lunes, 25 de agosto de 2014

Séptima sesión: Historia Eclesiástica

1)    Las controversias doctrinales y los concilios

              i.        Concilio de Nicea (325)

El Concilio I de  Nicea es el primer Concilio Ecuménico, pues, participaron obispos de todas las regiones donde  había cristianos.  Se desarrolló del 20 de mayo al 25 de julio del año 325. El emperador Constantino, facilitó la participación de los Obispos, poniendo a su disposición los servicios de postas imperiales para el viaje, además de ofrecerles hospitalidad en Nicea de Bitinia. El Concilio se origino por la predicación de Arrio, sacerdote que negaba la divinidad de Jesucristo, desde el año 318, fecha en que a su obispo Alejandro de Alejandría se opuso y llamo a un concilio local, siendo excomulgado Arrio por todos los obispos de Egipto. Arrio huyó y se fue a Nicomedia, junto a su amigo el obispo Eusebio.

Entre los asistentes se encontraban las figuras más relevantes del momento. Estaba Osio, obispo de Córdoba, que según parece presidió las sesiones. Asistió también Alejandro de Alejandría, ayudado por el entonces diácono  Atanasio,  Marcelo de Ancira, Macario de Jerusalén, Leoncio de Cesarea de Capadocia, Eustacio de Antioquía, y unos presbíteros en representación del Obispo de Roma, que no puedo asistir debido a su avanzada edad. Tampoco faltaron los amigos de Arrio, como Eusebio de Cesarea, Eusebio de Nicomedia y algunos otros. En total fueron unos trescientos los obispos que participaron.

Los partidarios de Arrio, que contaban con las simpatías del emperador Constantino, pensaban convencer a los obispos. Pero cuando Eusebio de Nicomedia expreso que Jesucristo no era más que una criatura,  muy excelsa, pero no de naturaleza divina, la mayoría de los asistentes asintieron en seguida que esa doctrina no representaba la doctrina de los Apóstoles. Finalmente los obispos rechazaron la doctrina arriana y decidieron redactar, un símbolo de fe que reflejara de modo sintético y claro la confesión genuina de la fe recibida y admitida por los cristianos. En el se señala que Jesucristo es "de la substancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no hecho, homoousios tou Patrou (consustancial al Padre)". Todos los Padres Conciliares, excepto dos obispos, ratificaron ese Credo, el Símbolo Niceno, el 19 de junio del año 325.

Además se fijó la celebración de la Pascua en el primer domingo después del primer plenilunio de primavera, y algunas cuestiones disciplinares de menor importancia, relativas al funcionamiento interno de la Iglesia. Por lo que respecta al problema arriano, poco tiempo después Eusebio de Nicomedia (arriano) con la ayuda de Constantino consiguió volver a su sede, y el propio emperador ordenó al obispo de Constantinopla que admitiera a Arrio a la comunión. Mientras tanto, tras la muerte de Alejandro, Atanasio asumió el episcopado en Alejandría. Quien defendería con gran altura intelectual la fe de Nicea siendo exiliado en varias ocasiones por el emperador.

Eusebio de Cesárea, también arriano, exagera en sus escritos la influencia de Constantino en el Concilio de Nicea, atribuyéndole un protagonismo exagerado y el de lograr reconciliar a los adversarios y restaurar la concordia. Se puede decir, ciertamente, que Constantino propició la celebración del Concilio de Nicea y brindo las condiciones necesarias para su desarrollo, pero, no pudo influir en la formulación del Credo niceno, porque no tenía la preparación teológica para hacerlo, además de tener claras inclinaciones arrianas.[1]

             ii.        Concilio de Constantinopla (381)

Este Concilio fue convocado en Mayo, 381, por el Emperador Teodosio a razón de haber resurgido con fuerza el arrianismo en la propia Constantinopla gracias al apoyo de su obispo, Eusebio de Nicomedia, quien logró convencer a los sucesores del emperador Constantino para que apoyaran el arrianismo y rechazaran la línea ortodoxa aprobada en Nicea y sustituyeran a los obispos nicenos por obispos arrianos en las sedes episcopales de Oriente. Por otro lado había surgido una nueva doctrina defendida por Macedonio de Constantinopla que, negaba la divinidad del Espíritu Santo.

Estuvieron presentes 150 obispos católicos y 36 obispos heréticos, y fue presidido por Melecio de Antioquía, ya que el papa Dámaso I, no envió ningún delegado. Entre sus principales participantes destacaron los llamados "Padres Capadocios"; Basilio el Grande, Gregorio Niseno y Gregorio Nacianceno. Este último fue designado por el propio concilio como obispo de Constantinopla y, tras la muerte de Melecio, pasó a presidir el mismo hasta su dimisión y sustitución por Nectario.

Una de las controversias se origino por Apolinar de Laodicea, miembro de la escuela de Alejandría y de tendencias místicas y platónicas, Fue íntimo amigo de Atanasio y profesor de Jerónimo de Estridon (374). Hacia el año 361 fue elegido obispo de la comunidad nicena de Laodicea, cargo que ocupó hasta su muerte. Apolinar había enseñado que el Verbo Encarnado tenía una sola naturaleza, la del Logos, hecha carne. Esta posición dejaba entrever que Jesús no se había hecho hombre. Apolinar guiado por el pensamiento platónico, de que el hombre estaba compuesto por alma racional, alma animal y cuerpo, señalaba que el “nous” (alma racional) no existía en Cristo, sino que había sido reemplazado por el Logos, es decir, por la persona divina de Jesús. Esta doctrina fue combatida por la escuela de Antioquía (más aristotélica), especialmente por Teodoro, obispo de Mopsuestia (m. 428).

La medida adoptada por el Primer Concilio de Constantinopla fue la reafirmación del Credo niceno introduciendo en el mismo la consustancialidad del Espíritu Santo con el Padre y con el Hijo mediante la expresión: “Creo en el Espíritu Santo, que procede del Padre a través de Hijo”. Con este añadido, la Iglesia afirmando la divinidad tanto del Hijo (contra los arrianos) como del Espíritu Santo (contra los pneumatómacos), el credo niceno paso a denominarse Credo niceno-constantinopolitano. El concilio también tomó medidas respecto a:

§  La condena del Arrianismo, el Macedonianismo y el Apolinarismo (Canon 1).
§  La delimitación de las provincias eclesiásticas, prohibiéndose a los titulares de cada diócesis interferir en los asuntos de otra (Canon 2).
§  La declaración de Constantinopla como la "Nueva Roma" elevando su obispo a la dignidad de patriarca, segundo en el orden jerárquico tras el obispo de Roma (Canon 3).
§  La invalidez de la consagración de Máximo como obispo de Constantinopla (Canon 4).
§  La condena del Priscilianismo doctrina herética defendida por Prisciliano.

Al final de este Concilio, el Emperador Teodosio emitió un decreto imperial (30 de Julio), declarando que las iglesias debían restaurar a aquellos Obispos que habían confesado la igualdad en la Divinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El carácter ecuménico de este Concilio, en el que no participó ningún representante de la Iglesia occidental, fue confirmado por el Concilio de Calcedonia en 451.[2]

           iii.        Concilio de Éfeso (431)

Tercer Concilio ecuménico, celebrado en junio-julio del 431 en Éfeso, antigua ciudad de Jonia cerca del mar Egeo, que condenó a Nestorio por admitir dos personas en Cristo y negar la maternidad divina de María.

