron reconciliarse con
él, y le indujeron a regresar a la ciudad, y retiraron todo lo que se había
hecho hasta el momento en contra de los Tres Capítulos; el nuevo patriarca,
Eutiquio, sucesor de Menas, presentó (6 de enero de 530) su profesión de fe a
Vigilio y, en unión con los otros obispos orientales, urgió al llamado a un
concilio general bajo la presidencia del Papa.
Vigilio estaba dispuesto, pero propuso que debía ser
celebrado en Italia o Sicilia, con un
número igual de delegados de Oriente y de Occidente, Justiniano no estuvo de
acuerdo con esto, quien inauguró el concilio bajo su propia autoridad en la
fecha y forma antedichas. Vigilio rehusó participar, no sólo debido a la
abrumadora proporción de obispos orientales, sino también por miedo a la violencia,
además, ninguno de sus predecesores había tomado parte personalmente en un
concilio oriental. Se sostuvieron ocho sesiones, siendo el resultado la condena
final de los Tres Capítulos por los 165 obispos presentes en la última sesión
(2 de junio de 553) en catorce anatemas similares a los trece emitidos
previamente por Justiniano.
Mientras tanto Vigilio había enviado al emperador (14 de
mayo) una primera declaración, firmado por él mismo y dieciséis obispos, la
mayoría occidentales, en el cual se condenaba dieciséis proposiciones heréticas
de Teodoro de Mopsuestia, y, en cinco anatemas,
se repudió su enseñanza cristológica; sin embargo, se prohibió condenar su persona
o ir más lejos en la condena de los escritos o la persona de Teodoreto, o de la
carta de Ibas. La oposición de Vigilio
no se basaba en materias doctrinales sino en un miedo delicado a lesionar la
autoridad del Concilio de Calcedonia, especialmente en el Occidente. Lo que
pretendía Vigilio era salvaguardar el pronunciamiento del Concilio de
Calcedonia, que condenaba al nestorianismo y sus simpatizantes, quienes ahora estaban
coaligados con los numerosos enemigos de Orígenes y disfrutando del apoyo de la
emperatriz Teodora (548).
Justiniano
reaccionó ordenando el destierro de Vigilio si este no aceptaba íntegramente
las decisiones del concilio, por lo que Vigilio tuvo que presentarse
personalmente en el concilio y retractarse emitiendo la segunda declaratoria, por fin condenó independientemente los Tres Capítulos. El
concilio también condenó las tesis expuestas por Orígenes impregnadas
de platonismo.[7]
vi.
III Concilio de
Constantinopla (680-681)
Se celebró del 7 de noviembre de 680 al 16 de septiembre de 681,
también recibe el nombre de Concilio
Trullano, en alusión a la sala del palacio imperial donde se realizó, que
llevaba el nombre de trullos (cúpula). Fue convocado por el emperador
romano de oriente Constantino IV, y presidido por él en persona. El motivo de
convocar el concilio, desde el punto de vista doctrinal, fue el problema de la
herejía del monotelismo, que admitía en Cristo una sola voluntad y una sola
operación o principio de operación, a saber: la divina. Es un sucedáneo del monofisismo
que sólo admite en el hombre-Dios una sola naturaleza: el Logos.
Durante esta época, los emperadores, intervenían en las
cuestiones dogmáticas y terminaban mezclando el debate político con las
cuestiones de doctrina teológica, intentando alcanzar una paz ideológica dentro
de un Imperio cada vez más heterogéneo. No se puede olvidar que en un sistema
teocrático como el bizantino, la unidad política depende de la unidad
religiosa; y esta unidad religiosa es buscada acudiendo a una formulación
dogmática de compromiso. La tendencia de los sucesores del emperador Justiniano
—tanto Zenón (474-475, 476-491) como Justino II (565-578) que condenaba los
Tres Capítulos— fue, la de buscar soluciones intermedias que, a la larga,
favorecieron la vuelta de los obispos monofisitas. Tales directrices llegaron
poco antes de la ocupación persa, que redujo notablemente el control bizantino
sobre Asia Menor, Siria y Egipto.
El emperador Heraclio (610-641), al recuperar los territorios
perdidos, encontró varios focos de monofisismo entre las comunidades
cristianas. Para poner fin a las polémicas, Sergio (610-638), patriarca de
Constantinopla, propuso una nueva doctrina, a la cual se adhirió también el
emperador Heraclio. La tesis del patriarca Sergio intentaba ser una vía
intermedia y según ésta, en Jesús se dan, ciertamente, dos naturalezas
inconfusas pero un sólo tipo de operaciones (monoenergeia). Más tarde terminó
atribuyendo a Jesús también una única voluntad (monotelismo), porque la
voluntad humana de Jesús estaría movida por su voluntad divina de tal modo que
la voluntad humana sería totalmente pasiva, sin producir un propio querer
humano. Mediante la doctrina de una nueva fórmula: el único y mismo Cristo
operante “con la única energía teándrica”. Ciro, electo patriarca de Alejandría
en 631, se empeñó en tal meta, a la cual también se unió desde Roma el papa
Honorio.
