lunes, 25 de agosto de 2014

Octava sesión: Historia Eclesiástica

5. LA IGLESIA MEDIEVAL

1)    Auge y decadencia del papado

          i.      León El Grande

León I el Magno o el Grande (Toscana ha. 390 Roma 461) fue el papa n 45 desde440 hasta461. Primero de los tres papas apodados "El Grande", León era hijo de Quintianus y los datos históricos más antiguos lo sitúan como diácono en Roma bajo el pontificado de Celestino I convirtiéndose en un destacado diplomático con el papa Sixto III quien, a petición del emperador Valentiniano III, lo envía a la Galia con la misión de resolver el enfrentamiento entre Aëcio, el comandante militar de la provincia, y el magistrado Albino. Tras fallecer el papa Sixto III, León es elegido como nuevo pontífice en Roma.

Combatió exitosamente, el maniqueísmo que desde África se había extendido por Italia, el pelagianismo en Aquilea, y  el priscilianismo en España. Durante su pontificado se celebró, el Concilio de Calcedonia (451) contra el monofisismo. El episodio más conocido de su pontificado fue su encuentro, en 452 en la ciudad de Mantua con Atila, el rey de los hunos, quien había invadido el norte de Italia obligando al emperador Valentiniano III a abandonar la corte de Ravena y refugiarse en Roma. León convence a Atila para que no marche sobre Roma logrando la retirada de su ejército tras la firma de un tratado de paz con el Imperio Romano a cambio del pago de un tributo. Otra teoría barajada es que Atila se retiró de Italia debido a la hambruna y epidemias que sufría su ejército. Este hecho tuvo una gran importancia simbólica ya que, aunque el Imperio Romano seguiría existiendo hasta  476, situaba como principal fuerza política de Europa a la Iglesia y no el Imperio. Unos años más tarde, en 455, en una situación similar, los vándalos de Genserico saquearon Roma, pero el papa consiguió que se respetara la vida de sus habitantes y que no fuera incendiada. Murió en el 461. [1]

         ii.      Gregorio El Grande

Gregorio nació en Roma en el año 540, su bisabuelo era el papa Félix III (492), su abuelo el papa Félix IV (530) y dos de sus tías paternas eran monjas. Oficialmente a Gregorio se le adjudica la invención del concepto de Purgatorio. Se dedicó a la política de joven, y en 573 alcanzó el puesto de prefecto de Roma, pero, renunció pronto a este cargo y se hizo monje. Tras la muerte de su padre en 575 transformó su residencia familiar en un monasterio bajo la advocación de san Andrés. Trabajó por propagar la regla benedictina y llegó a fundar seis monasterios aprovechando para ello las posesiones de su familia en Roma y Sicilia. En el año 579 enviado por el papa Pelagio llega a Constantinopla donde establece buenas relaciones con la familia del emperador Mauricio. Luego regresa a Roma en 586 y ocupa el cargo de secretario de Pelagio II hasta la muerte de éste, siendo elegido para sucederle como pontífice en el año 590. Como papa se ve obligado a enfrentar las arduas responsabilidades que pesan sobre todo obispo del siglo VI. Solo él poseía los recursos necesarios para asegurar la provisión de alimentos de la ciudad y distribuir limosnas para socorrer a los pobres. Para esto emplea los vastos dominios administrados por la Iglesia, y también escribe al pretor de Sicilia solicitándole el envío de grano y de bienes eclesiásticos.[2]

En el año 592 la ciudad es atacada por el rey lombardo Agilulfo y sin ayuda imperial negocia con los lombardos, logrando que levanten el asedio a cambio de un tributo anual de 500 libras de oro. Así, negocia una tregua y luego un acuerdo para delimitar la parte del ducado romano situada al norte del Tíber que pasara a ser lombarda. En una oportunidad, en Roma, Gregorio puso su atención en un grupo de cautivos para ser vendidos como esclavos. Eran altos, bellos de rostro y rubios. Movido por la piedad pregunta de dónde provienen. "Son Anglos" responde alguien. Este episodio motivó a Gregorio a enviar misioneros al norte y el trabajo estuvo a cargo del obispo Agustín de Canterbury. Cuando Agustín llegó a Inglaterra escribió una carta a Gregorio, preguntándole que debía hacer con los santuarios paganos, en donde se practicaban sacrificios humanos. La respuesta de Gregorio fue que limpien los santuarios, para ser re-dedicados al dios cristiano. Gregorio trabó alianzas con las órdenes monásticas y con los reyes francos en la confrontación con los ducados lombardos, adoptando la posición de un poder temporal separado del Imperio. Gregorio falleció el 12 de marzo del año 604. Es uno de los cuatro Grandes Padres de la Iglesia católica occidental junto con Jerónimo de Estridon, Agustín de Hipona y Ambrosio de Milán.

        iii.      León IX

León IX (de nombre Bruno de Egisheim-Dadsburg). Nació en  Eguisheim; Alsacia, actual Francia (1002) estando vinculada por parte de madre a los carolingios de Francia occidental y por su padre a los reyes germanos. Tras la muerte de su tutor, fue llamado a la corte del emperador Conrado II. En 1026 condujo a las tropas levantadas a Toul para una campaña en Lombardía. A la muerte del obispo Hermann de Toul, cuando tenía apenas 24 años, fue propuesto por el clero como su sucesor. Conrado le concedió el permiso para ser obispo de Toul pero Bruno se negó a hacer el juramento de fidelidad al obispo metropolita de Treveris y este se negó a ordenarlo. Tuvo que intervenir el mismo Conrado y en 1027 fue consagrado por el arzobispo Poppo de Treveris hasta 1048 cuando  fue designado por Enrique III, para suceder en el pontificado al efímero Dámaso II.

