lunes, 25 de agosto de 2014

Novena sesión: Historia Eclesiástica

1)  El lugar de las cruzadas en la historia de la iglesia.

              i.        Trasfondo de Las Cruzadas:

Desde la Edad Media la palabra “cruzada” simbolizó todas las guerras emprendidas contra los infieles musulmanes. Sin embargo, la idea de la cruzada corresponde a una concepción política que se dio sólo en la Cristiandad del siglo XI al XV; suponía la unión de todos los pueblos y soberanos bajo la dirección de los papas. Después de pronunciar un voto solemne, cada guerrero recibía una cruz de las manos del Papa o de su legado, y era desde ese momento considerado como un soldado de la Iglesia. A todos los cruzados se le concedían indulgencias y privilegios temporales, tales como exención de la jurisdicción civil, inviolabilidad de personas o tierras, etc. De todas esas guerras emprendidas en nombre de la Cristiandad, las más importantes fueron las Cruzadas Orientales, con el objetivo específico de restablecer el control cristiano de Tierra Santa, que se libraron durante un período de casi 200 años, entre 1095 y 1291.

                   - Motivos
Aparte de la recuperación de los “lugares santos”, los Papas vieron en las Cruzadas un instrumento de integración entre Roma y Constantinopla, además de una forma de elevar su prestigio ante los emperadores germanos. También fue un medio de desviar la guerra endémica entre los señores cristianos hacia una causa común, la lucha contra los infieles. Además parece que fueron motivadas por los intereses expansionistas de la nobleza feudal, el control del comercio con Asia y el afán hegemónico del papado sobre las monarquías y las iglesias de Oriente. El éxito de esta iniciativa y su conversión en un fenómeno histórico que se extenderá durante dos siglos, se deberá tanto a aspectos de la vida económica y social de los siglos XI al XIII, como a cuestiones políticas y religiosas, en las que intervendrán una gran variedad de agentes: como la difícil situación de las masas populares de Europa occidental; el ambiente escatológico, que hacía de la peregrinación a Jerusalén el cumplimiento del supremo destino religioso de los fieles; o los intereses comerciales de las ciudades del norte de Italia que participaban en estas expediciones y que encontraron en las cruzadas su oportunidad de intensificar sus relaciones comerciales con el mediterráneo oriental, convirtiéndose en las grandes beneficiarias del proceso. Los comerciantes italianos reabrieron el Mediterráneo oriental al comercio occidental, monopolizaron el tráfico y se convirtieron en intermediarios y distribuidores en Europa de las especies y otros productos traídos de China e India. También tuvo su papel la necesidad de expansión de la sociedad feudal, en la que el marco de la organización señorial se vio desbordado por el crecimiento, obligando a emigrar a muchos “segundones” de la pequeña nobleza en busca de nuevas posibilidades de lucro. De esta procedencia eran la mayoría de los caballeros franconormandos que formaron la mayor parte de los contingentes de la primera cruzada.

                     - Antecedentes
En torno al año 1000, Constantinopla se erigía como la ciudad más próspera y poderosa del mundo conocido. Situada en una posición fácilmente defendible, en medio de las principales rutas comerciales, y con un gobierno centralizado en la persona del Emperador, además de un ejército capaz, hacían de la ciudad y los territorios gobernados, una nación sin par en todo el orbe. Gracias a las acciones emprendidas por el Emperador Basilio II Bulgaroktonos, los enemigos más cercanos a sus fronteras habían sido humillados y absorbidos en su totalidad.[1]

Sin embargo, tras la muerte de Basilio, monarcas menos competentes ocuparon el trono bizantino, al tiempo que en el horizonte surgía una nueva amenaza proveniente de Asia Central. Eran los turcos, tribus nómadas que, en el transcurso de esos años, se habían convertido al Islam. Una de esas tribus, los turcos selyúcidas (llamadas así por su mítico líder Selyuk), con todo el fanatismo de los recién conversos, se lanzó contra el "infiel" Imperio Bizantino. En la batalla de Manzikert, en el año 1071, el grueso del ejército imperial fue arrasado por las tropas turcas, y uno de los co-Emperadores (Romano IV) fue capturado. A raíz de esta debacle, los Bizantinos debieron ceder la mayor parte de Asia Menor a los selyúcidas. Ahora había fuerzas musulmanas apostadas a escasos kilómetros de la misma Constantinopla. Por otra parte, los turcos también habían avanzado en dirección sur, hacia Siria y Palestina. Una a una las ciudades del Mediterráneo Oriental cayeron en sus manos, y en 1070, un año antes de Manzikert, entraron en la Ciudad Santa, Jerusalén.

Estos dos hechos conmocionaron tanto a Europa Occidental como a la Oriental. Ambos empezaron a temer que los turcos fueran a engullir lentamente al mundo cristiano, haciendo desaparecer su religión. Además, empezaron a llegar numerosos rumores acerca de torturas y otros horrores cometidos contra peregrinos en Jerusalén por las autoridades turcas. La paciencia iba a agotarse en algún momento. En 1074, el papa Gregorio VII llamó a los milites Christi ("soldados de Cristo") para que fuesen en ayuda del Imperio bizantino tras su dura derrota en la batalla de Mantzikert. Su llamada, si bien fue ampliamente ignorada e incluso recibió bastante oposición, junto con el gran número de peregrinos que viajaban a Tierra Santa durante el siglo XI y a los que la conquista de Anatolia había cerrado las rutas terrestres hacia Jerusalén, sirvieron para enfocar gran parte de la atención de occidente en los acontecimientos de oriente.