Teodoro, obispo de Mopsuestia, que es el padre de un sistema defendido ulteriormente desde el 428 por Nestorio, obispo de Constantinopla, llamado nestorianismo, será el objeto del debate en el Concilio de Éfeso. A partir de los últimos meses del 428, Nestorio, más orador que teólogo, se puso a propagar sus teorías junto a un obispo llamado Anastasio, señalando públicamente que la denominación Theotokos que se daba habitualmente a María era un contrasentido y que María solo era la madre del hombre Jesucristo: anthropotokos. A lo más se la podría llamar Christotokos. Tal doctrina fue criticada, pero Nestorio obtuvo la ayuda del emperador Teodosio II, quien reprimió con violencia todas las protestas.

Habiéndose enterado de las intrigas, el obispo Cirilo de Alejandría, puso en guardia a sus fieles contra la nueva herejía. Lo mismo hizo con la corte imperial. Además, envió dos cartas a Nestorio con la esperanza de que revisara su posición. Sólo recibió respuestas ásperas. Finalmente, expuso toda la controversia en una larga memoria dirigida al papa Celestino I, adjuntando un memorando, que refutaba los errores de su adversario. Entretanto, Nestorio había pedido la convocación de un Concilio que demostrase su inocencia. Informado por ambas partes, Celestino I, convoco a un Concilio de obispos occidentales celebrado en Roma en agosto del 430, condenó como herética la doctrina de Nestorio y le amenazó con la excomunión en el caso de que no se retractara de su error.  Celestino I, ordenó además a Cirilo que ejecutase la sentencia y notificase la amenaza a Nestorio. En consecuencia, Cirilo reunió en Alejandría un sínodo de obispos egipcios en donde se redactó una carta sinodal, fechada el 3 nov. 430, destinada a Nestorio, que terminaba con los 12 anatematismos que se han hecho célebres después. .

Antes que el ultimátum de Cirilo dirigido a Nestorio llegase a Constantinopla, Nestorio había buscado apoyo en el Emperador, que le era favorable. Así Teodosio II, convocó por medio de un decreto del 19 nov. 430 un Concilio general para Pentecostés (7 de junio) del 431, en Éfeso. Sin duda, ni S. Celestino ni S. Cirilo habían querido llevar el asunto tan lejos. La carta circular iba dirigida de común acuerdo con el Emperador de Occidente, Valentiniano III, a todos los metropolitanos, y se les ordenaba estrictamente que fueran a Éfeso con el fin de resolver las controversias y los asuntos pendientes. Teodosio envió una severa carta a Cirilo de Alejandría con el fin de intimidarlo a fin de que no se presente como juez, sino como acusado.

En Occidente, el llamamiento imperial no tuvo ningún éxito. Celestino I, que fue invitado, respondió a Teodosio que no podía ir al Concilio., pero que se haría representar por sus delegados a quienes había dado instrucciones muy precisas de mantenerse estrechamente unidos a Cirilo de Alejandría,. África, asolada por los vándalos envió solamente al diácono Bessula representando a Capreolo, obispo de Cartago. S. Agustín, celebridad teológica, había recibido una invitación, pero todavía se ignoraba en Constantinopla que acababa de fallecer el 28 ag. 430. Ni Valentiniano III, ni Teodosio II estaban presentes en el sínodo. De los 200 obispos que participaron aproximadamente, la gran mayoría pertenecía, a la Iglesia de Oriente, comprendido Egipto. [3]

Después de mucha espera e inconveniencia. En la primera sesión del concilio, celebrada el 22 de junio, y aprovechando la ausencia de Nestorio que se negaba a comparecer hasta que no llegara a Éfeso su amigo el patriarca Juan de Antioquía, se procedió a condenar la doctrina nestoriana como errónea, decretando que Cristo era una sola persona con sus dos naturalezas inseparables. Asimismo decretó la maternidad divina de María. Cirilo logró además que se aprobara un decreto redactado por él que deponía y excomulgaba a Nestorio. El 27 de junio llegó a Éfeso Juan de Antioquía, celebrando inmediatamente una asamblea paralela en la que acusa a Cirilo de herejía arriana, por lo que se procedió a su condena y deposición. El 10 de julio llegaron los legados papales (los obispos Arcadio y Proyecto y el representante personal del papa Celestino I, Felipe), que aprueban la sesión celebrada el 22 de junio y con ello la condena de Nestorio.

La solución no satisfizo a ninguno y ambos comenzaron a hacer presión sobre el emperador. Teodosio finalmente mandó publicar las decisiones del concilio, confirmando la condena de Nestorio, enviándolo al monasterio de Eutropio y nombrando un nuevo patriarca de Constantinopla, Candidiano. Dado que Nestorio continuó publicando obras y difundiendo sus ideas fue trasladado a diversas prisiones hasta llegar a Egipto. Allí publicó todavía el Libro de Heráclides. El nestorianismo se propagó desde Edesa y luego, perseguido en todo el imperio, en Persia y de ahí a India y Turquía.

En Éfeso se afirmará lo siguiente: "Pues, no decimos, que la naturaleza del Verbo, transformada, se hizo carne; pero tampoco que se trasmutó en el hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; sino más bien, que habiendo unido consigo el Verbo, según hipóstasis o persona, la carne animada de alma racional, se hizo hombre, no por la sola voluntad o complacencia, pero tampoco por la asunción de la persona sola, y que las naturalezas que se juntan en verdadera unidad son distintas pero que de ambas resulta un solo Cristo e Hijo,... ...de esta manera no tuvieron inconveniente en llamar Madre de Dios a la Santa virgen."[4]


            iv.        Concilio de Calcedonia (451)

Nicea y Calcedonia son los Concilios de mayor importancia para la Cristología. El de Nicea explicó la fe apostólica en la divinidad de Cristo definiendo la consustancialidad del Verbo con el Padre. El Concilio de Calcedonia, completó lo iniciado en el de Éfeso, y supone prácticamente la culminación de la teología sobre el Verbo Encarnado. Éfeso definió que en Cristo hay una sola Persona, el Verbo, que es también Persona para la naturaleza humana. Y que la unión de las naturalezas, sin mezclarse, tiene lugar en la Persona. Pero a algunos de los seguidores de Cirilo no les gustaba hablar de dos naturalezas después de la unión, porque les parecía que era acercarse al nestorianismo.

En ese clima surge el error de Eutiques que afirma que si bien Cristo es Persona de dos naturalezas, por la unión que hay entre ambas, al momento de unirse ya no subsiste la humana pues esta habría quedado absorbida en la divina. A este error se le denominará luego “monofisismo” (una sola naturaleza). En 448 la doctrina de Eutiques es condenada por el Sínodo de Constantinopla y el Patriarca de esa Iglesia se lo comunica por carta al Papa León Magno. Éste, para ayudarle a clarificar la doctrina, le envía, también por carta, un documento de su Magisterio, denominado desde entonces el “Tomo a Flaviano” ó “Tomo Leonino”. Las ideas de Eutiques encontraron pronto opositores convencidos: entre ellos, Teodoreto de Ciro, Eusebio de Dorilea y Flaviano, patriarca de Constantinopla. En cierto modo, el conflicto monofisita se planteó también como una pugna entre las sedes de Alejandría y de Constantinopla.