Con esta elección el emperador pretendía que el pontificado se incorporara a la iglesia imperial que Enrique dirigía tal y como había logrado con anterioridad el emperador Constantino I. No obstante León IX condicionó la aceptación del cargo a la celebración posterior de una elección canónica lo que da una primera idea de su rechazo al sometimiento imperial y fue el motivo de que su consagración se retrasara hasta el 12 de febrero de 1049, tras ser aceptado por el pueblo y el clero romano. El mismo año en que se convirtió en papa prohibió el matrimonio de Guillermo el Bastardo (luego denominado el Conquistador), Duque de Normandía, con Matilde de Flandes dado su grado de parentesco. A pesar de ello el matrimonio tuvo lugar. Decidido a encabezar el movimiento de reforma eclesiástico, que hasta entonces había liderado el emperador, se rodeó de figuras de la talla de Pedro Damiano, Hildebrando y el cardenal Humberto de Silva Candida  entre otros. También dio entrada en el colegio cardenalicio a eclesiásticos no romanos, haciéndolo más internacional y partidario de las ideas cluniacenses. Se le puede considerar un predecesor de la Reforma Gregoriana. Sus reformas se centraron en el objetivo de erradicar de la Iglesia la simonía y el matrimonio de los sacerdotes, para lo cual celebró hasta doce sínodos, destacando los de Letran, Pavía, Reims y Maguncia. También intentó frenar a los normandos que, instalados en el sur de Italia, amenazaban los territorios pontificios. Así, en  1053  armó un ejército que resultó derrotado en Civitate y en la que cayó prisionero, no recobrando la libertad hasta poco antes de su muerte.

El hecho más significativo de su pontificado fue la consumación del Cisma la iglesia Oriental que estallo en 1054 cuando con objeto de lograr una alianza con Bizancio contra los normandos León IX  mandó una embajada a Constantinopla encabezada por el cardenal Humberto de Silva Candida, sin embargo el encuentro no resulto como lo esperaba. El patriarca de Constantinopla Miguel I Cerulario, había amenazado con cerrar las iglesias latinas que no adoptasen el rito griego. Humberto de Silva Candida, a su llegada, le negó el título de patriarca ecuménico, el segundo puesto en la jerarquía eclesiástica de Constantinopla y, además, dudó de la legitimidad de la elevación de Cerulario al patriarcado. El Patriarca se negó a recibirlos y Humberto respondió con la publicación de su “Diálogo entre un romano y un constantinopolitano”, un tratado en el que critica las costumbres griegas; y redactando una bula de excomunión contra Cerulario, tras lo cual abandonó inmediatamente la ciudad. La reacción inmediata, el 24 de julio de 1054, fue la contra excomunión del cardenal y su séquito. Se llega de esta forma a la ruptura y a partir de ese instante ya nunca más se mencionó el nombre del papa en la liturgia bizantina, y permanecieron cerradas en Constantinopla las iglesias para los latinos. Por su parte la Iglesia de Occidente pasó a no reconocer el VI Concilio de Constantinopla con lo que el Credo niceno-constantinopolitano pasó a incluir el filioque. León IX falleció el 18 de abril de 1054, y su cuerpo reposa en la Basílica de San Pedro.

       iv.      Gregorio VII

(Hildebrando de Soana; Soana, Toscana, h. 1020 - Salerno, Nápoles, 1085). Papa. Este monje toscano adquirió experiencia en la política romana como secretario del papa Gregorio VI (1045-46) y luego tesorero de León IX (1049-54). Bajo los pontificados de Nicolás II (1059-61) y de Alejandro II (1061-73), Hildebrando se perfiló como uno de los hombres más influyentes de la Curia papal, representante de la corriente reformista. En 1073 fue elegido papa y se consagró a la que desde entonces se conoce como «reforma gregoriana»: un esfuerzo por elevar el nivel moral del clero, al mismo tiempo que trataba de encuadrar mejor a los fieles, defender la independencia del Papado frente a las restantes monarquías y reforzar la supremacía de la autoridad romana sobre las iglesias «nacionales» occidentales (después del gran cisma que había protagonizado la Iglesia de Oriente en 1054).[3]

Todos estos objetivos eran los que venían defendiendo los reformistas católicos desde que los propusiera León IX, pero Gregorio se distinguió por la intransigencia y la energía con que los defendió. Fue él quien, en el Concilio de Roma de 1074, proclamó el celibato de los eclesiásticos que todavía perdura en la Iglesia católica. Continuó la lucha de sus predecesores contra la simonía, prohibiendo a los laicos conceder cargos eclesiásticos (en la línea de Nicolás II, que había decretado en 1059 la elección del papa por los cardenales, sin intervención del emperador ni la nobleza romana). En el tajante Dictatus papae de 1075 afirmó que sólo el papa podía nombrar y deponer a los obispos como cabeza de la Iglesia y no el emperador, que el papa es señor absoluto de la Iglesia, estando por encima de los fieles, los clérigos y los obispos, pero también de las Iglesias locales, regionales y nacionales, y por encima también de los concilios, el papa es señor supremo del mundo, todos le deben sometimiento incluidos los príncipes, los reyes y el propio emperador y que la Iglesia romana no erró ni errará jamás; y llevó su autoritarismo hasta el punto de defender que también correspondía al papa la designación de los reyes, por tener éstos un poder delegado de Dios.