En 1081, subió al trono Bizantino un general capaz, Alejo Comneno, que decidió hacer frente de manera enérgica al expansionismo turco. Pero pronto se dio cuenta de que no podría hacer el trabajo solo, por lo que inició acercamientos con Occidente, a pesar de que la rama occidental y oriental de la cristiandad habían roto relaciones en 1054. Alejo estaba interesado en poder contar con un ejército mercenario occidental que, unido a las fuerzas imperiales, atacaran a los turcos en su base y los mandaran de vuelta a Asia Central. Deseaba en particular usar soldados normandos, los cuales habían conquistado el reino de Inglaterra en 1066 y por la misma época habían expulsado a los mismos bizantinos del sur de Italia. Debido a estos encuentros, Alejo conocía muy bien el poder de los normandos. Y ahora los quería como aliados. Alejo envió emisarios a hablar directamente con el papa Urbano II, para pedirle su intercesión en el reclutamiento de los mercenarios. El Papado ya se había mostrado capaz de intervenir en asuntos militares cuando promulgó la llamada "Tregua de Dios", mediante la cual se prohibía el combate desde el viernes al atardecer hasta el lunes al amanecer, lo cual disminuyó notablemente las contiendas entre los pendencieros nobles. Ahora era otra oportunidad de demostrar el poder del papa sobre la voluntad de Europa.

En 1095, Urbano II convocó un concilio en la ciudad de Piacenza. Allí expuso la propuesta del Emperador, pero el conflicto con el Emperador Romano Germánico, Enrique IV (quien estaba apoyando a un anti Papa, Clemente III), primó sobre la petición de Constantinopla. La invitación a una cruzada masiva contra los turcos arribaría en forma de embajadas francesas e inglesas a las cortes de los reinos medievales más importantes: Francia, Inglaterra, Alemania y Hungría. El anuncio formal sería en el Concilio de Clermont, que se reunió en el corazón de Francia el 27 de noviembre de 1095, el papa Urbano pronunció un inspirado sermón frente a una gran audiencia de nobles y clérigos franceses. Hizo un llamamiento a su audiencia para que arrebatasen el control de Jerusalén de las manos de los musulmanes y, para enfatizar su llamamiento, explicó que Francia sufría sobrepoblación, y que la tierra de Canaán se encontraba a su disposición rebosante de leche y de miel. Habló de las recompensas tanto terrenales como espirituales, ofreciendo el perdón de los pecados a todo aquel que muriese en la misión divina, y la multitud se dejó llevar en el frenesí religioso y en el entusiasmo por la misión interrumpiendo su discurso con gritos de Deus vult! (¡Dios lo quiere!) que habría de convertirse en el lema de la Primera Cruzada. La sociedad europea, había ido acumulando un considerable potencial bélico. Por otra parte, el Islam se había erigido en un peligroso y fuerte enemigo. Ambas cosas se aunaron y dieron origen a las Cruzadas, proyectadas por la Cristiandad Occidental para salvar a la Cristiandad Oriental de los musulmanes. El resultado, sin embargo, quedó lejos de los propósitos y el movimiento cruzado, considerado históricamente, fue un fracaso discutible (aunque más de cien años de comercio demuestren lo contrario).

                    - El contexto oriental
A finales del siglo XI, hacia el este, el vecino más cercano de la cristiandad occidental era la cristiandad oriental: el Imperio bizantino, un imperio cristiano que desde el Cisma de Oriente de 1054 había roto explícitamente sus vínculos con el Papa de Roma, cuya autoridad dejó de reconocerse. Diferencias dogmáticas (la cláusula filioque y la eucaristía) permitieron definir la oposición entre la Iglesia Católica occidental y la Iglesia Ortodoxa oriental. Las últimas derrotas militares del Imperio bizantino frente a sus vecinos habían provocado una profunda inestabilidad que sólo se solucionaría con el ascenso al poder del general Alejo I Comneno como basileus (emperador). Bajo su reinado, el imperio estaba confinado en Europa y la costa oeste de Anatolia y se enfrentaba a muchos enemigos, con los normandos al oeste y los selyúcidas al este. Más hacia el este, Anatolia, Siria, Palestina y Egipto se encontraban bajo el control musulmán, aunque hasta cierto punto fragmentadas por cuestiones culturales en la época de la Primera Cruzada. Este hecho contribuyó al éxito de esta campaña. Anatolia y Siria se encontraban bajo el control de los selyúcidas suníes, que antiguamente habían formado un gran imperio, pero que en ese momento estaban divididos en estados más pequeños. El sultán Alp Arslan había derrotado al Imperio bizantino en la Batalla de Manzikert, en 1071, y había logrado incorporar gran parte de Anatolia al imperio. Sin embargo, el imperio se dividió tras su muerte al año siguiente. Malik Shah I sucedió a Alp Arslan y continuaría reinando hasta 1092, periodo en el que el imperio selyúcida se enfrentaría a la rebelión interna. En el Sultanato de Rüm, en Anatolia, Malik Shah I sería sucedido por Kilij Arslan I, y en Siria por su hermano Tutush I, que murió en 1095. Los hijos de este último, Radwan y Duqaq, heredaron Alepo y Damasco respectivamente, dividiendo Siria todavía más entre distintos emires enfrentados entre ellos y enfrentados también con Kerbogha, el atabeg de Mosul. Todos estos estados estaban más preocupados en mantener sus propios territorios y en controlar los de sus vecinos que en cooperar entre ellos para hacer frente a la amenaza cruzada. En otros lugares de lo que nominalmente era territorio selyúcida se había consolidado también la dinastía artúquida. En particular, esta nueva dinastía controlaba el noroeste de Siria y el norte de Mesopotamia, y también controló Jerusalén hasta 1098. Al este de Anatolia y al norte de Siria se fundó un nuevo estado, gobernado por la que se conocería como la dinastía de los danisméndidas por haber sido fundada por un mercenario selyúcida conocido como Danishmend. Los cruzados no llegaron a tener ningún contacto significativo con estos grupos hasta después de la Cruzada. Por último, también hay que tener en cuenta a los nizaríes, que por entonces estaban comenzando a tener cierta relevancia en los asuntos sirios.