El Tomo Leonino es una magnífica síntesis de la doctrina sobre la Unión Hipostática. Su importancia está en que constituirá la luz y guía del Concilio de Calcedonia. Pues después de afirmar la fe de Nicea y la de Efeso, afirma la total integridad y perfección de las dos naturalezas, unidas en el único sujeto: la divinidad no ha anulado nada de la humanidad; las dos naturalezas permanecen “sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación”.

El concilio se reunió en Calcedonia en octubre de 451. Asistieron unos 600 obispos, de los que solamente tres eran occidentales, los delegados de León Magno. Frente a la mayor estabilidad del imperio romano oriental, en occidente hay que tener en cuenta que en ese año 451 se produciría el enfrentamiento con los hunos de Atila. El Concilio duró poco tiempo, el mes. El momento álgido fue la lectura del Tomo Leonino. Aquí el texto central aprobado:

”Siguiendo a los a los Santos Padres, enseñamos todos concordemente que ha de confesarse uno sólo y mismo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, verdadero Dios y verdadero hombre, de alma racional y cuerpo, consustancial al Padre según la divinidad y consustancial a nosotros según la humanidad, en todo semejante a nosotros, excluido el pecado (Heb 4, 15); antes de los siglos engendrado por el Padre según la divinidad, y según la humanidad por la Virgen Madre de Dios, en los últimos tiempos. Creemos en un solo y mismo Cristo Señor Hijo Unigénito, en dos naturalezas sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, no habiendo sido nunca suprimida la diferencia de las naturalezas por motivo de la unión, al contrario, salvada la propiedad de ambas naturalezas, que concurren en una sola Persona y en una sola hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino un mismo y solo Hijo Unigénito Dios Verbo Señor Jesucristo… como el mismo Jesucristo nos enseñó, y como nos trasmitió el Símbolo de los Padres”.

Destaca en primer lugar la fórmula “una Persona en dos naturalezas”, y no “dos naturalezas en una Persona”. Calcedonia pensó mucho esta expresión. Cuando se dice “dos naturalezas unidas en la Persona” no se dice un error, pero sí se hace una formulación imperfecta. Es más perfecta “una Persona en dos naturalezas” este es el lenguaje acertado. Destaca también el empleo de los 4 adverbios: cualifican a las naturalezas, en concreto a la naturaleza humana: sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. La unidad del sujeto está en la Persona, la duplicidad de sus perfecciones, está en las dos naturalezas. Y las propiedades de las naturalezas se contemplan después de la unión en la persona, no antes. Calcedonia además, por el uso que hace de los términos fisis, ousía, hipóstasis y prósopon unifica la terminología teológica que antes no era del todo coincidente en las distintas Escuelas.[5]

La principal consecuencia del Concilio fue el cisma de los monofisitas. El Patriarca de Alejandría no aceptó el concilio y finalmente terminó por escindir su patriarcado del resto de la Iglesia. También muchos obispos repudiaron el concilio arguyendo que la doctrina de las dos naturalezas era prácticamente nestoriana. En las principales sedes apostólicas del Imperio bizantino, se abrió un período de disputas entre monofisitas y ortodoxos, con diversas vicisitudes, en las que intervinieron a menudo los emperadores. Aquí tienen su origen las antiguas iglesias orientales, que aún hoy rechazan los resultados del Concilio: la Iglesia Ortodoxa Copta que nació de la ruptura del Patriarcado de Alejandría con el resto de la Iglesia, la Iglesia Apostólica Armenia, la Iglesia Ortodoxa Siríaca y la Iglesia Ortodoxa Malankara, de la India.[6]

             v.        II Concilio de Constantinopla (553)

Este concilio se efectuó en Constantinopla (5 de mayo - 2 de junio de 553), y fue convocado por el emperador Justiniano. Asistieron los obispos orientales; sólo estuvieron presentes seis obispos occidentales (África). El presidente fue Eutiquio, Patriarca de Constantinopla. Esta asamblea fue la última fase del conflicto inaugurado por el edicto de Justiniano del 543 contra el origenismo. El emperador estaba persuadido que el nestorianismo continuaba fortaleciéndose con los escritos de Teodoro de Mopsuestia (murió 428),Teodoreto de Ciro (murió 457) y de Ibas de Edesa (murió 457).

Desde el 25 de enero de 547, el Papa Vigilio fue detenido por la fuerza en la ciudad real, originalmente se había negado a participar en la condenación de los Tres Capítulos (es decir, una breve declaración de anatema sobre Teodoro de Mopsuestia y sus escritos, sobre Teodoreto de Ciro y sus escritos, contra Cirilo de Alejandría y el Concilio de Éfeso, y sobre la carta escrita por Ibas de Edesa a Maris, obispo de Hardaschir en Persia). Posteriormente (por su "adjudicados", 11 de abril de 548), Vigilio había condenado los Tres Capítulos (una doctrina realmente censurable), pero él mantuvo explícitamente la autoridad del Concilio de Calcedonia (451) en el cual Teodoreto e Ibas---después de la condenación de Nestorio---habían sido restablecidos a sus sedes. En Occidente nació un fuerte descontento por este paso que parecía un debilitamiento ante el poder civil en asuntos puramente eclesiásticos, y una injusticia hacia hombres muertos desde hacía mucho tiempo y juzgados por Dios; todo era de lo más inaceptable ya que la mente occidental no tenía un conocimiento preciso de la situación teológica entre griegos de esa época. Como consecuencia de esto Vigilio había persuadido a Justiniano para devolver el documento papal antes mencionado, y proclamar una tregua en ambas partes hasta que se pudiese convocar un concilio general para decidir sobre estas controversias. Ambos, el emperador y los obispos griegos, violaron esta promesa de neutralidad; el primero en particular, publicando (551) su famoso edicto, Homología Tes Pisteos, condenando de nuevo los Tres Capítulos, y rehusándose a retirarlo.

Por su protesta, Vigilio sufrió acto seguido varias indignidades personales de manos de la autoridad civil y casi pierde su vida; finalmente se retiró a Calcedonia, desde donde informó a la cristiandad del estado de los asuntos. Pronto los obispos orientales buscaron reconciliarse con él, y le indujeron a regresar a la ciudad, y retiraron todo lo que se había hecho hasta el momento en contra de los Tres Capítulos; el nuevo patriarca, Eutiquio, sucesor de Menas, presentó (6 de enero de 530) su profesión de fe a Vigilio y, en unión con los otros obispos orientales, urgió al llamado a un concilio general bajo la presidencia del Papa.

Vigilio estaba dispuesto, pero propuso que debía ser celebrado en Italia o Sicilia, con un número igual de delegados de Oriente y de Occidente, Justiniano no estuvo de acuerdo con esto, quien inauguró el concilio bajo su propia autoridad en la fecha y forma antedichas. Vigilio rehusó participar, no sólo debido a la abrumadora proporción de obispos orientales, sino también por miedo a la violencia, además, ninguno de sus predecesores había tomado parte personalmente en un concilio oriental. Se sostuvieron ocho sesiones, siendo el resultado la condena final de los Tres Capítulos por los 165 obispos presentes en la última sesión (2 de junio de 553) en catorce anatemas similares a los trece emitidos previamente por Justiniano.

