lunes, 25 de agosto de 2014

Onceava sesión: Historia Eclesiástica

6. LA IGLESIA PROTESTANTE

1)    Causas de la Reforma Protestante

          i.      Juan Wyclif[1]

Este célebre reformador, llamado «La Estrella Matutina de la Reforma», nació alrededor del año 1324, durante el reinado de Eduardo II. Sus padres lo enviaron a Queen's College, en Oxford, que había sido fundado por entonces por Robert Eaglesfield, confesor de la Reina Felipa. Luego pasó al Merton College, que era entonces considerado como una de las instituciones más eruditas de Europa. Su notoriedad destacó en su defensa de la universidad contra los frailes mendicantes, que para el tiempo, en Oxford en 1230, habían sido incómodos para la universidad, por su concepto de que Cristo y sus apóstoles habían sido mendigos; y que la mendicidad era una institución evangélica. Doctrina que predicaban en todo lugar.

Wyclif había menospreciado durante mucho tiempo a estos frailes por la pereza con que se desenvolvían, y ahora tenía una buena oportunidad para denunciarlos. Publicó un tratado en contra de la mendicidad de personas capaces, y demostró que no sólo eran un insulto a la religión, sino también a la sociedad humana. Alrededor de este tiempo, el Arzobispo Islip fundó Canterbury Hall, en Oxford, donde estableció a un rector y once académicos. Y fue Wyclif el escogido por el arzobispo para el rectorado, pero al morir éste, su sucesor Stephen Langham, obispo de Ely, lo depuso. Wyclif apeló al Papa, que posteriormente dio sentencia en su contra por la siguiente causa: Eduardo III, que era a la sazón rey de Inglaterra, había retirado el tributo que desde el tiempo del Rey Juan se había pagado al Papa. El Papa amenazó a Eduardo III, quien convocó a un Parlamento, donde se resolvió que el Rey Juan había cometido un acto ilegal, y entregado los derechos de la nación, y aconsejó al rey a que no se sometiera, fueran cuales fueran las consecuencias.

El clero comenzó a escribir en favor del Papa, publicando un tratado, que tenía muchos defensores. Wyclif, se opuso al tratado y de forma magistral desmorono sus argumentos. Wyclif fue después promovido a la cátedra de teología, desde donde denuncio los errores de la Iglesia de Roma y de la vileza de sus agentes monásticos. En conferencias públicas vapuleaba sus licencias y se oponía a sus insensateces. Esto le costó que el arzobispo de Canterbury, le privara de su cargo. Para este tiempo, la administración interna estaba a cargo del duque de Lancaster, quien tenía unos conceptos religiosos muy libres, y estaba enemistado con el clero. El príncipe consideró muy gravosas algunas exigencias de la corte de Roma y decidió enviar al obispo de Bangor y a Wyclif para que protestaran contra tales abusos, y se acordó que el Papa ya no podía disponer de ningún beneficio perteneciente a la Iglesia de Inglaterra. En esta embajada, Wyclif observo las contrariedades de la constitución y política de Roma, y volvió más decidido que nunca a denunciar su avaricia y ambición. Habiendo recuperado su anterior situación, comenzó a denunciar al Papa en sus conferencias sus usurpaciones, su pretendida infalibilidad, su soberbia, su avaricia y su tiranía. Fue el primero en llamar Anticristo al Papa. Del Papa pasaba a la pompa, el lujo y las tramas de los obispos, y los contrastaba con la sencillez de los primeros obispos. Sus supersticiones y engaños eran temas que presentaba con energía de mente y con precisión lógica.

Gracias al patronazgo del duque de Lancaster, Wyclif recibió un buen puesto, pero tan pronto estuvo instalado en su parroquia sus enemigos y los obispos comenzaron a hostigarle. El duque de Lancaster fue su amigo durante esta persecución, y por medio de su presencia y la de Lord Percy, conde mariscal de Inglaterra, soporto los embates. Después de la muerte de Eduardo III le sucedió su nieto Ricardo II, con sólo once años de edad. Y al no conseguir el duque de Lancaster ser el único tutor, su poder comenzó a declinar, y los enemigos de Wyclif, aprovechándose de esta circunstancia, renovaron sus artículos de acusación en su contra, consiguiendo una prohibición para que Wyclif predicara sus enseñanzas incomodas para el Papa; pero el reformador la ignoró, predicando más vehemente que nunca. En el año 1378 surgió una contienda entre dos Papas, Urbano VI y Clemente VII, acerca de cuál era el Papa legítimo, el verdadero vicario de Cristo. Este fue un período favorable para el ejercicio de los talentos de Wyclif: pronto produjo un tratado contra el papado, que fue leído de buena gana por toda clase de gente.