Mientras que la región de Palestina estuvo bajo dominio persa y durante la primera época islamista, los peregrinos cristianos fueron, en general, tratados correctamente. Uno de los primeros gobernantes islámicos, el califa Umar ibn al-Jattab, permitía a los cristianos llevar a cabo todos sus rituales salvo cualquier tipo de celebración en público. Sin embargo, a comienzos del siglo XI, el califa fatimí Huséin al-Hakim Bi-Amrillah comenzó a perseguir a los cristianos en Palestina, persecución que llevaría, en 1009, a la destrucción del templo más sagrado para ellos, la Iglesia del Santo Sepulcro. Más adelante suavizó las medidas contra los cristianos y, en lugar de perseguirles, creó un impuesto para todos los peregrinos de esa confesión que quisiesen entrar en Jerusalén. Sin embargo, lo peor estaba todavía por llegar: Un grupo de musulmanes turcos, los selyúcidas, muy poderosos, agresivos y fundamentalistas en cuanto a la interpretación y cumplimiento de los preceptos del Islam, comenzó su ascenso al poder. Los selyúcidas veían a los peregrinos cristianos como contaminadores de la fe, por lo que decidieron terminar con ellos. En ese momento comenzaron a surgir historias llenas de barbarie sobre el trato a los peregrinos, que fueron pasando de boca en boca hasta la cristiandad occidental. Estas historias, no obstante, en lugar de disuadir a los peregrinos, hicieron que el viaje a Tierra Santa se tiñese de un aura mucho más sagrada de la que ya tenía con anterioridad. Egipto y buena parte de Palestina se encontraban bajo el control del califato fatimí, de origen árabe y de la rama chií del Islam. Su imperio era significativamente más pequeño desde la llegada de los selyúcidas, y Alejo I llegó incluso a aconsejar a los cruzados que trabajasen conjuntamente con los fatimíes para enfrentarse a su enemigo común, los selyúcidas. Por entonces, el califato fatimí era gobernado por el califa al-Musta'li (aunque el poder real estaba en manos del visir al-Afdal Shahanshah), y tras haber perdido la ciudad de Jerusalén frente a los selyúcidas en 1076, la habían recapturado de manos de los artúquidas en 1098, cuando los cruzados ya estaban en marcha. Los fatimíes, en un principio, no consideraron a los cruzados como una amenaza, puesto que pensaron que habían sido enviados por los bizantinos, y que se contentarían con la captura de Siria, y dejarían Palestina tranquila. No enviaron un ejército contra los cruzados hasta que éstos no llegaron a Jerusalén.

         ii.      Las peregrinaciones y la Guerra Santa

Tierra Santa fue un destino inmediato desde el principio, por la devoción a Cristo y la buscada ósmosis del contacto con los lugares evangélicos. Tanta llegó a ser la gente que peregrinaba, que provocó agudas protestas por parte de San Gerónimo, San Agustín y San Gregorio de Nyssa, a causa de sus desviaciones. Constantino, y el reconocimiento oficial de la Iglesia, abrió todavía más la avalancha de peregrinos, avivada por el sospechoso hallazgo por parte de su madre, Elena, de la verdadera cruz y los clavos de Cristo. Los cruzados no tenían otro objeto que mantener abierto ese camino, en el momento de las grandes intolerancias religiosas.

La frecuencia del fenómeno del hallazgo de cuerpos y reliquias de santos creó un problema de superabundancia, con un ritual del hallazgo que casi siempre era el mismo: sueños, revelaciones, luces. Todo ello ya era frecuente en los siglos IV y V, provocando una reacción adversa de la Iglesia ante tanto hallazgo o invención. Después, todo el abuso y comercio de las reliquias, que fue de gran importancia durante toda la Edad Media, donde se compraban y vendían cuerpos y partes de cuerpos de mártires y santos. La fiebre de reliquias y lugares santos fue tal, que los caminos se llenaron de peregrinos para pedir la intercesión de los mismos, que según San Teoderetto acudían "…los que están sanos les piden la conservación de la salud; los que luchan con la enfermedad, su curación… ". El fundamento, pues de la peregrinación era siempre el mismo: mejorar la actualidad presente del individuo. En ese contexto los caminos se llenaban de gentes creyentes y necesitadas del poder mediático del santo ante la divinidad que produjera el milagro o la continuación del bienestar. Después vendría la publicidad de los Libros de Milagros, y toda la difusión del lugar que ello significaba. Isidoro de Sevilla, señala entre los siglos VI y VII, que “peregrino” es el que “se encuentra lejos de su patria”. Y durante la Plena Edad Media el peregrino será ya el que se expatría para hacer un viaje iniciático a “los lugares santos”. A mediados del siglo XIII, leemos en las Partidas” de Alfonso X el Sabio que “romero” es el que “va a Roma” donde yacen los cuerpos de San Pedro y San Pablo, y que “pelegrino” tanto quiere decir, como ome estraño, que va a visitar el sepulcro de Hierusalem… o que andan en pelegrinaje a Santiago…. Pero el mayor centro de de peregrinación que hubo en la Edad Media fue hacia Jerusalén.[2]

        iii.      Las ocho cruzadas

Las primeras cruzadas se plantearon como una causa de justicia a favor de los cristianos residentes en Jerusalén, como una guerra justa por el evangelio. Era defender la cristiandad v/s Islam, liberar a los cristianos, establecer la paz y la justicia en Jerusalén, recuperar Iglesias. La historiografía tradicional contabiliza ocho cruzadas, aunque en realidad el número de expediciones fue mayor. Las tres primeras se centraron en Palestina, para luego volver la vista al Norte de África o servir a otros intereses, como la IV Cruzada.