Estas pretensiones papales llevaban claramente a un enfrentamiento con el emperador alemán en la disputa conocida como “Querella de Investiduras”  que inicia cuando, en un sínodo celebrado en 1075 en Roma, Gregorio VII renueva la prohibición de la investidura por laicos. Esta prohibición no fue admitida por Enrique IV que siguió nombrando obispos en Milán. Spoleto y Fermo, territorios colindantes con los Estados pontificios, por lo que el papa intentó intimidarle mediante la amenaza de excomunión y de deposición como emperador. Enrique reacciona, en enero de 1076, celebrando un sínodo de Worms donde depone al papa. La excomunión lanzada por Gregorio sobre Enrique significaba que sus súbditos quedaban libres de prestarle vasallaje y obediencia, por lo que el emperador temiendo un levantamiento de los príncipes alemanes, que habían acudido a Augsburgo para reunirse en una dieta con el Papa, decide ir al encuentro de Gregorio y pedirle la absolución. El encuentro entre Papa y Emperador tiene lugar en el castillo Stammburg de la gran condesa Matilde de Tuscia. Enrique no se presentó como rey, sino como penitente sabiendo que con ello, el pontífice en su calidad de sacerdote no podría negarle el perdón. El 28 de enero de 1077, Gregorio VII absolvió a Enrique IV de la excomunión a cambio de que se celebrara una Dieta en la que se debatiría la problemática de las investiduras eclesiásticas.

Sin embargo Enrique dilata en el tiempo la celebración de la prometida Dieta por lo que Gregorio VII lanza contra el emperador una segunda condena de excomunión, lo depone y procede a reconocer como nuevo rey a Rodolfo duque de Suabia. Esta segunda excomunión no obtuvo los efectos de la primera ya que los obispos alemanes y lombardos apoyaron a Enrique quien, en un sínodo celebrado en Brixen en 1080, proclama nuevo papa a Clemente III y marcha al frente de su ejército sobre Roma que le abre sus puertas en 1084. Se celebra entonces un sínodo en el que se decreta la deposición y excomunión de Gregorio VII y se confirma al antipapa Clemente III quien procedió a coronar como emperadores a Enrique IV y a su esposa Berta. Gregorio VII se refugió en el Castillo de saint Angello esperando la ayuda de sus aliados normandos, quienes a su llegada someten e incendian Roma, acción que desencadenó el levantamiento de los romanos contra Gregorio que se vio obligado a retirarse a la ciudad de Salerno donde fallecía el 25 de mayo de 1085. La disputa sobre las investiduras finalizó mediante el Concordato de Worms en 1122, que deslindó la investidura eclesiástica de la feudal.[4]

2)   La vida monástica

Monaquismo y régimen feudal. Desarrollo práctico de la regla benedictina y del principio Ora et labora. El "labora" está ya sometido al "ora", es decir, que, evidentemente, el objetivo principal era el servicio divino. Así es como los colonos reemplazan a los monjes-campesinos, para que éstos puedan en todo momento encontrarse en el convento para cumplir con los ritos. En el convento, los monjes cambian de "trabajo": trabajo industrial (artesanal) y trabajo intelectual (que contiene una parte manual, la copistería).

La relación entre colonos y convento es feudal, con concesiones enfitéuticas [cesión extensa o perpetua del campo por pago anual de renta], y está ligado a la elaboración interna que sobreviene en el trabajo monacal, así corno también al crecimiento de la propiedad terrateniente del monasterio. Otro desarrollo está dado por el sacerdocio, los monjes sirven como sacerdotes en el territorio circundante y su especialización aumenta: sacerdotes, intelectuales de concepto, copistas, operarios, industriales, artesanos. El convento es la "corte" de un territorio feudal defendido, más que por las armas, por el respeto religioso, etc. Y él reproduce y desarrolla el régimen de la "villa" romana patricia. Para el régimen interno del monasterio se desarrolló e interpretó un principio de la Regola, en el que se decía que en la elección del abad [Superior] debe prevalecer el voto de los que se consideran más sabios y prudentes; y cuyo consejo el abad debe seguir cuando tenga que decidir problemas graves, pero que no exijan consultar a toda la congregación; de ese modo se distinguieron los monjes sacerdotes, que se dedicaban a los oficios ligados a los fines de la institución, de los que debían atender a los servicios de la casa.[5]

          i.      Pacomio y El Monaquismo Comunal

Pacomio fue un soldado romano del siglo IV que luchó en el bando de Majencio en la Segunda Tetrarquía. Se convirtió al cristianismo en el transcurso de un viaje a Alejandría, altamente impresionado por las buenas cualidades que pudo ver entre los cristianos de aquellas tierras, en especial la caridad. Fue entonces cuando decidió retirarse como ermitaño para llevar una vida de oración y austeridad, junto a uno de los templos de Serapis que por aquel entonces se hallaba en ruinas.  Tras un tiempo de vida como ermitaño decidió crear una regla para monjes en comunidad que debían tener el trabajo como medio de subsistencia importante. Con esta regla monástica sentó las bases para lo que fuera más tarde el Ora et labora que proclamó San Benito. Los monasterios creados por Pacomio llegaron a ser centros fabriles de producción, con un recinto rodeado por un muro, en el que había cabida hasta para mil monjes repartidos en las distintas casas. Dentro del cercado había distintas edificaciones y en cada una trabajaban y oraban cuarenta monjes. A su vez cuatro de estos edificios formaban una tribu con 160 monjes. Al frente del conjunto del monasterio había un abad. Cada cierto tiempo se reunían todos los frailes para tratar asuntos comunes y de religión. Estas reuniones se hicieron célebres con el nombre de pacomias.  La vida monástica de los pacomios tuvo gran aceptación entre las comunidades cristianas. A la muerte de Pacomio existían ya nueve monasterios de monjes y dos de monjas, siendo el primero de todos el que fundó en Tabennisi cerca de Denderath (Egipto). Murió hacia el año 346.[6]