Para el final de aquel año, Wyclif cayó enfermo de una fuerte dolencia, que se temía pudiera resultar fatal. Los frailes mendicantes, acompañados por cuatro de los más eminentes ciudadanos de Oxford, consiguieron ser admitidos a su dormitorio, y le rogaron que se retractara, por amor de su alma. Wyclif, sorprendido ante éste solemne mensaje, se recostó en su cama, y dijo: "No moriré, sino que viviré para denunciar las maldades de los frailes." Cuando Wyclif se recuperó se dedicó a la traducción de la Biblia al inglés. Antes de la aparición de esta obra, publicó un tratado, en el que exponía la necesidad de la misma. El celo de los obispos por suprimir las Escrituras impulsó enormemente su venta, y los que no podían procurarse una copia se hacían transcripciones de Evangelios o Epístolas determinadas. Posteriormente, cuando los lolardos fueron aumentando en número, y se encendieren las hogueras, se hizo costumbre atar al cuello del hereje condenado aquellos fragmentos de las Escrituras que se encontraran en su posesión, y que generalmente seguían su suerte.

Inmediatamente después de esto, Wyclif se aventuró un paso más, y atacó la doctrina de la transubstanciación. Extraña opinión inventada por Paschade Radbert en su debate contra Retramne Corbie sobre la Eucaristia. Wyclif, en su lectura ante la Universidad de Oxford en 1381 atacó esta doctrina, y publicó un tratado acerca de ella. El doctor Barton, vicecanciller de Oxford, condenó las doctrinas de Wyclif y lo amenazó con la excomunión. Wyclif al no conseguir ningún apoyo del duque de Lancaster, y llamado a comparecer ante su anterior adversario, William Courteney, ahora arzobispo de Canterbury, se refugió bajo el alegato de que él, como miembro de la universidad, estaba fuera de la jurisdicción episcopal. Este alegato le fue admitido, por cuanto la universidad estaba decidida a defender a su miembro. El tribunal se reunió para juzgar y condenar la enseñanza de Wyclif. El rey, a petición del obispo, concedió una licencia para encarcelar a Wyclif, pero los comunes hicieron que el rey revocara esta acción como ilegal. Sin embargo, el primado obtuvo cartas del rey ordenando a la Universidad de Oxford que investigara los libros que Wyclif había publicado; como consecuencia de esta orden, Wyclif se retiró de la Universidad. Pero sus opiniones estaban tan difundidas que se dice que de dos personas una era un lolardo. Durante este período prosiguieron las disputas entre los dos papas. Urbano y Clemente. Incluso Urbano llamo al linchamiento de Clemente.

Wyclif, en su ancianidad, reprendió al Papa con la mayor libertad, y le preguntó: "¿Cómo osáis hacer del emblema de Cristo en la cruz (que es la prenda de la paz, de la misericordia y de la caridad una bandera que nos lleve a matar a hombres cristianos por amor a dos falsos sacerdotes, y a oprimir a la cristiandad de manera peor que Cristo y Sus apóstoles fueron oprimidos por los judíos? ¿Cuándo el soberbio sacerdote de Roma concederá indulgencias a la humanidad para vivir en paz y caridad, como lo hace ahora para que luchen y se maten entre si?". Este severo escrito le atrajo el resentimiento de Urbano, y cayó víctima de una parálisis, y aunque vivió un cierto tiempo, estaba de tal manera que sus enemigos consideraron como resultado de su resentimiento. Wyclif volvió tras un breve espacio de tiempo y se reintegró a su parroquia de Lutterworth, donde era párroco; allí durmió en paz al final del año 1384. Wyclif tenía motivos por agradecerles que al menos le dieran reposo mientras vivió, y que le dieran tanto tiempo después de su muerte, cuarenta y un años de reposo en su sepulcro, antes que exhumaran su cuerpo y lo convirtieran de polvo a cenizas; cenizas que fueron luego echadas al río. Y así fue transformado en tres elementos: tierra, fuego y agua, pensando que así extinguían y abolían el nombre y la doctrina de Wyclif para siempre. No pudieron sin embargo quemar la palabra de Dios y la verdad de Su doctrina, ni el fruto y triunfo de la misma.