·              La I cruzada (1095-1099) dirigida por Godofredo de Bouillon, Raimundo IV de Tolosa y Bohemundo I de Tarento fue llevada a cabo por los Normandos del Sur de Italia, los franceses del sur y del norte (separadamente) y los alemanes y flamencos, en 1097 se apoderan de Nicea (1097), Antioquia (1098), y finalmente se dirigen en 1099 a Jerusalén, a la que toman y se termina estableciendo un reino cristiano bajo la autoridad de Godofredo de Bouillon.

·               La II Cruzada (1147-1149) predicada por San Bernardo de Clairvaux tras la toma de Edesa por los turcos, y dirigida por Luis VII de Francia y el emperador Conrado III, se organiza para defender el reino cristiano, pero tanto Luis VII de Francia como Conrado III de Alemania fracasan en el asalto a Damasco (1148) y hacía 1187, Saladino lográ apoderarse de Jerusalén

·              La III Cruzada (1189-1192) fue una consecuencia directa de la toma de Jerusalén (1187) por Saladino. Dirigida por Ricardo Corazón de Léon, Felipe II Augusto de Francia y Federico III (Barbarroja) de Alemania, no alcanzó sus objetivos, Barbarroja murió en el camino hacía 1190 y los otros deciden volver a Francia e Inglaterra a luchar entre ellos, aunque Ricardo tomaría Chipre (1191) para cederla luego al Rey de Jerusalén, y junto a Felipe Augusto, Acre (1191). Luego de esto se da el segundo grupo de cruzadas oficiales (las que se rigen más por un interés económico que religioso):

·             La IV Cruzada (1202-1204), inspirada por Inocencio III contra Egipto y preparada por caballeros franceses terminó desviándose hacia el Imperio Bizantino, cediendo a las peticiones de los mercaderes venecianos de tomar primero Constantinopla para lograr un predominio en el Mediterráneo. Tras la toma y saqueo de Constantinopla (1204) se constituyó sobre el viejo Bizancio el Imperio Latino de Occidente, organizado feudalmente y con una autoridad muy débil. Desapareció en 1291 ante la reacción bizantina que constituyeron el llamado Imperio de Nicea, al tiempo que Génova sustituía a Venecia en el control del comercio bizantino. Hacía 1204,

·            La V Cruzada (1217-1221), dirigida por Andrés II de Hungría y el caballero francés Juan de Brienne, tuvo como objetivo el sultanato de Egipto y terminó en un rotundo fracaso.

·            La VI Cruzada (1228-1229) fue la más extraña de todas, dirigida por un soberano excomulgado, Federico II de Alemania, alcanzó unos objetivos sorprendentes para la época: el condominio confesional de Jerusalén, Belén y Nazareth (1299), status que sin embargo duraría pocos años.

·            La VII Cruzada (1248-1254) fue liderada por Luis IX de Francia. En 1254 se agotron los recursos económicos de Luis, por lo que abandonó la causa. Con su retorno a su tierra, concluyó la cruzada con un fracaso para los europeos.

·           La VIII cruzada (1271) también fue iniciativa de Luis IX. Dirigida contra Túnez concluyó con la muerte de San Luis ante la ciudad sitiada.[3]

        iv.      Historia Posterior De Las Cruzadas

Las Cruzadas influyeron en múltiples aspectos de la vida medieval, aunque, en general, no cumplieron los objetivos esperados. Casi todas las expediciones militares sufrieron importantes derrotas. Jerusalén se perdería en 1187 y lo que quedó de las posiciones cristianas tras la III Cruzada hasta su definitiva pérdida en el siglo XIII (San Juan de Acre -1291) se limitaba a una estrecha franja litoral cuya pérdida era cuestión de tiempo. Además, los señores de Occidente llevaron sus diferencias tanto a las propias Cruzadas (Luis VII de Francia y Conrado III en la II Cruzada; Ricardo Corazón de León y Felipe II Augusto en la III) como a los estados cristianos fundados en Tierra Santa, dónde los intereses de los diferentes grupos dieron lugar a numerosos conflictos.

En el intento de reensamblar las cristiandades latina y griega, no sólo falló la Cruzada, sino que acentuó el odio y la diferencia entre ellas, convirtiéndose en causa última de la ruptura definitiva entre Roma y Bizancio. Cierto es que Bizancio pidió ayuda a Occidente, pero al modo tradicional, pequeños grupos de soldados que le ayudasen a recobrar las provincias perdidas, no con grandes ejércitos poco dispuestos a someterse a la disciplina de los mandos bizantinos, o que se convirtieran en poderes independientes en las tierras que ocupasen o en la propia Constantinopla, como ocurrió en la IV Cruzada. Historiadores como Ana Comneno o Guillermo de Tiro nos han dejado testimonios del impacto del paso de los cruzados por las tierras bizantinas y el choque entre la brutalidad de costumbres de los occidentales y el refinamiento cultural bizantino. Por último, y a pesar de los réditos políticos que las Cruzadas tuvieron para el Papado como director de la política exterior europea, pronto se encontró Roma con voces que criticaban su uso como instrumento al servicio de los intereses papales, sobre todo desde que no se limitaron a los musulmanes, y se dirigieron también contra los disidentes religiosos o los enemigos políticos.

         v.      Las Órdenes Militares

Las órdenes militares surgieron del ideal de proteger y al mismo tiempo de establecer un factor bélico contra los infieles musulmanes.  Por lo tanto distinguir entre órdenes militares y hospitalarias resulta muy artificial. Las Órdenes deseaban conjugar la religiosidad de la vida monástica con el ideal del caballero de la Edad Media; recuperar Tierra Santa, conservar las peregrinaciones y asistir a las personas necesitadas. La perfección cristiana en ellos se dirigía hacia exaltar la violencia, apostar por el amor y practicar la tolerancia.