         ii.      Juan Crisóstomo

Nació en Antioquía (Siria), en el año 347. La segunda más importante del Imperio Romano de Oriente. Fue bautizado en 370, a la edad de 23 años y ordenado lector (una de las órdenes menores de la Iglesia). Comenzó estudios con el filósofo Andragatio y continuó con Libanio, que entonces era un famoso orador y el más ferviente partidario del feneciente paganismo romano.
Fue el obispo Meletio quien le animo a estudiar teología con Diodoro de Tarso (uno de los líderes de la antigua escuela de Antioquía) manteniendo un ascetismo extremo. No obstante, las ansias de una vida más perfecta lo llevaron a convertirse en un eremita (alrededor de 375) condición en la que permaneció hasta que su quebrantada salud por excesivas vigilias y ayunos durante el invierno lo obligaron a volver a Antioquía donde retomó su actividad como lector. Crisóstomo fue siempre un admirador de un monasticismo activo y utilitario y se pronunció contra los peligros de una contemplación ociosa.

En 381 fue ordenado diácono por Meletio de Antioquía y en 386 fue ordenado sacerdote por el obispo Flaviano I de Antioquía. Al parecer fue éste el momento más feliz de su vida. Su principal tarea durante doce años consistió en predicar. Adquirió gran popularidad por su elocuencia. Dignos de mencionar son los comentarios que hizo a pasajes bíblicos y la exposición de enseñanzas morales muchas de ellas recopiladas en sus Homilías. Con el transcurso del tiempo Crisóstomo llegó a ser el sucesor de Flaviano I. Durante su misión como obispo mostró gran preocupación por las necesidades espirituales y materiales de los pobres. También se pronunció en contra de los abusos de los poderosos y de la propiedad personal. Su interpretación directa de las Escrituras (en contraste con la tendencia de Alejandría donde se recurría a una interpretación alegórica) lo condujo a seleccionar para sus charlas temas eminentemente sociales que explicaban el concepto de la vida cristiana.

A la muerte de Nectario en 397 fue instituido de cierta forma en contra de su voluntad como metropolitano de Constantinopla. Quedó instituido como metropolitano en 398 por Teófilo, patriarca de Alejandría, quien con gran desgano llevó a cabo el pedido del emperador Arcadio. Constantinopla en 330 paso a ser la capital del Imperio Romano de Oriente y sede principal sede episcopal del Oriente y se convirtió en el centro de la teología oficial, las intrigas palaciegas y las controversias teológicas. A Crisóstomo le desagradaban los privilegios que le habían sido conferidos por su condición de metropolitano. Durante su mandato se negó a ofrecer recepciones suntuosas y criticó el alto nivel de vida que llevaba el clero. Sus esfuerzos por reformar la Iglesia de Constantinopla chocaron con la oposición de los poderosos y del clero corrupto y tuvieron poco éxito aunque incrementaron su popularidad entre las personas comunes. Su estancia en Constantinopla resultó muy difícil.

Teófilo, el patriarca de Alejandría, quería someter a Constantinopla a su poder y se opuso al liderazgo de Crisóstomo. Como era un fuerte oponente de las enseñanzas de Orígenes, Teófilo acusó a Crisóstomo de parcialidad ante las enseñanzas de ese maestro y sacó provecho del episodio de los cuatro monjes de Egipto a quienes había condenado por su apoyo a las teorías de Orígenes. Dichos monjes huyeron de la represalia de Teófilo y fueron acogidos por Crisóstomo en Constantinopla. Además Crisóstomo se ganó a otro enemigo en la persona de la emperatriz Eudoxia, esposa de Arcadio, que se vio identificada con las críticas del metropolitano contra las extravagancias en el vestir de las mujeres.

Crisóstomo se caracterizó por la falta de tacto y temeridad al denunciar las ofensas de las instancias superiores y su actitud condujo a que se creara una alianza en su contra entre Eudoxia, Teófilo y el clero,  quienes convocaron un sínodo en 403 y acusaron a Crisóstomo de favorecer las enseñanzas de Orígenes. El sínodo (llamado "de la Encina") depuso a Crisóstomo.
Sin embargo fue restituido por Arcadio temeroso de la ira del pueblo y porque un incidente que ocurrió en palacio la emperatriz lo atribuyó a la ira de Dios. Sin embargo la paz fue corta. Una estatua de plata que Eudoxia se hizo erigir frente a la catedral fue denunciada por Crisóstomo y una vez más fue suspendido y enviado a una región lejana en la frontera con Armenia. Crisóstomo resultaban de gran influencia dentro de Constantinopla y como su vida se prolongaba más de lo deseado por sus adversarios, se determinó desterrarlo a un extremo fronterizo cerca del Cáucaso, murió en el viaje  el 404. Las frecuentes deposiciones de las que fue objeto demuestran la influencia del poder temporal sobre la Iglesia de Oriente en dicho período a la par de la rivalidad entre Constantinopla y Alejandría por ser reconocidas como la sede principal del Oriente.[7]

        iii.      El Monaquismo Benedictino

La única fuente con información sobre la vida de San Benito de Nursia es el libro segundo de los Diálogos, escritos por Gregorio Magno (c. 540-604). Era hijo de un noble romano. Su infancia se desarrolla en Nursia donde realiza sus primeros estudios. Es enviado a Roma para capacitarse en filosofía y retórica, pero decepcionado por el desorden moral de los habitantes de la ciudad y deseando una vida más espiritual, pronto abandona la capital para retirarse a Enfide (actual Affile), de donde huyó y se instaló en una gruta de difícil acceso, en un lugar cercano llamado Subiaco, para vivir allí como un ermitaño. Después de pasar tres años en ese lugar, dedicado a la oración y el sacrificio, fue descubierto por unos pastores, quienes extendieron su fama de santidad.