Mientras tanto Vigilio había enviado al emperador (14 de mayo) una primera declaración, firmado por él mismo y dieciséis obispos, la mayoría occidentales, en el cual se condenaba dieciséis proposiciones heréticas de Teodoro de Mopsuestia, y, en cinco anatemas, se repudió su enseñanza cristológica; sin embargo, se prohibió condenar su persona o ir más lejos en la condena de los escritos o la persona de Teodoreto, o de la carta de Ibas.  La oposición de Vigilio no se basaba en materias doctrinales sino en un miedo delicado a lesionar la autoridad del Concilio de Calcedonia, especialmente en el Occidente. Lo que pretendía Vigilio era salvaguardar el pronunciamiento del Concilio de Calcedonia, que condenaba al nestorianismo y sus simpatizantes, quienes ahora estaban coaligados con los numerosos enemigos de Orígenes y disfrutando del apoyo de la emperatriz Teodora (548).  

Justiniano reaccionó ordenando el destierro de Vigilio si este no aceptaba íntegramente las decisiones del concilio, por lo que Vigilio tuvo que presentarse personalmente en el concilio y retractarse emitiendo la segunda declaratoria, por fin condenó independientemente los Tres Capítulos. El concilio también condenó las tesis expuestas por Orígenes impregnadas de platonismo.[7]

            vi.        III Concilio de Constantinopla (680-681)

Se celebró del 7 de noviembre de 680 al 16 de septiembre de 681, también recibe el nombre de Concilio Trullano, en alusión a la sala del palacio imperial donde se realizó, que llevaba el nombre de trullos (cúpula). Fue convocado por el emperador romano de oriente Constantino IV, y presidido por él en persona. El motivo de convocar el concilio, desde el punto de vista doctrinal, fue el problema de la herejía del monotelismo, que admitía en Cristo una sola voluntad y una sola operación o principio de operación, a saber: la divina. Es un sucedáneo del monofisismo que sólo admite en el hombre-Dios una sola naturaleza: el Logos.

Durante esta época, los emperadores, intervenían en las cuestiones dogmáticas y terminaban mezclando el debate político con las cuestiones de doctrina teológica, intentando alcanzar una paz ideológica dentro de un Imperio cada vez más heterogéneo. No se puede olvidar que en un sistema teocrático como el bizantino, la unidad política depende de la unidad religiosa; y esta unidad religiosa es buscada acudiendo a una formulación dogmática de compromiso. La tendencia de los sucesores del emperador Justiniano —tanto Zenón (474-475, 476-491) como Justino II (565-578) que condenaba los Tres Capítulos— fue, la de buscar soluciones intermedias que, a la larga, favorecieron la vuelta de los obispos monofisitas. Tales directrices llegaron poco antes de la ocupación persa, que redujo notablemente el control bizantino sobre Asia Menor, Siria y Egipto.

El emperador Heraclio (610-641), al recuperar los territorios perdidos, encontró varios focos de monofisismo entre las comunidades cristianas. Para poner fin a las polémicas, Sergio (610-638), patriarca de Constantinopla, propuso una nueva doctrina, a la cual se adhirió también el emperador Heraclio. La tesis del patriarca Sergio intentaba ser una vía intermedia y según ésta, en Jesús se dan, ciertamente, dos naturalezas inconfusas pero un sólo tipo de operaciones (monoenergeia). Más tarde terminó atribuyendo a Jesús también una única voluntad (monotelismo), porque la voluntad humana de Jesús estaría movida por su voluntad divina de tal modo que la voluntad humana sería totalmente pasiva, sin producir un propio querer humano. Mediante la doctrina de una nueva fórmula: el único y mismo Cristo operante “con la única energía teándrica”. Ciro, electo patriarca de Alejandría en 631, se empeñó en tal meta, a la cual también se unió desde Roma el papa Honorio.

Aunque parecía un simple acuerdo, rápidamente encontró obstáculos, tanto en los monofisitas de Siria como en los calcedonenses en Egipto. El monje Sofronio, elegido patriarca de Jerusalén en 634, atacó duramente tal solución, pues iba en detrimento de los logros doctrinales de Calcedonia. También el papa Honorio terminó apoyando esta postura. Entonces el patriarca Sergio presentó una nueva solución, por la cual, prescindiendo de la energía, afirmaba la presencia en Cristo de una sola voluntad; es decir, “el monotelismo”. La nueva doctrina, sostenida en Bizancio por la Iglesia y el Estado, fue condenada por el emperador por medio del decreto ekthesis “exposición de fe” del 638, que debería constituir la nueva carta de la unidad religiosa del Imperio. Estos intentos en vez de acercar la brecha entre monofisitas y calcedonences la atenuaban más. No se había podido sanar la división religiosa. Mientras tanto, Heraclio abría una brecha para la expansión islámica, que se extendía con una fuerza incontrolable.

La situación política se agravo tras la muerte del emperador Heraclio y la deposición de su hijo al cargo. Constante Pogonato, hijo de Constantino, nuevo emperador, se encontró, además de los tradicionales enemigos, los Eslavos, que le acosaban por la espalda, con el deber de hacer frente a los árabes, ya en posesión de las provincias orientales del Imperio. basta pensar que en Alejandría el patriarca monofisita Benjamín se sometió espontáneamente a los Árabes, declarándose en contra de Bizancio. En este contexto adquiere relieve la figura de San Máximo el Confesor, que, siendo sólo un monje, pero con gran autoridad teológica, entró en la controversia monotelita y monoenergita, antes en África y finalmente en Roma y Constantinopla.

En el año 645, en Cartago, el patriarca monotelita de Constantinopla, Pirro, exiliado, realizó un debate público con Máximo ante Gregorio, prefecto de África, este debate ofrece una idea de la complejidad del problema cristológico, pero también ilustra como para Máximo, si Jesucristo era el nuevo principio de la vida del cristiano, necesariamente Él era verdadero Dios y hombre completo. Probablemente Máximo estaba convencido de que detrás de las proposiciones controversiales renacían los problemas dramáticos de Nicea y Calcedonia: en Cristo existían dos naturalezas y por tanto eran consecuentes dos voluntades y dos modos de obrar, o energías; sin embargo, la facultad de querer pertenece a la naturaleza; el hecho de elegir y de querer es propio de la persona, por lo tanto, en Cristo, el Logos inclina las determinaciones del querer (querer gnómico) y guiaba la voluntad humana junto a la divina dejando fuera el pecado y el error.

A comienzos del 646, el suceso de la argumentación de Máximo indujo a varios obispos africanos a convocar un sínodo, condenando como herético el monotelismo sostenido por el patriarca y el gobierno bizantino. La situación se hizo más crítica cuando el prefecto Gregorio se reveló contra el Emperador sin tomar en cuenta la amenaza árabe que se cernía sobre la costa africana desde la conquista de Alejandría en el 642. Casualmente en el 647 los árabes asaltaron el territorio de norte de África. El prefecto perdió la vida en la batalla y la estructura del imperio se debilitó más aún. Los hechos acaecidos eran una prueba de lo peligroso de las fracturas teológicas en el Imperio.