Aunque parecía un simple acuerdo, rápidamente encontró
obstáculos, tanto en los monofisitas de Siria como en los calcedonenses en Egipto.
El monje Sofronio, elegido patriarca de Jerusalén en 634, atacó duramente tal
solución, pues iba en detrimento de los logros doctrinales de Calcedonia.
También el papa Honorio terminó apoyando esta postura. Entonces el patriarca
Sergio presentó una nueva solución, por la cual, prescindiendo de la energía,
afirmaba la presencia en Cristo de una sola voluntad; es decir, “el monotelismo”.
La nueva doctrina, sostenida en Bizancio por la Iglesia y el Estado, fue
condenada por el emperador por medio del decreto ekthesis “exposición de fe” del 638, que debería
constituir la nueva carta de la unidad religiosa del Imperio. Estos intentos en
vez de acercar la brecha entre monofisitas y calcedonences la atenuaban más. No
se había podido sanar la división religiosa. Mientras tanto, Heraclio abría una
brecha para la expansión islámica, que se extendía con una fuerza
incontrolable.
La situación política se agravo tras la muerte del emperador Heraclio
y la deposición de su hijo al cargo. Constante Pogonato, hijo de Constantino,
nuevo emperador, se encontró, además de los tradicionales enemigos, los
Eslavos, que le acosaban por la espalda, con el deber de hacer frente a los
árabes, ya en posesión de las provincias orientales del Imperio. basta pensar
que en Alejandría el patriarca monofisita Benjamín se sometió espontáneamente a
los Árabes, declarándose en contra de Bizancio. En este contexto adquiere
relieve la figura de San Máximo el Confesor, que, siendo sólo un monje, pero
con gran autoridad teológica, entró en la controversia monotelita y
monoenergita, antes en África y finalmente en Roma y Constantinopla.
En el año 645, en Cartago, el patriarca monotelita de
Constantinopla, Pirro, exiliado, realizó un debate público con Máximo ante
Gregorio, prefecto de África, este debate ofrece una idea de la complejidad del
problema cristológico, pero también ilustra como para Máximo, si Jesucristo era
el nuevo principio de la vida del cristiano, necesariamente Él era verdadero
Dios y hombre completo. Probablemente Máximo estaba convencido de que detrás de
las proposiciones controversiales renacían los problemas dramáticos de Nicea y
Calcedonia: en Cristo existían dos naturalezas y por tanto eran consecuentes
dos voluntades y dos modos de obrar, o energías; sin embargo, la facultad de
querer pertenece a la naturaleza; el hecho de elegir y de querer es propio de
la persona, por lo tanto, en Cristo, el Logos inclina las determinaciones del
querer (querer gnómico) y guiaba la voluntad humana junto a la divina dejando
fuera el pecado y el error.
A comienzos del 646, el suceso de la argumentación de Máximo
indujo a varios obispos africanos a convocar un sínodo, condenando como
herético el monotelismo sostenido por el patriarca y el gobierno bizantino. La
situación se hizo más crítica cuando el prefecto Gregorio se reveló contra el
Emperador sin tomar en cuenta la amenaza árabe que se cernía sobre la costa
africana desde la conquista de Alejandría en el 642. Casualmente en el 647 los
árabes asaltaron el territorio de norte de África. El prefecto perdió la vida
en la batalla y la estructura del imperio se debilitó más aún. Los hechos
acaecidos eran una prueba de lo peligroso de las fracturas teológicas en el
Imperio.
El Emperador, con el decreto “Typos” en 648 prohibió más discusiones
sobre el problema de la energía y de la voluntad de Cristo, aboliendo “la
exposición de fe” y trasladando las discusiones a su punto de partida. La
disputa, entonces, se complicó en Roma, a donde Máximo se trasladó con el
patriarca Pirro. En el 649. El papa Martín reunió en Roma un sínodo, en el cual
fueron rechazados tanto el Ekthesis como el Typos y fue definida la doctrina de
las dos voluntades en Cristo, excomulgándose a los patriarcas Sergio, Paolo,
Porro y Ciro. El emperador reaccionó haciendo capturar al Papa y trasladándolo
a Bizancio, donde fue procesado y exiliado al Quersoneso. Allí murió el 16 de
septiembre de 655. La misma suerte compartió Máximo, hecho prisionero y
conducido a la capital. El año de la muerte del Papa sufrió un juicio que le
procuró el exilio. Procesado más adelante, por no adherirse a la voluntad
imperial, luego de numerosas travesías, murió martirizado en Lazica el 13 de
agosto de 662.