A partir de allí, y especialmente gracias a sus supuestas dotes de taumaturgo, fue visitado constantemente por personas que buscaban su consejo y dirección espiritual. Es elegido abad de un monasterio en Vicovaro, en el norte de Italia, pero dado que los monjes no aceptan su régimen de vida exigente, intentan envenenarlo. Tras esto, el abad decide abandonar la comunidad. Vuelve a Subiaco, donde, debido a una gran afluencia de discípulos, funda allí varios monasterios. En 529, a causa de la envidia de un sacerdote de la región, se refugia en Montecasino donde funda un monasterio y desde donde se extiende la Orden Benedictina. En 540 escribe su famosa “Regla de los monasterios” Murió en el año 547.

La Regula monasteriorum, que consta de 73 capítulos y un prólogo, fue retomada por Benito de Aniano en el siglo IX, antes de las invasiones normandas; él la estudió y la codificó dando origen a su expansión por toda la Europa carolingia, aunque fue adaptada para restarle importancia a los trabajos manuales, en relación a la liturgia y a los monjes. Posteriormente, a través de la Orden de Cluny y la centralización de todos los monasterios bajo la Regla de San Benito en cabeza de los cluniacenses, fue como la Regla de San Benito adquirió gran importancia en la vida religiosa europea durante la Edad Media. En el siglo XI apareció la reforma del Císter, que buscaba recuperar un régimen benedictino más ajustado a la Regula. Otras reformas (como la camaldulense, la olivetana o la silvestrina) han buscado darle también énfasis a diferentes aspectos de la Regla de San Benito.

A pesar de diferentes momentos históricos, en los cuales la indisciplina, las persecuciones o las agitaciones políticas han hecho decaer la práctica de la Regla de San Benito o han diezmado la población monástica, los monasterios benedictinos han mantenido en todos los tiempos un gran número de religiosos y religiosas. Se incluyen en esta cifra monasterios de confesión protestante, tanto anglicanos como luteranos. Su influencia en el monacato es considerable tanto en occidente como en el mundo, especialmente en lo que concierne a la vida intelectual del cristianismo. Esta Regla es un modelo de vida colectiva, tomada como ejemplo en la organización de algunas empresas.[8]

        iv.      La Reforma Cluniacense

La orden de Cluny es una reforma de la orden benedictina. Fue creada el 11 de septiembre de 910 cuando Guillermo I, duque de Aquitania, donó la villa de Cluny al papado para que fundara en ella un monasterio con doce monjes. El monasterio se situó en Mâconnais, en Saona y Loira. La donación hecha por Guillermo I no fue gratuita, pretendió obtener la protección y la garantía de Roma, dado que su poder era muy escaso. Guillermo el Piadoso intentó evitar su control por los laicos. En la Carta de fundación de la abadía se establece la libre elección del abad por parte de los monjes, un punto de suma importancia en la orden benedictina. La Carta condena gravemente a los que transgredan este artículo. La donación de Cluny no es la única. En esta época, numerosos dominios son legados al papado, como Vézelay. El prestigio de los pontífices del siglo X es relevante. La reforma monástica es apoyada por el monasterio de San Martín d’Autun y el de Fleury-sur-Loire. En el 914, se funda el monasterio de Brogne convirtiéndose en un centro de gran influencia junto con su fundador Gérard.

Guillermo el Piadoso nombró al abad Bernón, hombre importante de la reforma, como abad de Baume. Bernón estableció la observancia de la regla de Benito de Nursia, reformada por Benito de Aniane, respetando, no obstante, las directrices de los monasterios. Bernon murió en 926 tras una vida dedicada a la expansión de la regla por numerosos monasterios. Le sucedió el abad Odón. Era compañero de viaje de Bernón y también de su compañera Isabel del Arco, próximo a las concepciones de su predecesor. Odón viajó de convento en convento para enseñar la reforma. Algunos se negaron a admitirle como abad, adoptando al de Cluny. La influencia de Cluny va aumentando, pero carece de organización. El monasterio obtiene el derecho de acuñar moneda, se abren escuelas y una biblioteca. A la muerte de Odón, en 942, el prestigio de Cluny es ya muy importante. Le sucede Aimar, prosiguiendo su obra, pero en 948 queda ciego y nombra como coadjutor a Mayolo, que acaba dirigiendo Cluny desde 954 hasta 994. Proveniente de una rica e importante familia de señores de Válenosle, Mayolo utiliza toda la experiencia adquirida para gestionar y administrar la gran pujanza de Cluny.