El Emperador, con el decreto “Typos” en 648 prohibió más discusiones sobre el problema de la energía y de la voluntad de Cristo, aboliendo “la exposición de fe” y trasladando las discusiones a su punto de partida. La disputa, entonces, se complicó en Roma, a donde Máximo se trasladó con el patriarca Pirro. En el 649. El papa Martín reunió en Roma un sínodo, en el cual fueron rechazados tanto el Ekthesis como el Typos y fue definida la doctrina de las dos voluntades en Cristo, excomulgándose a los patriarcas Sergio, Paolo, Porro y Ciro. El emperador reaccionó haciendo capturar al Papa y trasladándolo a Bizancio, donde fue procesado y exiliado al Quersoneso. Allí murió el 16 de septiembre de 655. La misma suerte compartió Máximo, hecho prisionero y conducido a la capital. El año de la muerte del Papa sufrió un juicio que le procuró el exilio. Procesado más adelante, por no adherirse a la voluntad imperial, luego de numerosas travesías, murió martirizado en Lazica el 13 de agosto de 662.

Si bien Máximo desapareció bajo el poder imperial, sus ideas continuaron viviendo en las disputas teológicas de los siglos sucesivos. El emperador murió asesinado, en Sicilia, en Siracusa. Durante el período de su sucesor, Constantino IV (668-685), los árabes aparecieron una vez más en Asia Menor; en el 674 atacaron Constantinopla asediándola reiteradamente sin conseguir conquistarla. La resistencia de la capital significó un cambio histórico en la lucha contra el islam, acrecentando el prestigio de Bizancio. Sin bien la capital no había caído, gran parte del territorio estaba en manos de los árabes, sobre todo aquellos que simpatizaban, primero con el monofisismo y después con el monotelismo. La Iglesia monofisita, jacobita y monotelita, bajo el dominio árabe no constituyeron más un problema para el Imperio.

El emperador Constantino IV Pogonato, ya en el año 679 había enviado un carta al papa Dono (676-678), en la cual le solicitaba que enviara a Constantinopla una delegación de obispos, pero la carta llegó cuando el Papa había muerto. Su sucesor Agatón (678-681) envió la delegación hasta el año 680, conformada por tres obispos italianos, tres apocrisiarios pontificios, un representante del arzobispo de Ravena y cuatro monjes de los conventos griegos de occidente. El 10 de septiembre, Constantino IV ordenó al patriarca Jorge que convocará a Concilio a los obispos de su patriarcado y que enviara entre ellos a Macario I, patriarca de Antioquía, que se encontraba en Constantinopla con sus obispos. El 7 de noviembre, en la gran sala de la cúpula del palacio imperial se abrió el concilio, que tuvo lugar hasta el 20 de marzo de 681.

Participaron en el concilio, además de la delegación papal, Macario I, que era un enardecido monotelita, los representantes delegados de los patriarcas de Jerusalén y de Alejandría y los obispos del Ilírico oriental y de todas las regiones del imperio, cuyo número varía de una sesión a otra; sin embargo, la profesión de fe final fue firmada por 161 obispos y por dos diáconos representantes de sus respectivos obispos. Largas fueron las discusiones de carácter dogmático.

Durante la sesión, examinaron las cartas dogmáticas escritas por Sergio, en su tiempo patriarca de esta ciudad [Constantinopla]..., de Ciro que entonces era obispo de Fasi, como a Honorio que era obispo de la antigua Roma y la carta [Scripta fraternitatis, del año 634] con la cual este último, es decir Honorio, respondió a Sergio. … Y se concluyo como declaración de fe la condena del papa Honorio,  y a los obispos como herejes perpetuos de la nueva doctrina, Sergio y Pirro, ...juntamente con Honorio, que concedió su favor a las depravadas afirmaciones de ellos . Respecto al papa Honorio, León II dejó claro en su carta al emperador el motivo de la condena: no habiéndose esforzado para hacer resplandecer la fe apostólica, permitió que esta fe inmaculada fuese mancillada.

El emperador asistió a la décimo octava sesión, que se tuvo el 16 de septiembre, en la cual se recitó la profesión de fe del II Concilio de Constantinopla:

Predicamos igualmente en Él [Cristo] dos voluntades naturales o quereres y dos operaciones naturales, sin división, sin conmutación, sin separación, sin confusión, según la enseñanza de los santos Padres; y dos voluntades, no contrarias (...) sino que su voluntad humana sigue a su voluntad divina y omnipotente, sin oponérsele ni combatirla, antes bien, enteramente sometida a ella. Era, en efecto, menester que la voluntad de la carne se moviera, pero tenía que estar sujeta a la voluntad divina del mismo (...). Porque a la manera que su carne dice y es carne de Dios Verbo, así la voluntad natural de su carne se dice y es propia de Dios Verbo, como Él mismo dice: «Porque ha bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del Padre, que me ha enviado» [Jn 6, 38], llamándola suya la voluntad de la carne, puesto que la carne fue también suya (...) Glorifiquemos también dos operaciones naturales, sin división, sin conmutación, sin separación, sin confusión, en el mismo Señor nuestro Jesucristo, nuestro verdadero Dios, esto es, una operación divina y otra operación humana (...) Porque no vamos a admitir una misma operación natural de Dios y de la criatura, para no levantar lo creado hasta la divina sustancia ni rebajar tampoco la excelencia de la divina naturaleza al puesto que conviene a las criaturas

El concilio, al final, dirigió un homenaje al emperador y envió una carta al papa Agatón. Después que los legados del Papa volvieron de Constantinopla a Roma, León II envió varias cartas proclamando la validez del Concilio.

El aporte fundamental del Tercer Concilio de Constantinopla fue la definición dogmática respecto a las voluntades y operaciones de Jesús. Este Concilio cierra, por así decirlo, el ciclo de los concilios cristológicos. Es, a la vez, continuación de los concilios anteriores. Esto se ve especialmente cuando aplica a las voluntades y a las operaciones de Jesús los términos que el Concilio de Calcedonia había aplicado a las dos naturalezas; es una consecuencia necesaria, ya que voluntad y operaciones son propias de las dos naturalezas. De hecho, una naturaleza humana sin una efectiva voluntad humana sería una naturaleza profundamente mermada; Cristo no sería entonces perfecto hombre. Por otra parte, resume la doctrina sobre Cristo tal como la entendieron los Padres de la Iglesia desde los primeros tiempos. San Atanasio, comentando Mt 26, 39, dice:

Jesús manifiesta allí dos voluntades, la voluntad humana que es aquella de la carne y la voluntad divina que es de Dios; la voluntad humana pide, por la debilidad de la carne, el alejamiento del sufrimiento; sin embargo la voluntad divina está dispuesta.