Si bien Máximo desapareció bajo el poder imperial, sus ideas
continuaron viviendo en las disputas teológicas de los siglos sucesivos. El
emperador murió asesinado, en Sicilia, en Siracusa. Durante el período de su
sucesor, Constantino IV (668-685), los árabes aparecieron una vez más en Asia
Menor; en el 674 atacaron Constantinopla asediándola reiteradamente sin
conseguir conquistarla. La resistencia de la capital significó un cambio
histórico en la lucha contra el islam, acrecentando el prestigio de Bizancio.
Sin bien la capital no había caído, gran parte del territorio estaba en manos de
los árabes, sobre todo aquellos que simpatizaban, primero con el monofisismo y
después con el monotelismo. La Iglesia monofisita, jacobita y monotelita, bajo
el dominio árabe no constituyeron más un problema para el Imperio.
El emperador Constantino IV Pogonato, ya en el año 679 había
enviado un carta al papa Dono (676-678), en la cual le solicitaba que enviara a
Constantinopla una delegación de obispos, pero la carta llegó cuando el Papa
había muerto. Su sucesor Agatón (678-681) envió la delegación hasta el año 680,
conformada por tres obispos italianos, tres apocrisiarios pontificios, un
representante del arzobispo de Ravena y cuatro monjes de los conventos griegos
de occidente. El 10 de septiembre, Constantino IV ordenó al patriarca Jorge que
convocará a Concilio a los obispos de su patriarcado y que enviara entre ellos
a Macario I, patriarca de Antioquía, que se encontraba en Constantinopla con
sus obispos. El 7 de noviembre, en la gran sala de la cúpula del palacio
imperial se abrió el concilio, que tuvo lugar hasta el 20 de marzo de 681.
Participaron en el concilio, además de la delegación papal,
Macario I, que era un enardecido monotelita, los representantes delegados de
los patriarcas de Jerusalén y de Alejandría y los obispos del Ilírico oriental
y de todas las regiones del imperio, cuyo número varía de una sesión a otra;
sin embargo, la profesión de fe final fue firmada por 161 obispos y por dos
diáconos representantes de sus respectivos obispos. Largas fueron las
discusiones de carácter dogmático.
Durante la sesión, examinaron
las cartas dogmáticas escritas por Sergio, en su tiempo patriarca de esta
ciudad [Constantinopla]..., de Ciro que entonces era obispo de Fasi, como a
Honorio que era obispo de la antigua Roma y la carta [Scripta fraternitatis,
del año 634] con la cual este último, es decir Honorio, respondió a Sergio.
… Y se concluyo como declaración de fe la condena del papa Honorio, y a los obispos como herejes perpetuos de la
nueva doctrina, Sergio y Pirro, ...juntamente con Honorio, que concedió su
favor a las depravadas afirmaciones de ellos . Respecto al papa Honorio, León
II dejó claro en su carta al emperador el motivo de la condena: no habiéndose
esforzado para hacer resplandecer la fe apostólica, permitió que esta fe inmaculada
fuese mancillada.
El emperador asistió a la décimo octava sesión, que se tuvo
el 16 de septiembre, en la cual se recitó la profesión de fe del II Concilio de
Constantinopla:
Predicamos igualmente en Él [Cristo] dos voluntades naturales
o quereres y dos operaciones naturales, sin división, sin conmutación, sin
separación, sin confusión, según la enseñanza de los santos Padres; y dos
voluntades, no contrarias (...) sino que su voluntad humana sigue a su voluntad
divina y omnipotente, sin oponérsele ni combatirla, antes bien, enteramente
sometida a ella. Era, en efecto, menester que la voluntad de la carne se
moviera, pero tenía que estar sujeta a la voluntad divina del mismo (...).
Porque a la manera que su carne dice y es carne de Dios Verbo, así la voluntad
natural de su carne se dice y es propia de Dios Verbo, como Él mismo dice:
«Porque ha bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del
Padre, que me ha enviado» [Jn 6, 38], llamándola suya la voluntad de la carne,
puesto que la carne fue también suya (...) Glorifiquemos también dos
operaciones naturales, sin división, sin conmutación, sin separación, sin
confusión, en el mismo Señor nuestro Jesucristo, nuestro verdadero Dios, esto
es, una operación divina y otra operación humana (...) Porque no vamos a
admitir una misma operación natural de Dios y de la criatura, para no levantar
lo creado hasta la divina sustancia ni rebajar tampoco la excelencia de la
divina naturaleza al puesto que conviene a las criaturas
El concilio, al final, dirigió un homenaje al emperador y
envió una carta al papa Agatón. Después que los legados del Papa volvieron de
Constantinopla a Roma, León II envió varias cartas proclamando la validez del
Concilio.