              i.        Juan Huss[2]

Juan Huss nació en Hussenitz, un pueblo de Bohemia, alrededor del año 1380. En 1398, Huss alcanzó el grado de bachiller en divinidad, y después fue sucesivamente elegido pastor de la Iglesia de Belén, en Praga, y decano y rector de la universidad. En estas posiciones cumplió sus deberes con gran fidelidad, y al final se destacó por su apego a las doctrinas de Wyclif. El reformista inglés Wyclif había tenido mucha influencia en varias zonas de Europa. Sus doctrinas se esparcieron por Bohemia, y fueron bien recibidas por muchas personas, entre ellos Juan Huss y su celoso amigo y compañero de martirio, Jerónimo de Praga. El arzobispo de Praga, al ver que los reformistas aumentaban a diario, emitió un decreto para suprimir el esparcimiento continuo de los escritos de Wyclif; pero esto tuvo un efecto totalmente contrario al esperado, porque sirvió de estímulo para el celo de los amigos de estas doctrinas, y casi toda la universidad se unió para propagarlas.

Simpatizante de las doctrinas de Wyclif, Huss se opuso al decreto del arzobispo, que sin embargo consiguió una bula del Papa, que le encargaba impedir la dispersión de las doctrinas de Wyclif en su provincia. En virtud de esta bula, el arzobispo condenó los escritos de Wyclif; también procedió contra cuatro doctores que no habían entregado las copias de aquel teólogo, y les prohibieron, a pesar de sus privilegios, predicar a congregación alguna. Juan Huss, junto con algunos otros miembros de la universidad, protestaron contra estos procedimientos, y apelaron contra la sentencia del arzobispo. Al saber el Papa la situación, concedió una comisión al Cardenal Colonna, para que citara a Juan Huss y compareciera personalmente en la corte de Roma, respondiendo las acusaciones en contra suya.  Juan Huss pidió que se le excusara de comparecer personalmente, enviando tres procuradores ante el Cardenal Colonna en representación suya. Pero el cardenal declaró contumaz a Huss, y por ello lo excomulgó. Los procuradores apelaron al Papa, pero no sirvió de nada, extendiéndose la excomunión no sólo a Huss sino también a todos sus amigos y seguidores.

Huss apeló contra esta sentencia a un futuro Concilio, pero sin éxito; y a pesar de la severidad del decreto y de la consiguiente expulsión de su iglesia en Praga, se retiró a Hussenitz, su pueblo natal, donde siguió propagando su nueva doctrina, tanto desde el púlpito como con su pluma. Las cartas que escribió en este tiempo fueron muy numerosas; y recopiló un tratado en el que mantenía que no se podía prohibir de manera absoluta la lectura de los libros de los reformistas. Escribió en defensa del libro de Wyclif acerca de la Trinidad, y se manifestó abiertamente en contra de los vicios del Papa, de los cardenales y del clero de aquellos tiempos corrompidos. En 1414 se convocó un Concilio general en Constanza, Alemania, con el único propósito, de aplastar el avance de la Reforma. Juan Huss fue llamado a comparecer delante de este Concilio; para alentarle, el emperador le envió un salvoconducto. Las cortesías e incluso la reverencia con que Huss se encontró por el camino eran apoteósicas Fue llevado a la ciudad en medio de grandes aclamaciones, y se puede decir que pasó por Alemania en triunfo. No podía dejar de expresar su sorpresa ante el trato que se le dispensaba. "Pensaba yo (dijo) que era un proscrito. Ahora veo que mis peores enemigos están en Bohemia." Tan pronto como Huss llegó a Constanza, vino un tal Stephen Paletz, que había sido contratado por el clero de Praga para presentar las acusaciones en su contra. A Paletz se unió posteriormente Miguel de Cassis, de parte de la corte de Roma. Estos dos se declararon sus acusadores, y redactaron un conjunto de artículos contra él, que presentaron al Papa y a los prelados del Concilio.