Los caballeros de estas órdenes eran monjes, pues habían profesado los votos de pobreza, de castidad y de obediencia; habían organizado su vida de acuerdo con una regla (por lo general la benedictina) y dependían directamente del Papa, pero al mismo tiempo eran militares, al ejercer el oficio de las armas y estar motivados por el ideal de cruzada. Las Ordenes militares estaban dirigidas por un gran maestre, cuyos poderes eran muy altos.

La primera de las Ordenes Militares europeas fue la del Hospital, fundada en 1048 en Jerusalén por mercaderes, también llamadá de San Juan. Sus orígenes fueron los de una simple cofradía piadosa, encargada del mantenimiento de un hospital destinado a los peregrinos. Colocada bajo la advocación del patriarca de Alejandría, y tutelada por los benedictinos, la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén admitió en su seno, a partir de 1137 a caballeros.
Durante el gobierno de Raimundo de Puy (1120-1160), la orden adquirió su definitivo carácter militar, centrado en la defensa de Tierra Santa y en la protección a los peregrinos. En 1154, bajo el pontificado de Adriano IV, los hospitalarios recibieron importantes donaciones y, al año siguiente, se dotaron de unos estatutos propios. A pesar de todo ello la orden nunca abandonó su primitiva función asistencial, fundando de hecho numerosos hospitales en Francia e Italia, por lo general cerca de los principales puertos de peregrinación. Esto permitió a los hospitalarios superar con relativa facilidad las crisis que supuso la perdida de Palestina, si bien las funciones militares se concentraron ahora en la defensa de Rodas. Desde 1310 se conoció a los hospitalarios con el apelativo de caballeros de Rodas.

La segunda de las ordenes militares de importancia fue la Orden del Temple.  Sus orígenes fueron muy modestos. Se fundó en 1119 por caballeros franceses. Se unieron por votos monásticos y otros militares. Se centraron en la defensa de los peregrinos. En 1127 la orden fue reconocida por el papa Honorio III. Poco a poco los templarios consiguieron importantes donaciones y un creciente poder. Los privilegios recibidos por reyes y nobles la convirtieron en una institución de potencia equiparable a la de cualquier principado occidental y su riqueza llegó a hacerse inmensa. A mediados del siglo XIII el Temple estaba dividido en 17 provincias con aproximadamente 20.000 miembros. Sin embargo, su directa dependencia del Papa y, sobre todo, su pronta dedicación a negocios especulativos y crediticios despertó los recelos de los monarcas. Al caer San Juan de Acre en 1291, último de los territorios del reino de Jerusalén, la orden del Temple, entró en una profunda crisis que no superaría. Poseía una enorme riqueza y eso provocó la enemistad del Rey de Francia, junto con la debilidad del Papado y el fracaso de un último acuerdo de fusionar la Orden del Temple con la Orden del Hospital, provocaron su caída en desgracia. Se la acusó de todo tipo de delitos, y al final la Orden fue disuelta por el Papa Clemente V, y sus propiedades pasaron a los diferentes monarcas o se integraron en otras órdenes. En la Corona de Aragón tanto el Temple como el Hospital tuvieron presencia activa, fundándose en 1317 la llamada Orden de Montesa con los bienes incautados a los templarios.
En los reinos occidentales en cambio, siempre tuvieron mucha más importancia las órdenes autóctonas, aparecidas en la segunda mitad del siglo XII.

Otras órdenes militares
Los caballeros Teutónicos, nacidos durante la Segunda Cruzada y desaparecieron a finales del siglo XIII. Absorbieron a otra orden militar: los Caballeros Portaespadas.

Caballeros Antonista en Viena, nacidos a finales del siglo XI.

Caballeros del Espíritu Santo.

Caballeros de San Lázaro en Jerusalén, entre otras, muchas de las cuales tuvieron una breve existencia sobre todo a partir de la perdida de Jerusalén en 1224 lo que produjo a las órdenes una grave crisis de supervivencia.
Otro factor importante para la desaparición de muchas de ellas fue el declive de ,los ideales primitivos en beneficio de los políticos (guerra contra los musulmanes en España, contra los paganos en el Báltico y contra los herejes en el sur de Francia), así como enriquecimiento y el poder que adquirieron. [4]

Órdenes militares de España
La otra gran orden militar peninsular fue la Órden de Santiago. Se fundó hacia 1170 reinando en León, Fernando II.  El fundador y primer maestre Don Pedro Fernández, descendiente de los reyes de Navarra y de los condes de Barcelona. El mismo Fernando II dio al principio numerosas posesiones a los nuevos caballeros. La orden consiguió incorporarse al monasterio de santa María por asistencia espiritual. En 1175 el Papa Alejandro III les otorgó la bula de aprobación y desde entonces se les conoció con el nombre de Caballeros de Santiago. Tras la toma de Calatrava por los musulmanes y el abandono de los templarios, el rey Sancho III firmaría la carta de donación perpetua de la Villa y Fortaleza de Calatrava a la Orden del Cister, representada por el Abad D. Raimundo, y a todos sus monjes, para que la tuvieran y la defendieran. Obtuvieron una importante parcela de poder  aumentando su poderío con donaciones de villas, tierras y castillos esparcidos por toda España. Tanto poder tuvo esta Orden Militar, que suscitó la desconfianza de los reyes que determinaron que la elección de Maestres de la Orden lo sería por designación real. Pero los Reyes Católicos determinaron que el Maestre de la Orden D. Garci López de Padilla, sería el último Maestre de la Orden de Calatrava, de modo que las posesiones de la orden pasarían a la Corona tan pronto como muriera su Maestre. Así llego a su fin la Orden.