El aporte fundamental
del Tercer Concilio de Constantinopla fue la definición dogmática respecto a
las voluntades y operaciones de Jesús. Este Concilio cierra, por así decirlo,
el ciclo de los concilios cristológicos. Es, a la vez, continuación de los
concilios anteriores. Esto se ve especialmente cuando aplica a las voluntades y
a las operaciones de Jesús los términos que el Concilio de Calcedonia había
aplicado a las dos naturalezas; es una consecuencia necesaria, ya que voluntad
y operaciones son propias de las dos naturalezas. De hecho, una naturaleza
humana sin una efectiva voluntad humana sería una naturaleza profundamente
mermada; Cristo no sería entonces perfecto hombre. Por otra parte, resume la
doctrina sobre Cristo tal como la entendieron los Padres de la Iglesia desde
los primeros tiempos. San Atanasio, comentando Mt 26, 39, dice:
Jesús manifiesta allí dos
voluntades, la voluntad humana que es aquella de la carne y la voluntad divina
que es de Dios; la voluntad humana pide, por la debilidad de la carne, el
alejamiento del sufrimiento; sin embargo la voluntad divina está dispuesta.
Por
otra parte, San Juan Damasceno dice:
Existe en Nuestro Señor Jesucristo,
según la diversidad de naturalezas, dos voluntades, no contrarias. Ni la
voluntad natural, ni la natural facultad de querer, ni las cosas que están
naturalmente sujetas, ni el ejercicio natural de la misma voluntad, son
contrarias a la voluntad divina. La voluntad divina creó todas la cosas
naturales. Solamente lo que es contrario a la naturaleza lo es también a la
voluntad divina, como el pecado, que Jesucristo no tomó. Mas porque una es la
persona de Jesucristo y uno el mismo Jesucristo, uno es también el que quiere
por medio de cada una de las dos naturalezas[8]
2)
Los grandes Capadocios
En su exposición teológica
del misterio trinitario partieron de la diferencia entre las tres Personas,
mientras que los latinos habían arrancado anteriormente de la naturaleza
divina única y de sus acciones. Partiendo de la triple realidad personal
atestiguada en los escritos apostólicos, intentaron avanzar hacia un concepto
que expresara la unidad esencial. El haberlo conseguido se debe en gran parte a
que enriquecieron el vocabulario teológico con el aporte de términos
filosóficos precisos. De este modo utilizaron para significar la diferencia
personal el concepto de hypostasis, distinguiéndolo del de ousía.
Basilio de Cesarea escribía a
su amigo Anfiloquio de Iconio: "La sustancia y la hypóstasis se distinguen
entre sí lo mismo que lo común y lo particular, como, por ejemplo, entre lo que
en el animal hay de general y tal hombre determinado. Por eso reconocemos una
sola sustancia en la divinidad, de tal modo que no se pueden dar del ser dos
definiciones diferentes; la hypóstasis, por el contrario, es particular, tal
como lo reconocemos, ya que en nosotros hay una idea clara y distinta sobre el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En efecto, si no consideramos los
caracteres que se han definido para cada uno, como la paternidad, la filiación
y la santificación, y si no confesamos a Dios más que según la idea común del
ser, nos es imposible dar una sana razón de nuestra fe. Por consiguiente, hay
que unir lo que es particular a lo que es común y confesar así la fe: lo que es
común es la divinida, lo que es particular es la paternidad; luego, hay que
reunir estas nociones y decir: Creo en Dios Padre. En la confesión del Hijo hay
que decir lo mismo (..) Y lo mismo para el Espíritu Santo (...) Así quedará
plenamente salvaguardada la unidad en la confesión de la única divinidad y lo
que es particular a las personas se confesará en la distinción de las
propiedades particulares que el pensamiento atribuye a cada una" (Epístola
236,5).
Con todo, esta distinción de una
sustancia y tres hypóstasis seguía expuesta al equívoco, ya que podía
imaginarse que la unidad de las tres personas era semejante a la de tres
hombres que tienen en común la misma naturaleza humana. La esencia divina,
a pesar de ser común a las tres hipóstasis, es con todo numéricamente única,
de tal modo que no hay una divinidad del Padre, otra del Hijo y otra del
Espíritu Santo (como sí cada hombre tiene su humanidad individual que lo
distingue de los otros hombres). Las Personas divinas no son más que un único
Dios. Las personas humanas son distintos hombres.