Por otra parte, San Juan Damasceno dice:

Existe en Nuestro Señor Jesucristo, según la diversidad de naturalezas, dos voluntades, no contrarias. Ni la voluntad natural, ni la natural facultad de querer, ni las cosas que están naturalmente sujetas, ni el ejercicio natural de la misma voluntad, son contrarias a la voluntad divina. La voluntad divina creó todas la cosas naturales. Solamente lo que es contrario a la naturaleza lo es también a la voluntad divina, como el pecado, que Jesucristo no tomó. Mas porque una es la persona de Jesucristo y uno el mismo Jesucristo, uno es también el que quiere por medio de cada una de las dos naturalezas[8]

2)   Los grandes Capadocios

En su exposición teológica del misterio trinitario partieron de la diferencia entre las tres Personas, mientras que los latinos habían arrancado anteriormente de la naturaleza divina única y de sus acciones. Partiendo de la triple realidad personal atestiguada en los escritos apostólicos, intentaron avanzar hacia un concepto que expresara la unidad esencial. El haberlo conseguido se debe en gran parte a que enriquecieron el vocabulario teológico con el aporte de términos filosóficos precisos. De este modo utilizaron para significar la diferencia personal el concepto de hypostasis, distinguiéndolo del de ousía.

Basilio de Cesarea escribía a su amigo Anfiloquio de Iconio: "La sustancia y la hypóstasis se distinguen entre sí lo mismo que lo común y lo particular, como, por ejemplo, entre lo que en el animal hay de general y tal hombre determinado. Por eso reconocemos una sola sustancia en la divinidad, de tal modo que no se pueden dar del ser dos definiciones diferentes; la hypóstasis, por el contrario, es particular, tal como lo reconocemos, ya que en nosotros hay una idea clara y distinta sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En efecto, si no consideramos los caracteres que se han definido para cada uno, como la paternidad, la filiación y la santificación, y si no confesamos a Dios más que según la idea común del ser, nos es imposible dar una sana razón de nuestra fe. Por consiguiente, hay que unir lo que es particular a lo que es común y confesar así la fe: lo que es común es la divinida, lo que es particular es la paternidad; luego, hay que reunir estas nociones y decir: Creo en Dios Padre. En la confesión del Hijo hay que decir lo mismo (..) Y lo mismo para el Espíritu Santo (...) Así quedará plenamente salvaguardada la unidad en la confesión de la única divinidad y lo que es particular a las personas se confesará en la distinción de las propiedades particulares que el pensamiento atribuye a cada una" (Epístola 236,5).

Con todo, esta distinción de una sustancia y tres hypóstasis seguía expuesta al equívoco, ya que podía imaginarse que la unidad de las tres personas era semejante a la de tres hombres que tienen en común la misma naturaleza humana. La esencia divina, a pesar de ser común a las tres hipóstasis, es con todo numéricamente única, de tal modo que no hay una divinidad del Padre, otra del Hijo y otra del Espíritu Santo (como sí cada hombre tiene su humanidad individual que lo distingue de los otros hombres). Las Personas divinas no son más que un único Dios. Las personas humanas son distintos hombres.

De este modo, hubo un aspecto en que los capadocios prolongaron y completaron el símbolo Niceno: ellos fueron quienes aplicaron a la tercera Persona divina su idea de homousía intratrinitaria. Gregorio de Nacianzo explica la consustancialidad del Padre y el Espíritu (y del Hijo y del Espíritu) a partir de las expresiones que se aplican al Espíritu en los escritos apostólicos: "Cuando se añade a ellas la de Otro Consolador (Jn 14,16) y, por así decirlo, de Segundo Dios, cuando se sabe que la blasfemia contra el Espíritu es el único pecado irremisible (Mt 12,31) ... ¿crees que se proclama la divinidad del Espíritu o alguna otra cosa? ¡Qué dura ha de ser tu inteligencia y qué lejos estás del Espíritu, si dudas de esto y si es necesario que te lo enseñe!" (Discurso teológico V). Basilio, en cambio, en su obra Sobre el Espíritu Santo, deduce del mandato bautismal (Mt 28,19) la común naturaleza del Espíritu con el Padre y el Hijo a partir de las acciones del Espíritu: la santificación y divinización del cristiano. Sigue en esto a Atanasio: "Si la participación del Espíritu nos comunica la naturaleza divina, sería una locura decir que el Espíritu es de naturaleza creada y no de naturaleza divina" (Primera carta a Serapión 2,24).

Los debates que se desarrollaron durante el concilio de Constantinopla (el segundo ecuménico) fueron especialmente violentos. El caos reinó en el aula conciliar, según el relato del obispo de esa ciudad: "Los obispos discutían como una pandilla de devotas reunidas. Era una disputa de niños, el ruido de un taller con todas las máquinas en marcha, un vendaval, un verdadero huracán... Discutían sin orden y, como avispas, iban directos al rostro, todos al mismo tiempo. Los ancianos venerables, lejos de moderar a los más jóvenes, les ponían la zancadilla..." (Gregorio de Nacianzo, Poema sobre su vida v. 1680s).

En cuanto a un símbolo, parece que en ese clima el concilio no elaboró ninguno. Pero desde el siglo V se atribuye a este concilio el símbolo llamado Niceno-constantinopolitano. En cuanto que es una versión ampliada del credo Niceno en el artículo tercero y en cuanto tiende a armonizar la antigua ortodoxia nicena con la nueva ortodoxia capadocia, puede considerarse a este símbolo como una reproducción fiel de las deliberaciones del concilio de Constantinopla.
En el símbolo se refuerza la divinidad del Espíritu Santo de dos maneras: se atribuyen a él los predicados divinos Señor (contra los que no veían en él más que un servidor) y Dador de vida, y se acentúa que el Espíritu es digno de adoración. Contra quienes el Espíritu era una creatura proveniente del Hijo, se formuló que procede del Padre.

Estas peculiaridades del símbolo muestran que el credo Niceno se impuso definitivamente en esa versión nacida de la interpretación de los capadocios, y que este símbolo comportó la victoria de Nicea y de Atanasio en Oriente, así como el acuerdo entre Oriente y Occidente. Fue tal su importancia (y su inclusión en la liturgia lo prueba) que supuso una interpretación definitiva del misterio trinitario: "Creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que procede del Padre, que juntamente con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas" (cf. Denzinger 86).

              i.        Basilio El Grande

(Nació en Cesárea, 329-379) Padre de la Iglesia. Pertenecía a una familia de antigua tradición cristiana: su madre Emelia, su hermana Marina, sus hermanos Gregorio de Nisa y Pedro de Sebaste son venerados como santos. Estudió en Constantinopla y en Atenas e íntimo con su condiscípulo Gregorio Nacianceno. Conoció también al emperador Juliano. Concibió entonces el deseo de consagrarse al ahondamiento espiritual: recibió el bautismo, visitó a eremitas de Oriente y marchó a un cenobio no lejos de Neocesarea. Ordenado en 364, fue elegido obispo de Cesárea (370). Contrario al arrianismo, se negó a abrir sus iglesias a los herejes e hizo caso omiso de las amenazas del emperador. Fue, sobre todo, el iniciador de la vida cenobítica. Entre sus muchas obras, cabe destacar numerosas homilías, tratados sobre la vida monástica y un abundante epistolario.