La Regla (llamada cluniacense) es adoptada por otros monasterios, que forman, junto con Cluny, un verdadero imperio monástico de prioratos autónomos pero sometidos al gobierno común del abad de Cluny. El debilitamiento de la reforma en Alemania y la Lorena, fortalecieron la situación de Cluny durante el monaquismo. La orden se apoyaba en la alta aristocracia, el emperador, el rey de Borgoña, los condes y los obispos. Se fundan nuevos monasterios cluniacienses, y se reconvierten otros al aceptar la disciplina cluniacense. La Orden de Cluny está presente en el Jura, el Delfinado, la Provenza, el valle del Ródano, el sur de Borgoña, y el Borbonesado. Mantiene una treintena de conventos muy dinámicos. Mayolo fue llamado el "Árbitro de los reyes" por sus relaciones con la aristocracia. Su prestigio fue notable, y rehusó ejercer la función papal en 973.

Tras la gran expansión realizada en el siglo X, la Orden continuó desarrollándose durante el siglo XI y la primera mitad del siglo XII, ganando en organización al aplicar unos reglamentos muy precisos. En 994, Odilón es nombrado abad de Cluny y dirige el monasterio durante 55 años. Hijo de los señores de Mercoeur, mantiene relaciones con los personajes más ilustres de su tiempo y aprovecha las oportunidades que se le ofrecen a la Orden. Pero en una época marcada por el desmoronamiento de las estructuras carolingias y el desmantelamiento laico, no puede contar con la protección de la alta aristocracia y se alía con los señores, la fuerza preponderante en el año mil. Trata de apaciguar la violencia de éstos, apoyándose en la Tregua de Dios. Ayuda a los caballeros y recurre a los servicios espirituales de sus monjes para que favorezcan a sus familias, y se encarga de afirmar la vocación (a veces forzada) de los jóvenes hidalgos. La política de Cluny a favor de la asociación y creación de grandes conventos, disminuye, en tanto que los pequeños van creciendo. Sin embargo siguen controlados, bien por el propio Odilón, bien por la mediación de los grandes abades. Cuando muere Odilón, se cuenta con 70 conventos, y Cluny se asocia con pujantes abadías, que mantienen, en ocasiones, su autonomía.

En 1049 Hugo de Semur es nombrado abad. Siguiendo las directrices de Odilón, continúa ampliando el poder de Cluny. Es un borgoñón procedente de Semur-en-Brionnais. Posee una gran elocuencia y un gran sentido político. Concluye la integración con el Feudalismo que acaba de nacer. Pequeños conventos van creándose todavía. El principio hierático va flexibilizándose hacia 1075, cuando Cluny acepta en la orden abadías de otras órdenes, diferentes a la benedictina, como Vézelay, que se hallan dispuestas a ingresar en la Orden sin tener que renunciar a su rango para convertirse en prioratos. Durante su abadiato se incorporaron a Cluny grandes abadías, como las de Moissac (Sur-Oeste), Lézat (Ariège), Figeac (Quercy). La Orden se extendió por España, Italia e Inglaterra, contando con 10.000 monjes. El abad Hugo tuvo una importantísima intervención en la Querella de las Investiduras que enfrentó al papado con el emperador germánico.

En 1109, tras un mandato de pocas semanas, Pons de Melgueil es nombrado nuevo abad. Un meridional hábil pero muy intransigente. Intervino activamente al final de la Querella de las Investiduras, y prosiguió con la idea de engrandecer la Orden. A tal fin, inicia la construcción de Cluny III, una abadía gigantesca que acabaría con todas las donaciones y compromisos adquiridos provenientes del Reino de León y Castilla. Empiezan las primeras dificultades económicas de la Orden que generan una protesta contra el abad. Las críticas se hacen patentes mediante la inclinación hacia otra orden monástica llamada cisterciense, fundada en 1098. Pons solicita una entrevista con el Papa Calixto II, y presenta su dimisión a la salida de la misma sin que se conozcan las razones.

Pedro de Montboissier, más conocido como Pedro el Venerable, le sustituye en 1122. Es un hombre cultivado y muy hábil. Tendrá que enfrentarse a Pons en 1126, tras un peregrinaje a Tierra Santa. Pons retomará el poder de Cluny haciendo uso tanto de su influencia, como de las armas. Finalmente, Pons será excomulgado y la Orden quedará en manos de Pedro el Venerable. Retorna la paz y se restaura la disciplina, pero las finanzas son catastróficas, sobre todo tras el episodio violento registrado a cargo de unos mercenarios que robaron todo el oro. Pedro intenta imponer una sana gestión de dominio público con la ayuda de Enrique de Blois, obispo de Winchester, que aporta, desde Inglaterra, tanto sus conocimientos como su riqueza. Se advierte una restauración de las tradiciones, pero la Orden de Cluny ha empezado un lento declive que irá acrecentándose tras la muerte de Pedro el Venerable sucedida en  115 7  .

En el siglo XII, la llamada Orden de Cluny, cuenta con dos mil prioratos, algunos de ellos considerados como los más grandes monasterios de la época: Si la mayoría de los monasterios pasan a ser simples prioratos, un reducido número de ellos, conserva, sin embargo, su rango de abadía, aceptando, no obstante, la disciplina común y la autoridad del abad de Cluny. Directamente sometida a la Santa Sede, Cluny es, en el siglo XI, el instrumento más eficaz en la consecución de la paz y en la reforma gregoriana. Muchos Papas y legados pontificios procedían de Cluny. La red de Cluny difunde los principios de la reforma contra los vicios de la Iglesia ligada a los estados feudales del mundo laico: simonía, nicolaísmo. Acusada por su enriquecimiento y un poder temporal excesivo, la orden de Cluny pierde su influencia espiritual a finales del siglo XI y principios del siglo XII, cuando eclosionan nuevas órdenes inspiradas en un idealismo de pobreza y austeridad: Cister, Prémontrés, la Chartreuse, Camaldoli.