De este modo, hubo un aspecto
en que los capadocios prolongaron y completaron el símbolo Niceno: ellos fueron
quienes aplicaron a la tercera Persona divina su idea de homousía
intratrinitaria. Gregorio de Nacianzo explica la consustancialidad del
Padre y el Espíritu (y del Hijo y del Espíritu) a partir de las expresiones que
se aplican al Espíritu en los escritos apostólicos: "Cuando se añade a
ellas la de Otro Consolador (Jn 14,16) y, por así decirlo, de Segundo
Dios, cuando se sabe que la blasfemia contra el Espíritu es el único pecado
irremisible (Mt 12,31) ... ¿crees que se proclama la divinidad del Espíritu o
alguna otra cosa? ¡Qué dura ha de ser tu inteligencia y qué lejos estás del
Espíritu, si dudas de esto y si es necesario que te lo enseñe!" (Discurso
teológico V). Basilio, en cambio, en su obra Sobre el Espíritu Santo,
deduce del mandato bautismal (Mt 28,19) la común naturaleza del Espíritu con el
Padre y el Hijo a partir de las acciones del Espíritu: la santificación y
divinización del cristiano. Sigue en esto a Atanasio: "Si la participación
del Espíritu nos comunica la naturaleza divina, sería una locura decir que el
Espíritu es de naturaleza creada y no de naturaleza divina" (Primera
carta a Serapión 2,24).
Los debates que se
desarrollaron durante el concilio de Constantinopla (el segundo ecuménico)
fueron especialmente violentos. El caos reinó en el aula conciliar, según el
relato del obispo de esa ciudad: "Los obispos discutían como una pandilla
de devotas reunidas. Era una disputa de niños, el ruido de un taller con todas
las máquinas en marcha, un vendaval, un verdadero huracán... Discutían sin
orden y, como avispas, iban directos al rostro, todos al mismo tiempo. Los
ancianos venerables, lejos de moderar a los más jóvenes, les ponían la
zancadilla..." (Gregorio de Nacianzo, Poema sobre su vida v.
1680s).
En cuanto a un símbolo,
parece que en ese clima el concilio no elaboró ninguno. Pero desde el siglo V
se atribuye a este concilio el símbolo llamado Niceno-constantinopolitano.
En cuanto que es una versión ampliada del credo Niceno en el artículo tercero y
en cuanto tiende a armonizar la antigua ortodoxia nicena con la nueva ortodoxia
capadocia, puede considerarse a este símbolo como una reproducción fiel de las
deliberaciones del concilio de Constantinopla.
En el símbolo se refuerza la
divinidad del Espíritu Santo de dos maneras: se atribuyen a él los predicados
divinos Señor (contra los que no veían en él más que un servidor)
y Dador de vida, y se acentúa que el Espíritu es digno de adoración.
Contra quienes el Espíritu era una creatura proveniente del Hijo, se formuló
que procede del Padre.
Estas peculiaridades del
símbolo muestran que el credo Niceno se impuso definitivamente en esa versión
nacida de la interpretación de los capadocios, y que este símbolo comportó la
victoria de Nicea y de Atanasio en Oriente, así como el acuerdo entre Oriente y
Occidente. Fue tal su importancia (y su inclusión en la liturgia lo prueba) que
supuso una interpretación definitiva del misterio trinitario: "Creo en el
Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que procede del Padre, que juntamente
con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los
profetas" (cf. Denzinger 86).
i.
Basilio El Grande
(Nació en Cesárea,
329-379) Padre de la Iglesia. Pertenecía a una familia de antigua tradición
cristiana: su madre Emelia, su hermana Marina, sus hermanos Gregorio de Nisa y
Pedro de Sebaste son venerados como santos. Estudió en Constantinopla y en
Atenas e íntimo con su condiscípulo Gregorio Nacianceno. Conoció
también al emperador Juliano. Concibió entonces el deseo de consagrarse al
ahondamiento espiritual: recibió el bautismo, visitó a eremitas de Oriente y
marchó a un cenobio no lejos de Neocesarea. Ordenado en 364, fue elegido obispo
de Cesárea (370). Contrario al arrianismo, se negó a abrir
sus iglesias a los herejes e hizo caso omiso de las amenazas del emperador.
Fue, sobre todo, el iniciador de la vida cenobítica. Entre sus muchas obras,
cabe destacar numerosas homilías, tratados sobre la vida monástica y un abundante
epistolario.
ii.
Gregorio De Nisa
(Cesárea de
Capadocia, 335-Nisa, 394) Padre
y doctor de la Iglesia griega. Hermano de Basilio de Cesárea,
fue maestro de retórica y esposo de Teosebia, con la que se casó muy
joven y a la que permaneció siempre profundamente vinculada.
Basilio le recomendó que aceptara en 371 el
obispado de Nisa. En 376 fue
depuesto a consecuencia de intrigas arrianas apoyadas por el emperador Valente.
Teodosio, nuevo emperador, le devolvió a su sede (378). Tras la muerte de san
Basilio (379), se concentró en la tarea de proseguir su obra. Destacó en el
Concilio de Constantinopla (381). Junto a sus tratados dogmáticos, elaboró una
teología de la vida mística, sobre todo en sus Homilías sobre
el Cantar de los Cantares,
que le unen, como gran teólogo, a la fuerte corriente monástica del s. IV.
iii.