En el año 1.156 varios caballeros de Salamanca formaron una orden guiados por Amando el Ermitaño al estilo de las del Hospital y el Temple. Fue confirmada por el papa Alejandro III como orden de caballería. Los años que siguen constituyen un continuo batallar de la Orden al servicio de los monarcas cristianos contra los árabes. Reconquistada la villa de Alcántara, la Orden decidió su traslado a aquel lugar. La Orden no sólo combatió a los moros, sino que también se mezcló en la política de la época. Vestían túnica de lana blanca muy larga y capa negra que sustituían por un manto blanco en las ceremonias. El declive de la Orden se inicia con los Reyes Católicos. La Monarquía española estaba resuelta a constituirse en unidad nacional y por tanto se hacía precisa la incorporación de los maestrazgos a la Corona.

La Orden de Montesa fue creada por una bula Papal de fecha 10 de junio de 1.317, pero el verdadero fundador y creador de la orden fue el rey don Jaime II, de Aragón, quien le cedió el castillo de Montesa, enclavado en territorio valenciano, frontera con los sarracenos en aquellos momentos. La nueva Orden de Montesa sería la filial de la Orden de Calatrava, se ocuparía principalmente de la defensa contra los sarracenos de la plaza de Valencia y circundantes. La Orden realizó un decisivo papel, apoyando Al Rey de Aragón Pedro el Ceremonioso. Participó activamente para la Corona de Aragón en la conquista del reino de Nápoles. Pero ya los reyes comenzaban a tomar parte activa en la elección de los Maestres. Al cabo de algún tiempo, se obtuvo la renuncia al maestrazgo en favor del rey pidiendo al Pontífice que incorporara la Orden de Montesa a la Corona. Así se hizo por una bula de Sixto V expedida en Roma siendo el 15 de marzo de 1.587, que daba por concluída la dignidad del Maestre. Acabó la Orden de Montesa como Caballería Militar y desde aquel momento quedó incorporada al Estado. [5]

2)  Las Ordenes Mendicantes

              i.        Pedro Valdo

Pedro Valdo (1140 ? - 1217) (de nombre original Pierre Valdo, Valdés, igualmente conocido como Pierre de Vaux) predicador itinerante, considerado como uno de los precursores de la Reforma Protestante. Impulsó el movimiento cristiano de los Pobres de Lyón, conocidos como valdenses. Se sabe que se estableció en Lyon (Francia) y se hizo rico negociando. En 1173, tras la muerte de un amigo se dedico a predicar el evangelio. Distribuyó sus bienes en dos fracciones: Una parte para los pobres: Valdo dio pan, verdura y carne a todo el que acudió a él en momentos en que una hambruna muy grande asolaba a Francia y Alemania. La otra parte la entregó a dos eclesiásticos para que tradujesen el Nuevo Testamento del latín a la lengua romance que entonces se hablaba hasta la frontera suiza, y envió mensajeros de pueblo en pueblo para que leyeran la Sagrada Escritura a quienes no sabían latín. Para poder distribuir estas porciones de la Biblia, Valdo y sus colaboradores utilizaron tácticas de venta especiales para evitar ser denunciados. Un inquisidor los describe viajando de un pueblo a otro y vendiendo mercaderías para lograr entrar en las casas. Explica que ofrecían joyas, anillos, aros, telas, velos y otros adornos. Cuando les preguntaban si tenían otras joyas, contestaban: “Sí, tenemos joyas más preciosas que estas. Si prometen no denunciarnos, se las mostraremos”, y cuando obtenían esa seguridad, los colportes proseguían: “Tenemos una piedra preciosa tan brillante, que su luz permite ver a Dios; y tan radiante que puede encender el amor de Dios en el corazón del que la posee. Estamos hablando en lenguaje figurado, pero lo que decimos es la pura verdad.” Luego extraían de debajo de su ropa alguna parte de la Biblia, la leían, explicaban y vendían a quien la quería. Los predicadores itinerantes difundían una religiosidad más viva y más intensa, que se puede resumir en la exigencia de un seguimiento lo más completo posible a los consejos de Jesús en los Evangelios. "Así sembraron la palabra eterna que brotó, creció y dio rico fruto." El número de seguidores de Valdo fue aumentando rápida y vastamente, por su actitud crítica frente a la jerarquía y la importancia que daba a los simples fieles, impulsando a cada uno a tomar conciencia de su propia fe y dignidad de cristiano.

Fue citado por el arzobispo Guichard, que les prohibió predicar. Valdo apeló al Papa y compareció con uno de sus colaboradores ante el Concilio de Letrán en marzo de 1179. El papa Alejandro III le trató amablemente pensando que Valdo y sus seguidores podrían formar una orden monástica más. De vuelta a Lyon, continuaron predicando a pesar de las prohibiciones del arzobispo y el Papa. En el año 1181 se lanzó contra ellos una excomunión definitiva, que pudieron eludir durante algunos años. Tras el Concilio de Verona en 1184, donde se condenó explícitamente a los Pobres de Lyon, se vieron obligados abandonar aquella ciudad y esparcirse por toda Europa (Francia, Italia, España, Alemania, Polonia, Austria, Hungría), difundiendo su doctrina a su paso. Se cree que el número de Valdenses en Austria llegó a 80.000. Pedro Valdo se exilió a Bohemia, en donde terminó sus días en 1217, tras 57 años de obra.[6]

         ii.      San Francisco Y La Orden De Los Hermanos Menores

San Francisco nace a finales del siglo XII. Era de clase comerciante y aspiraba a ser un gran caballero, por ello quería marchar a las cruzadas, además frecuentaba las comilonas y otros vicios. Pero siente que le falta algo. Busca algo que no encuentra en la sociedad. Va a encontrar a Dios en dos momentos clave de su vida: Al volver de la guerra y no haberle gustado, entra en una ermita a pocos kilómetros de su pueblo: San Damiano y ora ante el Cristo. Siente que Jesucristo le está pidiendo que repare su Iglesia. El segundo encuentro y definitivo fue con el leproso. Vio al mismo Jesús en el Leproso. Con lo que decidió dejar a la familia y los bienes e irse a vivir con los pobres. Ambas cosas combinarían una constante en su vida: la contemplación y la acción. Se decide a seguir el Evangelio y desprenderse de todo, vivir como Cristo Pobre. Pasó dos años reconstruyendo la ermita y se le fueron uniendo unos amigos inseparables. Sentían la llamada de "si quieres ser perfecto da todo lo que tienes y sígueme".