             ii.        Gregorio De Nisa

(Cesárea de Capadocia, 335-Nisa,  394) Padre y doctor de la Iglesia griega. Hermano de Basilio de Cesárea, fue maestro de retórica y esposo de Teosebia, con la que se casó muy joven y a la que permaneció siempre profundamente vinculada. Basilio le recomendó que aceptara en 371 el obispado de Nisa. En 376 fue depuesto a consecuencia de intrigas arrianas apoyadas por el emperador Valente. Teodosio, nuevo emperador, le devolvió a su sede (378). Tras la muerte de san Basilio (379), se concentró en la tarea de proseguir su obra. Destacó en el Concilio de Constantinopla (381). Junto a sus tratados dogmáticos, elaboró una teología de la vida mística, sobre todo en sus Homilías sobre el Cantar de los Cantares, que le unen, como gran teólogo, a la fuerte corriente monástica del s. IV.

          iii.        Gregorio De Nacianzo

Gregorio Nacianceno (nacido en Nacianzo, Capadocia del Imperio romano, 329 y fallecido en el mismo lugar en el 25 de enero de 389), Su padre fue un judío converso, obispo de Nacianzo por 45 años (Gregorio El Mayor), su madre, santa Nona. Estudió en Cesarea, en Palestina y leyes por diez años en Atenas, donde conoció a Basilio y el futuro emperador, Julián el Apóstata, volvió a Nacianzo a los 30 años (aprox.) y se unió a Basilio por 2 años en vida solitaria. Aunque prefería la vida solitaria, regresó para ayudar a su padre anciano en la administración de la diócesis. Fue ordenado contra su voluntad por su padre en el 362. Huyó para volver a la vida monacal con Basilio. Pero en 10 semanas regresó a sus responsabilidades como sacerdote. Escribió una apología sobre las responsabilidades del sacerdote. Alrededor del 372, fue consagrado obispo por Basilio de Sasima pero no lo aceptó. Siguió como coajutor de su padre. Esto causó la ruptura de la amistad entre Basilio y Gregorio reconciliándose después. Se retiró por 5 años a un monasterio en Seleucia, Isauria. Al morir el emperador Valens un grupo de obispos lo invitaron a Constantinopla. La ciudad había sido dominada por 30 años por los arrianos. Fue nombrado obispo. Sufrió mucho por difamaciones y persecución de los arrianos y otros herejes.


3)   Los grandes Teólogos del periodo

              i.        Ambrosio de Milan

Es uno de los cuatro grandes doctores de la Iglesia latina. Nació hacia 340 en Tréveris, pero fue criado en Roma. Fue elegido obispo de Milán en 374, aunque era un simple catecúmeno. Fue él quien en 387 bautizó a san Agustín. Se hizo popular por la firmeza de que diera pruebas en 390 ante el emperador Teodosio, a quien prohibió el acceso a su iglesia después de las matanzas de Tesalónica, hasta que el emperador hizo pública penitencia. En 393 Teodosio I prohibió los juegos olímpicos, por considerarlos paganos, influenciado por Ambrosio. Más guerrero que intelectual fue el primer cristiano en conseguir que se reconociera el poder de la Iglesia por encima de la del Estado, y desterró definitivamente en sucesivas confrontaciones a los paganos de la vida política romana. Al principio el reparto de poder entre cristianos y paganos estaba más o menos en equilibrio con Graciano, emperador romano y cristiano católico. Pero Graciano fue asesinado y Roma pasó a manos de Valentiniano II, que era menor de edad y por tanto su madre Justina detentó el poder real. Justina era arriana, por lo que la lucha entre paganos, herejes y católicos se acentuó definitivamente.

La llamada guerra de las estatuas enfrentaba desde Constantino a las diversas religiones con representación en el senado. En el 384, el partido pagano aprovechó la debilidad de Valentiniano II para devolver la Estatua de la Victoria al senado, lo que provocó la ira de Ambrosio. Finalmente Ambrosio hizo declarar a Valentiniano II que los emperadores tenían que estar a las órdenes de Dios al igual que los ciudadanos tenían que estar a las órdenes del emperador como soldados. A partir de aquí, Ambrosio consigue hacer efectiva una demanda por la que la Iglesia ostenta un poder superior no solo al Estado Romano sino a todos los estados. Durante el reinado de Teodosio, éste habría ordenado a un obispo local que sufragara los daños de la destrucción de una sinagoga a manos de los cristianos. El emperador estaba dispuesto a acabar con esas prácticas intimidatorias. Ambrosio se opuso de nuevo, y consiguió del emperador que declarara libre a la iglesia de tener que responder por tales cuestiones. Murió en Milán en 396, donde fue enterrado cerca de las reliquias de los santos Gervasio y Protasio, según sus deseos, y posteriormente, bajo el altar mayor de la basílica que lleva su nombre.[9]

             ii.        Agustín de Hipona

Es uno de los cuatro grandes doctores de la Iglesia latina. Nació en 354 en Tagaste, cerca de Hipona, en el norte de África. Estudió retórica en Cartago, luego en Roma hacia donde se fugó en 383. En sus Confesiones ha contado los extravíos de su juventud disipada y la obstinación con que se ató a la herejía de los maniqueos. Su conversión tardía, por la influencia de las plegarias de su madre Mónica y las instrucciones de Ambrosio, tuvo lugar en Milán, en 387.

Inspirado por el tratado filosófico Hortensius  del orador y estadista romano Cicerón, Agustín se convirtió en un ardiente buscador de la verdad, estudiando varias corrientes filosóficas antes de ingresar en el seno de la Iglesia. Durante nueve años, del año 373 al 382, se adhirió al maniqueísmo, filosofía dualista de Persia muy extendida en aquella época por el Imperio Romano de Occidente. Con su principio fundamental de conflicto entre el bien y el mal, el maniqueísmo le pareció a Agustín una doctrina que podía corresponder a la experiencia y proporcionar las hipótesis más adecuadas sobre las que construir un sistema filosófico y ético. Además, su código moral no era muy estricto; Agustín recordaría posteriormente en sus Confesiones: "Concédeme castidad y continencia, pero no ahora mismo". Desilusionado por la imposibilidad de reconciliar ciertos principios maniqueístas contradictorios, Agustín abandonó esta doctrina y dirigió su atención hacia el escepticismo.

Hacia el año 383 se trasladó de Cartago a Roma, pero un año más tarde fue enviado a Milán como catedrático de retórica. Aquí se movió bajo la órbita del neoplatonismo y conoció también al obispo de la ciudad, san Ambrosio, el eclesiástico más distinguido de Italia en aquel momento. Es entonces cuando Agustín se sintió atraído de nuevo por el cristianismo. Un día por fin, según su propio relato, creyó escuchar una voz, como la de un niño, que repetía: "Toma y lee". Interpretó esto como una exhortación divina a leer las Escrituras y leyó el primer pasaje que apareció al azar: "… nada de comilonas y borracheras, nada de lujurias y desenfrenos, nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo, y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias" (Rom. 13, 13-14). En ese momento decidió abrazar el cristianismo. Fue bautizado con su hijo natural por Ambrosio la víspera de Pascua del año 387. Su madre, que se había reunido con él en Italia, se alegró de esta respuesta a sus oraciones y esperanzas. Moriría poco después en Ostia (395).