Gregorio De Nacianzo
Gregorio Nacianceno (nacido en Nacianzo,
Capadocia del Imperio romano,
329
y
fallecido en el mismo lugar en el
25 de enero
de 389), Su
padre fue un judío converso, obispo de Nacianzo por 45 años (Gregorio El
Mayor), su madre, santa Nona. Estudió en Cesarea,
en Palestina y leyes por diez años en Atenas, donde conoció a Basilio y el
futuro emperador, Julián el Apóstata, volvió a Nacianzo a los 30 años (aprox.)
y se unió a Basilio por 2 años en vida solitaria. Aunque prefería la vida
solitaria, regresó para ayudar a su padre anciano en la administración de la
diócesis. Fue ordenado contra su voluntad por su padre en el 362. Huyó para
volver a la vida monacal con Basilio. Pero en 10 semanas regresó a sus
responsabilidades como sacerdote. Escribió una apología sobre las
responsabilidades del sacerdote. Alrededor del 372, fue consagrado obispo por
Basilio de Sasima pero no lo aceptó. Siguió como coajutor de su padre. Esto
causó la ruptura de la amistad entre Basilio y Gregorio reconciliándose
después. Se retiró por 5 años a un monasterio en Seleucia, Isauria. Al morir el
emperador Valens un grupo de obispos lo invitaron a Constantinopla. La ciudad
había sido dominada por 30 años por los arrianos. Fue nombrado obispo. Sufrió
mucho por difamaciones y persecución de los arrianos y otros herejes.
3)
Los grandes
Teólogos del periodo
i.
Ambrosio de Milan
Es uno de los
cuatro grandes doctores de la Iglesia latina. Nació hacia 340 en Tréveris, pero
fue criado en Roma. Fue elegido obispo de Milán en 374, aunque era un simple catecúmeno.
Fue él quien en 387 bautizó a san Agustín. Se hizo popular por la firmeza de
que diera pruebas en 390 ante el emperador Teodosio, a quien prohibió el acceso
a su iglesia después de las matanzas de Tesalónica, hasta que el emperador hizo
pública penitencia. En 393 Teodosio I prohibió los juegos olímpicos, por
considerarlos paganos, influenciado por Ambrosio. Más guerrero que intelectual fue el primer cristiano en
conseguir que se reconociera el poder de la Iglesia por encima de la del
Estado, y desterró definitivamente en sucesivas confrontaciones a los paganos
de la vida política romana. Al principio el reparto de poder entre cristianos y
paganos estaba más o menos en equilibrio con
Graciano, emperador romano y
cristiano católico. Pero Graciano fue asesinado y Roma pasó a manos de Valentiniano II, que era
menor de edad y por tanto su madre Justina detentó el poder real. Justina era arriana, por lo que la lucha entre paganos, herejes y católicos se
acentuó definitivamente.
La llamada guerra de las estatuas enfrentaba desde Constantino
a las diversas religiones con
representación en el senado. En el 384, el partido pagano aprovechó la
debilidad de Valentiniano II para devolver la Estatua
de la Victoria
al senado, lo que provocó la ira de
Ambrosio. Finalmente Ambrosio hizo declarar a Valentiniano II que los
emperadores tenían que estar a las órdenes de Dios al igual que los ciudadanos
tenían que estar a las órdenes del emperador como soldados. A partir de aquí,
Ambrosio consigue hacer efectiva una demanda por la que la Iglesia ostenta un
poder superior no solo al Estado Romano sino a
todos los estados. Durante el reinado de Teodosio, éste habría ordenado a un obispo local que sufragara los
daños de la destrucción de una sinagoga a manos de los cristianos. El emperador
estaba dispuesto a acabar con esas prácticas intimidatorias. Ambrosio se opuso
de nuevo, y consiguió del emperador que declarara libre a la iglesia de tener
que responder por tales cuestiones.
Murió en Milán en 396, donde fue enterrado cerca de las reliquias de los santos
Gervasio y Protasio, según sus deseos, y posteriormente, bajo el altar mayor de
la basílica que lleva su nombre.[9]
ii.
Agustín de Hipona
Es
uno de los cuatro grandes doctores de la Iglesia latina. Nació en 354 en Tagaste,
cerca de Hipona, en el norte de África. Estudió retórica en Cartago, luego en
Roma hacia donde se fugó en 383. En sus Confesiones ha contado los
extravíos de su juventud disipada y la obstinación con que se ató a la herejía
de los maniqueos. Su conversión tardía, por la influencia de las plegarias de
su madre Mónica y las instrucciones de Ambrosio, tuvo lugar en Milán, en 387.