Bernardo de Claraval sostiene una áspera disputa con Pedro el Venerable defendiendo el ideal cisterciense frente a los ideales de Cluny, uno de los principales focos de la vida intelectual y artística de Occidente. Odón escribe la Historia Sagrada en verso y elabora una moral práctica. Los sermones de Odilón serán durante mucho tiempo modelos de una elocuencia elegante y concisa. Abbón de Fleury definió los equilibrios del poder político. Pedro el Venerable indujo a los cristianos a conocer el Corán y recurrir con frecuencia a las traducciones del árabe. Cluny fue el origen de muchos teólogos, moralistas, poetas e historiadores. La arquitectura es otra muestra de la pujanza y el poder de Cluny. A una iglesia contemporánea de la fundación le sucede la abadía de Bernón, después las de Aymard y Maïeul, llamado San Pedro el Viejo, cuyo plano característico, el coro y sus colaterales es, más o menos, reproducido en casi todas las iglesias monásticas. El mismo se encuentra en San Pedro el Viejo, en Borgoña, Alemania y Suiza.  Cluny es, en efecto, el símbolo de la reforma gregoriana y, sin duda alguna, la orden más rica e influyente de su época. Sin embargo, del periodo de restauración económica de Pedro el Viejo, hay poca constancia.[9]

         v.      La Reforma Cisterciense

La orden cisterciense es una orden monástica católica reformada, cuyo origen se remonta a la fundación de la Abadía de Císter por Roberto de Molesmes en 1098. Ésta se encuentra donde se originó la antigua Cistercium romana, localidad próxima a Dijon, Francia. La orden cisterciense desempeñó un papel protagonista en la historia religiosa del siglo XII. Por su organización y por su autoridad espiritual, se impuso en todo el occidente, incluso en sus márgenes. Su influencia fue particularmente importante en el este del Elba donde la orden hizo «progresar al mismo tiempo el cristianismo, la civilización y el desarrollo de las tierras».

Como restauración de la regla benedictina inspirada en la reforma gregoriana, la orden cisterciense promueve el ascetismo, el rigor litúrgico y trata, con cierta mesura, el trabajo como un elemento cardinal, como lo demuestra su patrimonio técnico, artístico y arquitectónico. Además de la función social que ocupó hasta la Revolución francesa, la orden ejerció una influencia importante en los ámbitos intelectual o económico, así como en el ámbito de las artes y de la espiritualidad. Debe su considerable desarrollo a Bernardo de Claraval (1090-1153), hombre de una personalidad y de un carisma excepcionales. Su influencia y su prestigio personal hicieron que se convirtiera en el cisterciense más importante del siglo XII. Pues, aun no siendo el fundador, sigue siendo todavía hoy el maestro espiritual de la orden.

Aunque siguen la regla de san Benito, los cistercienses no son propiamente considerados como benedictinos. En efecto, es en el IV Concilio de Letrán (1215) cuando la palabra benedictino apareció para designar a los monjes que no pertenecían a ninguna Orden centralizada, por oposición a los cistercienses. Pero numerosos vínculos unen a ambas familias monásticas, en particular en el ámbito de la formación.

En Occidente, en el cambio entre el siglo XI y el siglo XII, son numerosos los fieles que buscan «nuevas vías de perfección», «deseo inexpresado, pero exaltando todo el fervor de rejuvenecer el mundo». Sin embargo, las peregrinaciones y cruzadas no alimentan espiritualmente a todos los creyentes. También, conjugando el ascetismo y el rigor litúrgico y rechazando la ociosidad en contraposición al trabajo manual, la regla benedictina es a finales del siglo XI una formidable fuente de inspiración para los movimientos que se esforzaban en buscar la perfección, tales como la Orden de Grandmont o la Orden Cartuja, fundada por San Bruno en 1084. La Orden Cisterciense está marcada en su nacimiento por la necesidad de reforma y la inspiración evangélica que apuntala igualmente la experiencia de Robert de Arbrissel - fundador de la Orden de Fontevraud en 1091- y la eclosión de los capítulos de canónigos regulares.

La aventura cisterciense comienza con la fundación de la abadía de Notre-Dame de Molesmes por Roberto de Molesmes en 1075, en la región de Tonnerre. Roberto de Molesmes convertido en prior e imbuido del ideal de restauración de la vida monástica bajo la regla benedictina, abandona el monasterio en 1075 y consigue poner en práctica ese ideal compartiendo la soledad, la pobreza, el ayuno y la oración con siete ermitaños, cuya vida espiritual dirige, e instalándose en el bosque de Collan, cerca de Tonnerre. Gracias a los señores de Maligny, el grupo se establece en el valle del Laignes, en la localidad de Molesmes, adoptando reglas similares a las de los camaldulenses y combinando la vida comunal de trabajo y el oficio benedictino con el eremitismo.

Esta nueva abadía atrae a numerosos visitantes y donantes, religiosos y laicos. «Quince años después de su fundación, Molesmes se asemeja a cualquier abadía benedictina próspera de su época.» Pero las exigencias de Roberto y de Albéric son mal aceptadas. Se producen divisiones en el seno de la comunidad. En 1090, Roberto, con algunos compañeros, decide alejarse durante un tiempo de la abadía y sus disensiones y se establece con algunos hermanos en Aulx, para llevar allí una vida de ermitaño. Sin embargo, es obligado a regresar a la abadía de Molesmes donde encontrará la muerte en 1111. Su sucesor en Citeaux, san Alberico, en 1099, logró que la orden fuera aprobada por el papa Pascual II en 1100. Al tercer abad, el inglés san Esteban Harding, se le atribuye la creación de la constitución de la orden cisterciense, la Carta de la Caridad. La orden tenía que mantener la observancia de las mismas reglas en todas sus casas, comunidades que recibían la visita anual de su abad fundador. Una vez al año se realizaba una convención de abades cistercienses en Citeaux.