No pensaban en fundar una nueva orden sino vivir el Evangelio. Pero pronto llegaron a ser 12. Clara estaba con ellos, tenía casi 10 años menos que Francisco. Fundaría las Clarisas, que no tendrían una vida tan activa como los Franciscanos debido a la clausura del convento. Francisco fue un hombre que sufrió mucho pues vio que la orden ya fundada se le iba de las manos, llega incluso a abandonar la orden. La primera división de la orden se establece entre conventuales y observantes. Tenían muchas diferencias. Todos son frailes menores. Los Capuchinos volverán a reformar la orden apoyándose en los Conventuales, y quieren volver a sus raíces. Cada uno es una forma diferente de vivir la pobreza.

Estas ramas aparecieron debido a divisiones internas en la orden, por los diversos modos de interpretar, vivir y observar la Regla de San Francisco, especialmente en cuanto ve a la vida evangélica profesada y a la rigidez u holgura en la observancia de la pobreza. El año 1517 el Papa León X dividió la Orden entre dos ramas: Conventuales y Observantes, dando a éstos la autoridad y los sellos de la Orden, así como el oficio de Ministro General de toda la Orden de los Frailes Menores. El año de 1535, en el seno de la Observancia se inició el movimiento de la Reforma Capuchina. Actualmente, cada una de estas tres ramas, observando la única Regla de San Francisco, cuenta con su propia autonomía y su propio Ministro General. Desde el mismo siglo XIII, existen los franciscanos de la Tercera Orden Regular, quienes también tienen su autonomía y su propio Ministro General. La Orden de Frailes Menores, llamados simplemente franciscanos, tiene el sello del Ministro General desde 1517. Los Franciscanos se reunieron en capítulos generales en Pentecostés o en San Miguel, dividieron la Orden en provincias gobernadas por ministros provinciales, crearon misiones en varios países de la Cristiandad, aceptaron la regla definitiva en 1223.

Los Franciscanos, más dados a las aplicaciones prácticas, a la espiritualidad afectiva y a los temas populares, tienen tendencia a establecer una dualidad entre la teología y la mística. Cultivan con ardor una espiritualidad de raíces agustinianas y hasta neoplatónicas. Lo que interesa a los Franciscanos, ante todo, es la vida práctica.[7]

        iii.      Santo Domingo Y La Orden De Predicadores (1175-1221)

Los dominicos nacen en el contexto de la cruzada albigense, guerra emprendida por iniciativa de la Iglesia católica y la nobleza del reino de Francia en contra de los cátaros y la nobleza de Occitania a comienzos del siglo XIII. Domingo de Guzmán, natural de Caleruega, era un clérigo que integraba el capítulo de la catedral de Osma. Durante un viaje diplomático realizado con su obispo Diego de Acevedo al norte de Europa, fue encargado del intento de conversión de los cátaros instalados en el sur de Francia. Hacia 1206, organizó ―con la aprobación del Papa― un grupo de predicación que imitaba las costumbres de los cátaros, viviendo pobremente, pero sus intentos fueron un fracaso, lo que decidió el uso de la fuerza y el inicio de la llamada cruzada contra los cátaros.

Santo Domingo continuó madurando su idea y se fue a vivir a la diócesis de Toulouse, donde fundó un monasterio femenino en Prohuille. Finalmente, hacia 1215 organizó la primera comunidad formal de «hermanos predicadores». Se componía de 16 integrantes. Dicha comunidad se guiaba bajo la regla de San Agustín y vivía en conventos o casas urbanas, bajo una espiritualidad a la vez monástica y a la vez apostólica. El lema escogido fue ‘contemplar y dar a otros lo contemplado’. Todo esto fue novedoso para la época, pues hasta entonces, los religiosos vivían en monasterios y no se dedicaban a la predicación, la cual era oficio propio de los obispos. Los dominicos tomaron como ejes de su carisma el estudio y la predicación, unidos a la pobreza mendicante. De manera paralela a la fundación de los predicadores y de las monjas, nació la Milicia de Jesucristo, después conocida como Tercera Orden de la Penitencia de Predicadores, que sería la rama seglar de la organización. Entre los miembros más famosos de esta rama de la orden, se encuentran Catalina de Siena, Sigrid Undset y Pier Giorgio Frassati. La orden fue aprobada por el papa Honorio III en 1216. Pocos años después, santo Domingo tomó la decisión de dispersar al pequeño grupo, enviándolo a lugares claves de la Europa de entonces: París y Bolonia, donde se encontraban las dos principales universidades del mundo occidental. El éxito fue inmediato. Si en 1221, cuando murió su fundador, los dominicos eran alrededor de 300 frailes, unos cincuenta años más tarde el número rodeaba los 10.000 miembros. Hasta el siglo XIX, los dominicos representaron la segunda comunidad masculina más numerosa, después de los franciscanos.