Inspirado
por el tratado filosófico Hortensius del
orador y estadista romano Cicerón, Agustín se convirtió en un ardiente buscador
de la verdad, estudiando varias corrientes filosóficas antes de ingresar en el
seno de la Iglesia. Durante nueve años, del año 373 al 382, se adhirió al
maniqueísmo, filosofía dualista de Persia muy extendida en aquella época por el
Imperio Romano de Occidente. Con su principio fundamental de conflicto entre el
bien y el mal, el maniqueísmo le pareció a Agustín una doctrina que podía
corresponder a la experiencia y proporcionar las hipótesis más adecuadas sobre
las que construir un sistema filosófico y ético. Además, su código moral no era
muy estricto; Agustín recordaría posteriormente en sus Confesiones:
"Concédeme castidad y continencia, pero no ahora mismo".
Desilusionado por la imposibilidad de reconciliar ciertos principios maniqueístas
contradictorios, Agustín abandonó esta doctrina y dirigió su atención hacia el
escepticismo.
Hacia
el año 383 se trasladó de Cartago a Roma, pero un año más tarde fue enviado a
Milán como catedrático de retórica. Aquí se movió bajo la órbita del neoplatonismo
y conoció también al obispo de la ciudad, san Ambrosio, el eclesiástico más
distinguido de Italia en aquel momento. Es entonces cuando Agustín se sintió
atraído de nuevo por el cristianismo. Un día por fin, según su propio relato,
creyó escuchar una voz, como la de un niño, que repetía: "Toma y
lee". Interpretó esto como una exhortación divina a leer las Escrituras y
leyó el primer pasaje que apareció al azar: "… nada de comilonas y
borracheras, nada de lujurias y desenfrenos, nada de rivalidades y envidias.
Revestíos más bien del Señor Jesucristo, y no os preocupéis de la carne para
satisfacer sus concupiscencias" (Rom. 13, 13-14). En ese momento decidió
abrazar el cristianismo. Fue bautizado con su hijo natural por Ambrosio la
víspera de Pascua del año 387. Su madre, que se había reunido con él en Italia,
se alegró de esta respuesta a sus oraciones y esperanzas. Moriría poco después
en Ostia (395).
Agustín
regresó al norte de África y fue ordenado sacerdote el año 391, y consagrado
obispo de Hipona (ahora Annaba, Argelia) en el 395, cargo que ocuparía hasta su
muerte. Fue un periodo de gran agitación política y teológica, ya que mientras
los bárbaros amenazaban el Imperio llegando a saquear Roma en el 410, el cisma
y la herejía amenazaban también la unidad de la Iglesia. Agustín emprendió con
entusiasmo la batalla teológica. Además de combatir la herejía maniqueísta,
participó en dos grandes conflictos religiosos: uno de ellos fue con los
donatistas, secta que mantenía la invalidez de los sacramentos si no eran
administrados por eclesiásticos sin pecado. El otro lo mantuvo con los
pelagianos, seguidores de un monje contemporáneo británico que negaba la
doctrina del pecado original. Durante este conflicto, que fue largo y enconado,
Agustín desarrolló sus doctrinas de pecado original y gracia divina, soberanía
divina y predestinación. La Iglesia católica apostólica romana ha encontrado
especial satisfacción en los aspectos institucionales o eclesiásticos de las
doctrinas de san Agustín; la teología católica, lo mismo que la protestante,
están basadas en su mayor parte, en las teorías agustinianas. Juan Calvino y
Martín Lutero, líderes de la Reforma, fueron estudiosos del pensamiento de san
Agustín.
La
doctrina agustiniana se situaba entre los extremos del pelagianismo y el
maniqueísmo. Contra la doctrina de Pelagio mantenía que la desobediencia
espiritual del hombre se había producido en un estado de pecado que la
naturaleza humana era incapaz de cambiar. En su teología, los hombres y las
mujeres son salvados por el don de la gracia divina; contra el maniqueísmo
defendió con energía el papel del libre albedrío en unión con la gracia.
Agustín murió en Hipona el 28 de agosto del año 430. El día de su fiesta se
celebra el 28 de agosto.
La
importancia de san Agustín entre los padres y doctores de la Iglesia es
comparable a la de san Pablo entre los apóstoles. Como escritor, fue prolífico,
convincente y un brillante estilista. Su obra más conocida es su autobiografía Confesiones
(400?), donde narra sus primeros años y su conversión. En su gran apología
cristiana La ciudad de Dios (413-426), Agustín formuló una filosofía
teológica de la historia. De los veintidós libros de esta obra diez están
dedicados a polemizar sobre el panteísmo. Los doce libros restantes se ocupan
del origen, destino y progreso de la Iglesia, a la que considera como oportuna
sucesora del paganismo. En el año 428, escribió las Retractiones, donde
expuso su veredicto final sobre sus primeros libros, corrigiendo todo lo que su
juicio más maduro consideró engañoso o equivocado. Sus otros escritos incluyen
las Epístolas, de las que 270 se encuentran en la edición benedictina,
fechadas entre el año 386 y el 429; sus tratados De libero arbitrio (389-395),
De doctrina Christiana (397-428), De Baptismo, Contra Donatistas (400-401),
De Trinitate (400-416), De natura et gratia (415) y homilías
sobre diversos libros de la Biblia.[10]
iii.