En 1113, san Bernardo de Claraval ingresó en el noviciado del monasterio de Citeaux; en 1115 se convirtió en el abad fundador de Claraval (Clairvaux). Más adelante pasó a ser el mentor espiritual que más influencia ejerció en aquella época, y también el responsable de la rápida expansión de la orden. Cuando muere, en 1153 honrado por todo el mundo cristiano, convierte a Cîteaux en uno de los principales centros de la cristiandad, en un alto lugar espiritual. En 1153 existían ya más de 300 monasterios cistercienses, 68 de los cuales habían sido fundados directamente desde Clairvaux. A finales de la edad media, la orden contaba con más de 700 abadías, habiendo logrado una gran expansión por casi toda Europa.

A medida que la orden se fue expandiendo y prosperando, le fueron surgiendo nuevas exigencias. Para poder cumplir con estas demandas, los cistercienses se apartaron de los ideales de ascetismo señalados en su constitución, en parte porque algunas de estas disposiciones no eran compatibles con el espectacular crecimiento que experimentaba la orden. Durante el siglo XII, considerada como su edad de oro, los cistercienses constituían la orden con más influencia dentro de la iglesia católica. Alcanzaron obispados y desempeñaron diversas funciones eclesiásticas, encomendadas a los benedictinos de Cluny durante el siglo XI, reemplazándolos en la curia romana, que gobierna la Iglesia. También tuvieron un fuerte protagonismo en la economía de la edad media, en especial en el desarrollo de técnicas para hacer utilizables terrenos baldíos, y en la creación de métodos de producción, distribución y venta de granos y de lana. Fueron en gran parte los responsables de la expansión de la arquitectura gótica por toda Europa, y dedicaron mucho tiempo y esfuerzos en la recogida y copia de manuscritos para sus bibliotecas.

Debido a las numerosas adhesiones y donaciones, y también a una perfecta organización y un gran dominio técnico y comercial en una Europa en plena expansión económica, la orden se convierte rápidamente en protagonista de todos los sectores. Pero el extraordinario éxito económico de la orden en el siglo XIII acaba por volverse contra ella. Las abadías aceptan numerosas donaciones, que a veces son participaciones en molinos o en censos.  Las abadías recurren, pues, de hecho, al arrendamiento rústico o a la aparcería, mientras que originariamente la orden explotaba sus tierras mediante el trabajo manual de los conversos. El desarrollo económico es poco compatible con la vocación inicial de pobreza que dio lugar al éxito de la orden en el siglo XII. Por ello, la disminución de las vocaciones hace cada vez más difícil reclutar conversos. Los cistercienses recurren entonces de manera creciente a mano de obra asalariada, en contradicción con los preceptos originales de la orden.[10]

Durante el siglo XIII tuvieron un período de decadencia, etapa que fue seguida por un resurgimiento, al nacer grupos nuevos de cistercienses reformados. Dentro de éstos, el más destacable es el que surgió en La Trappe. Por lo general son llamados trapenses. Más tarde este grupo se desgajó del tronco original con el nombre de cistercienses de la Observancia Estricta. La orden original recibió el nombre de cistercienses de Observancia Común. Con el desarrollo de las ciudades y de las universidades, los cistercienses, instalados principalmente en lugares remotos, pierden su influencia intelectual en favor de las órdenes mendicantes que predican en las ciudades y que proporcionan a las universidades sus más grandes maestros. El Gran Cisma de Occidente asesta un segundo golpe a la organización de la orden. Por una parte, la exacerbación de los particularismos nacionales perjudica la unidad; por otra parte, los dos papas compiten en generosidad para garantizarse el apoyo de los monasterios, lo que supone «un perjuicio considerable a la uniformidad de la observancia.»

Si bien la orden conserva en el siglo XIV un verdadero poder económico, se enfrenta a la crisis económica que comienza y que empeorará con la Guerra de los Cien Años. Muchas abadías se empobrecen. Aunque durante la Guerra de los Cien Años los monasterios cistercienses se benefician de su relativa autonomía, el conflicto daña a numerosos establecimientos. En particular, el reino de Francia es explotado por las compañías de mercenarios, muy presentes en Borgoña y en sus grandes ejes comerciales. Las transformaciones medievales y las crisis políticas y religiosas de los siglos XIV y XV obligan a la orden a adaptarse. El clero y el poder real franceses critican cada vez más violentamente sus privilegios. En el siglo XV nacen nuevas obediencias y se hacen esfuerzos para conservar la unidad original y restaurar el edificio cisterciense. Como consecuencia, los siglos XV y XVI constituyen un período de desarrollo de las congregaciones en el seno de la orden.

El movimiento de reforma protestante conmociona profundamente la situación. Un gran movimiento de deserción afecta a las comunidades del norte de Europa y los príncipes ganados para la Reforma confiscan los bienes de la orden. Los monasterios ingleses, luego los escoceses y finalmente los irlandeses lo son entre1536 y 1580. Más de 200 establecimientos desaparecen antes del final del siglo XVII. Con la deserción de Inglaterra y de numerosos estados germánicos pasados a la Reforma, la historia de la orden se halla circunscrita, a partir de ese momento y durante dos siglos, al reino de Francia. En 1560, sólo están presentes trece abades[11]

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