Pronto se hicieron muy populares, y grandes teólogos se forjaron en sus filas. Los casos más renombrados son los de Tomás de Aquino ,Alberto Magno, Meister Eckart y Vicente Ferrer.
La preparación y formación teológica expuesta tanto por los dominicos como por los franciscanos hizo que al fundarse la Inquisición, en 1231, las autoridades se fijaran en estos religiosos y le confiaran su organización, que llevaron adelante con mucho celo, al punto de que los primeros quedaron asociados para siempre con este célebre tribunal. Tal vez los más famosos inquisidores son Bernardo de Guio  y Tomás de Torquemada, ambos dominicos. Tras una decadencia que afectó a todas las órdenes religiosas en general durante el siglo XIV, los dominicos se reformaron en el siglo XV, y tuvieron una nueva época de gloria intelectual que protagonizaron los dominicos del Convento de San Esteban de Salamanca, donde se forjó la Escuela de Salamanca, en su faceta teológica, que daría después sus frutos en la filosofía, el derecho y la economía, con personajes de la talla de Francisco de Vitoria, Tomás de Mercado o Domingo de Soto, que hicieron unos planteamientos sobre los problemas de la sociedad inusualmente avanzados.

Mientras tanto se enfrentaban a una nueva tarea: la Evangelización de América. Su trabajo allí fue muy importante y en los anales de la historia se tiene en especial consideración a Fray Bartolomé de las Casas, Fr. Antonio de Montesinos, Fr. Pedro de Córdoba, San Luis Beltrán y otros más por su labor en la defensa de los derechos de los indígenas americanos. En América, los dominicos también intervinieron en la educación de la población criolla, a través de la fundación de centros universitarios y en la propagación de prácticas y devociones que aún hoy están presentes entre la población católica, como la devoción a la Virgen María a través del rezo del rosario.

Al advenir la época de las revoluciones (siglos XVIII-XIX) tanto en Europa como en América, la orden soportó la crisis más grande de su historia. La inobservancia, la laxitud, la aridez intelectual, unida a los ataques que desde el exterior lanzaron las autoridades políticas de corte liberal, la llevaron a casi desaparecer por completo. A partir del siglo XIX comenzó una segunda restauración En el siglo XX la orden dominicana recuperó parte de su antiguo esplendor en el campo teológico y pastoral. En la actualidad, los alrededor de 6500 frailes que existen se dedican especialmente al estudio teológico y filosófico, a la pastoral en parroquias, a la misión y la enseñanza en centros de estudio.[8]

        iv.      El Curso Posterior De Las Órdenes Mendicantes

Tanto la Orden de Predicadores como la de los Hermanos Menores crecieron rápidamente en casi toda Europa. Pero la fundada por Santo Domingo tuvo una historia mucho menos accidentada que la de San Francisco. Desde el principio, los dominicos se habían dedicado al estudio y a la predicación, particularmente entre los herejes. Para ellos, la pobreza no era sino un instrumento que facilitaba y fortalecía su testimonio. Por tanto, no tuvieron mayores dificultades para adaptarse a las nuevas circunstancias, cuando el crecimiento de la orden requirió que ésta tuviera propiedades, y que el ideal de pobreza fuese en cierto modo mitigado. Además, pronto se instalaron en las universidades, pues esto se seguía de su inspiración inicial. En esa época, los dos centros principales de estudios teológicos eran las nacientes universidades de París y Oxford. En ambas ciudades los dominicos fundaron casas, y pronto tenían profesores en las universidades. En Oxford, esto sucedió cuando Roberto Bacon, quien ya era profesor, decidió hacerse dominico, y continuó en la enseñanza. El otro campo en el que los dominicos se distinguieron fue la predicación entre musulmanes y judíos. Entre los seguidores del Profeta, su más famoso predicador fue Guillermo de Trípoli. Al igual que los dominicos, los franciscanos se distinguieron tanto en su labor misionera como en su presencia en las universidades. Las misiones habían sido siempre una de las pasiones de San Francisco, quien varias veces trató de partir a tierra infieles, y quien por fin logró predicarle al Sultán en Egipto.  Como ejemplo de esa labor, podemos tomar a Juan de Montecorvino, quien después de ser legado papal en Persia y Etiopía, y tras breve obra misionera en la India, se dirigió hacia China.  

Al seguir el ejemplo de los dominicos, los franciscanos se instalaron en las universidades, donde llegaron a tener profesores de gran renombre. Hasta cierto punto, esto constituía un cambio en la política trazada por el fundador, quien siempre receló de los estudios y los libros. Particularmente en París, el franciscano Buenaventura y el dominico Tomás de Aquino, tuvieron que enfrentarse a la oposición de maestros seculares tales como Guillermo de San Amor. En su pugna con los mendicantes, los seculares llegaron a atacar, no sólo su derecho de formar parte de las universidades, sino también la validez de sus votos de pobreza. Pero lo que Francisco deseaba era evitar el enriquecimiento de su orden, como había sucedido con el movimiento cluniacense. Para asegurarse de que el principio de la pobreza absoluta se cumpliera a cabalidad, insistió en él en su testamento, y explícitamente prohibió que se le pidiera al papa mitigación alguna de la Regla. A la postre esto no pudo cumplirse, pues  nadie encarnó aquel ideal como lo hizo San Francisco, los seguidores del Pobrecillo de Asís finalmente terminaron peleándose a causa de sus riquezas[9]




[1] Cruzadas consultado el 30 de mayo de 2011
[2] El fenómeno de las peregrinaciones consultado el 1de junio de 2011
[3] Las cruzadas consultado el 28 de mayo de 2011
[4] Nacimiento de las ordenes militares consultado el 2 de junio de 2011
[5] Órdenes Militares consultado el 1 de junio del 2011  
[7] Mattoso J. e I Iparraguirre  San Francisco y los Franciscanos consultado el 2 de junio de 2011
[9] Gonzales Justo, Historia del Cristianismo vol 1, pag 420 

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