Jerónimo
Estridón
Nació en
Estridón Dalmacia entre el año 331 y el 347, - 420. En Roma estudió latín bajo
la dirección del más famoso profesor de su tiempo, Donato, quien era pagano. El
santo llegó a ser un gran latinista y muy buen conocedor del griego y de otros
idiomas, pero muy poco conocedor de los libros espirituales y religiosos.
Pasaba horas y días leyendo y aprendiendo de memoria a los grandes autores
latinos, Cicerón, Virgilio, Horacio y Tácito, y a los autores griegos Homero, y
Platón, pero casi nunca dedicaba tiempo a la lectura espiritual.
Jerónimo
dispuso irse al desierto a hacer penitencia por sus pecados. Pero allá aunque
rezaba mucho, ayunaba, y pasaba noches sin dormir, no consiguió la paz,
descubriendo que su misión no era vivir en la soledad. De regreso a la ciudad,
los obispos de Italia junto con el Papa nombraron como secretario a San
Ambrosio, pero éste cayó enfermo, y decidieron nombrar a Jerónimo, cargo que
desempeñó con mucha eficiencia. Viendo sus dotes y conocimientos, el Papa San
Dámaso lo nombró como su secretario, encargado de redactar las cartas que el
Pontífice enviaba, y luego lo designó para hacer la traducción de la Biblia.
Las traducciones de la Biblia que existían en ese tiempo tenían muchas
imperfecciones de lenguaje y varias imprecisiones o traducciones no muy
exactas. Jerónimo, que escribía con gran elegancia el latín, tradujo a este
idioma toda la Biblia, en la traducción llamada Vulgata. Aunque no fue designada como oficial de facto
lo fue durante 15 siglos. El Papa San Dámaso I en el Concilio de Roma en el
382, expidió un decreto apropiadamente llamado “Decreto de Dámaso”, en el cual
hizo un listado de los libros canónicos del Antiguo y Nuevo Testamentos.
Entonces le pidió a San Jerónimo utilizar este canon y escribir una nueva
traducción de la Biblia que incluyera un Antiguo Testamento de 46 libros los
cuales estaban todos en la Septuaginta, y el Nuevo Testamento con sus 27
libros.
Alrededor de
los 40 años, Jerónimo fue ordenado sacerdote. Pero sus altos cargos en Roma y
la dureza con la cual corregía ciertos defectos de la alta clase social le
trajeron envidias y sintiéndose incomprendido y hasta calumniado en Roma, donde
no aceptaban su modo enérgico de corrección, dispuso alejarse de ahí para
siempre y se fue a Tierra Santa. Sus últimos 35 años los pasó en una gruta,
junto a la Cueva de Belén. Varias de las ricas matronas romanas que él había
convertido con sus predicaciones y consejos, vendieron sus bienes y se fueron
también a Belén a seguir bajo su dirección espiritual. Con el dinero de esas
señoras construyó en aquella ciudad un convento para hombres y tres para
mujeres, y una casa para atender a los que llegaban de todas partes del mundo a
visitar el sitio donde nació Jesús.
Con tremenda
energía escribía contra las diferentes herejías. La Iglesia Católica ha
reconocido siempre a San Jerónimo como un hombre elegido por Dios para explicar
y hacer entender mejor la Biblia, por lo que fue nombrado patrono de todos los
que en el mundo se dedican a hacer entender la Biblia; por extensión, se lo
considera el santo patrono de los traductores. Murió el 30 de septiembre del
año 420, a los 80 años. [11]
[1] Varo
Francisco (1 Abril de 2006) ¿Qué
sucedió en el concilio de Nicea?
consultado el 18de mayo
del 2011.
[2] (3
mayo del 2011) “Concilio de Constantinopla I” consultado el
18de mayo del 2011.
[3] Huerta Vicente (27 de Noviembre 2008) “Concilio de Éfeso” Consultado el 18 de
mayo de 2011
[4] “Introducción a la historia de la
iglesia desde la patrología” Consultado el 19 de mayo de 2011
[5] (19/junio/2008) “El
Concilio de Calcedonia” consultado
el 18 de mayo de 2011
[6] (6 de abril de 2011) “Concilio de
Calcedonia” consultado el 19 de mayo de 2011
[7] “Segundo
Concilio Ecuménico de Constantinopla” consultado el 18 de mayo de 2011
[8] “Concilio de
Constantinopla III” consultado el 19 de mayo de 2011
[9] “Ambrosio de Milán”
consultado el 19 de mayo de 2011
[10] “Agustín
de Hipona” consultado el 19 de mayo de 2011
[11] (8 de mayo del 2011)“Jerónimo de
Estridon” consultado el 19 de mayo de 2011
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