Agustín regresó al norte de África y fue ordenado sacerdote el año 391, y consagrado obispo de Hipona (ahora Annaba, Argelia) en el 395, cargo que ocuparía hasta su muerte. Fue un periodo de gran agitación política y teológica, ya que mientras los bárbaros amenazaban el Imperio llegando a saquear Roma en el 410, el cisma y la herejía amenazaban también la unidad de la Iglesia. Agustín emprendió con entusiasmo la batalla teológica. Además de combatir la herejía maniqueísta, participó en dos grandes conflictos religiosos: uno de ellos fue con los donatistas, secta que mantenía la invalidez de los sacramentos si no eran administrados por eclesiásticos sin pecado. El otro lo mantuvo con los pelagianos, seguidores de un monje contemporáneo británico que negaba la doctrina del pecado original. Durante este conflicto, que fue largo y enconado, Agustín desarrolló sus doctrinas de pecado original y gracia divina, soberanía divina y predestinación. La Iglesia católica apostólica romana ha encontrado especial satisfacción en los aspectos institucionales o eclesiásticos de las doctrinas de san Agustín; la teología católica, lo mismo que la protestante, están basadas en su mayor parte, en las teorías agustinianas. Juan Calvino y Martín Lutero, líderes de la Reforma, fueron estudiosos del pensamiento de san Agustín.

La doctrina agustiniana se situaba entre los extremos del pelagianismo y el maniqueísmo. Contra la doctrina de Pelagio mantenía que la desobediencia espiritual del hombre se había producido en un estado de pecado que la naturaleza humana era incapaz de cambiar. En su teología, los hombres y las mujeres son salvados por el don de la gracia divina; contra el maniqueísmo defendió con energía el papel del libre albedrío en unión con la gracia. Agustín murió en Hipona el 28 de agosto del año 430. El día de su fiesta se celebra el 28 de agosto.

La importancia de san Agustín entre los padres y doctores de la Iglesia es comparable a la de san Pablo entre los apóstoles. Como escritor, fue prolífico, convincente y un brillante estilista. Su obra más conocida es su autobiografía Confesiones (400?), donde narra sus primeros años y su conversión. En su gran apología cristiana La ciudad de Dios (413-426), Agustín formuló una filosofía teológica de la historia. De los veintidós libros de esta obra diez están dedicados a polemizar sobre el panteísmo. Los doce libros restantes se ocupan del origen, destino y progreso de la Iglesia, a la que considera como oportuna sucesora del paganismo. En el año 428, escribió las Retractiones, donde expuso su veredicto final sobre sus primeros libros, corrigiendo todo lo que su juicio más maduro consideró engañoso o equivocado. Sus otros escritos incluyen las Epístolas, de las que 270 se encuentran en la edición benedictina, fechadas entre el año 386 y el 429; sus tratados De libero arbitrio (389-395), De doctrina Christiana (397-428), De Baptismo, Contra Donatistas (400-401), De Trinitate (400-416), De natura et gratia (415) y homilías sobre diversos libros de la Biblia.[10]

           iii.        Jerónimo Estridón

Nació en Estridón Dalmacia entre el año 331 y el 347, - 420. En Roma estudió latín bajo la dirección del más famoso profesor de su tiempo, Donato, quien era pagano. El santo llegó a ser un gran latinista y muy buen conocedor del griego y de otros idiomas, pero muy poco conocedor de los libros espirituales y religiosos. Pasaba horas y días leyendo y aprendiendo de memoria a los grandes autores latinos, Cicerón, Virgilio, Horacio y Tácito, y a los autores griegos Homero, y Platón, pero casi nunca dedicaba tiempo a la lectura espiritual.

Jerónimo dispuso irse al desierto a hacer penitencia por sus pecados. Pero allá aunque rezaba mucho, ayunaba, y pasaba noches sin dormir, no consiguió la paz, descubriendo que su misión no era vivir en la soledad. De regreso a la ciudad, los obispos de Italia junto con el Papa nombraron como secretario a San Ambrosio, pero éste cayó enfermo, y decidieron nombrar a Jerónimo, cargo que desempeñó con mucha eficiencia. Viendo sus dotes y conocimientos, el Papa San Dámaso lo nombró como su secretario, encargado de redactar las cartas que el Pontífice enviaba, y luego lo designó para hacer la traducción de la Biblia. Las traducciones de la Biblia que existían en ese tiempo tenían muchas imperfecciones de lenguaje y varias imprecisiones o traducciones no muy exactas. Jerónimo, que escribía con gran elegancia el latín, tradujo a este idioma toda la Biblia, en la traducción llamada Vulgata.  Aunque no fue designada como oficial de facto lo fue durante 15 siglos. El Papa San Dámaso I en el Concilio de Roma en el 382, expidió un decreto apropiadamente llamado “Decreto de Dámaso”, en el cual hizo un listado de los libros canónicos del Antiguo y Nuevo Testamentos. Entonces le pidió a San Jerónimo utilizar este canon y escribir una nueva traducción de la Biblia que incluyera un Antiguo Testamento de 46 libros los cuales estaban todos en la Septuaginta, y el Nuevo Testamento con sus 27 libros.

Alrededor de los 40 años, Jerónimo fue ordenado sacerdote. Pero sus altos cargos en Roma y la dureza con la cual corregía ciertos defectos de la alta clase social le trajeron envidias y sintiéndose incomprendido y hasta calumniado en Roma, donde no aceptaban su modo enérgico de corrección, dispuso alejarse de ahí para siempre y se fue a Tierra Santa. Sus últimos 35 años los pasó en una gruta, junto a la Cueva de Belén. Varias de las ricas matronas romanas que él había convertido con sus predicaciones y consejos, vendieron sus bienes y se fueron también a Belén a seguir bajo su dirección espiritual. Con el dinero de esas señoras construyó en aquella ciudad un convento para hombres y tres para mujeres, y una casa para atender a los que llegaban de todas partes del mundo a visitar el sitio donde nació Jesús.

Con tremenda energía escribía contra las diferentes herejías. La Iglesia Católica ha reconocido siempre a San Jerónimo como un hombre elegido por Dios para explicar y hacer entender mejor la Biblia, por lo que fue nombrado patrono de todos los que en el mundo se dedican a hacer entender la Biblia; por extensión, se lo considera el santo patrono de los traductores. Murió el 30 de septiembre del año 420, a los 80 años. [11]



[1] Varo Francisco (1 Abril de 2006) ¿Qué sucedió en el concilio de Nicea?  consultado el 18de mayo del 2011.
[2] (3 mayo del  2011) “Concilio de Constantinopla Iconsultado el 18de mayo del 2011.
[3]  Huerta Vicente (27 de Noviembre 2008) “Concilio de Éfeso” Consultado el 18 de mayo de 2011
[5]  (19/junio/2008)  “El Concilio de  Calcedonia” consultado el 18 de mayo de 2011
[6]  (6 de abril de 2011) “Concilio de Calcedonia” consultado el 19 de mayo de 2011
[7]   “Segundo Concilio Ecuménico de Constantinopla” consultado el 18 de mayo de 2011
[8]  “Concilio de Constantinopla III” consultado el 19 de mayo de 2011
[9]  “Ambrosio de Milán” consultado el 19 de mayo de 2011
[10]Agustín de Hipona” consultado el 19 de mayo de 2011
[11]  (8 de mayo del 2011)“Jerónimo de Estridon” consultado el 19 de mayo de 2011

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