Cuando se supo que estaba en la ciudad, fue arrestado inmediatamente, y constituido prisionero en una cámara en el palacio. Esta violación de la ley común y de la justicia fue observada en panicular por uno de los amigos de Huss, que adució el salvoconducto imperial; pero el Papa replicó que él nunca había concedido ningún salvoconducto, y que no estaba atado por el del emperador.  Mientras Huss estuvo encerrado, el Concilio actuó como Inquisición. Condenaron las doctrinas de Wyclif, e incluso ordenaron que sus restos fueran exhumados y quemados, órdenes que fueron estrictamente cumplidas. Mientras tanto, la nobleza de Bohemia y Polonia intercedió intensamente por Huss, y prevalecieron hasta el punto de que se impidió que fuera condenado sin ser oído, cosa que había sido la intención de los comisionados designados para juzgarle. Cuando le hicieron comparecer delante del Concilio, se le leyeron los artículos redactados contra él; eran alrededor de unos cuarenta, mayormente extraídos de sus escritos. La respuesta de Juan Huss fue:"Apelé al Papa, y muerto él, y no habiendo quedado decidida mi causa, apelé asimismo a su sucesor Juan XXIII, y no pudiendo lograr mis abogados que me admitiera en su presencia para defender mi causa, apelé al sumo juez, Cristo."

Habiendo dicho Huss estas cosas, se le preguntó si había recibido la absolución del Papa o no. El respondió: "No." Luego, cuando se le preguntó si era legitimo que apelara a Cristo, Juan Huss respondió: "En verdad que afirmo aquí delante de todos vosotros que no hay apelación más justa ni más eficaz que la que se hace a Cristo. Estas excelentes expresiones fueron consideradas como manifestaciones de traición. Por ello, los obispos le privaron de sus hábitos sacerdotales, lo degradaron, le pusieron una mitra de papel en la cabeza con demonios pintados en ella, con esta expresión: "Cabecilla de herejes". Al ver esto, él dijo: "Mi Señor Jesucristo, por mi causa, llevó una corona de espinas. ¿Por qué no debería yo, entonces, llevar esta ligera corona, por ignominiosa que sea?. Cuando lo ataron a la estaca con la cadena, dijo, con rostro sonriente: "Mi Señor Jesús fue atado con una cadena más dura que ésta por mi causa; ¿por qué debería avergonzarme de ésta tan oxidada?" Cuando le apilaron la leña hasta el cuello, el duque de Baviera estuvo muy solícito con él deseándole que se retractara. "No," le dijo Huss, "nunca he predicado ninguna doctrina con malas tendencias, y lo que he enseñado con mis labios lo sellaré ahora con mi sangre." Luego le dijo al verdugo: "Vas a asar un ganso (siendo que Huss significa ganso en lengua bohemia), pero dentro de un siglo te encontrarás con un cisne que no podrás ni asar ni hervir." Si dijo una profecía, debía referirse a Martín Lutero, que apareció al cabo de unos cien años, y en cuyo escudo de armas figuraba un cisne. Finalmente aplicaron el fuego a la leña, y entonces nuestro mártir cantó un himno con voz tan fuerte y alegre que fue oído a través del crepitar de la leña y del fragor de la multitud. Finalmente, su voz fue acallada por la fuerza de las llamas, que pronto pusieron fin a su existencia. Entonces, con gran diligencia, reuniendo las cenizas las echaron al río Rhin, para que no quedara el más mínimo resto de aquel hombre sobre la tierra, cuya memoria, sin embargo, no podrá quedar abolida de las mentes de los piadosos, ni por fuego, ni por agua, ni por tormento alguno.

         ii.      Los Movimientos Populares[3]

En el caso de los movimientos populares la situación es muy distinta. Quienes los siguieron eran en su casi totalidad gente indocta. Muchos de esos movimientos eran de carácter apocalíptico, de modo que quienes formaban parte de ellos creían que el fin estaba cerca, y por tanto no veían razón alguna de narrar su historia. Es muy posible que, de haber querido hacerlo, no hubieran podido, pues se trataba de corrientes de entusiasmo que de pronto aparecían en un lugar, para luego desaparecer y brotar de nuevo en otra fecha y otro lugar. Según se decía, se trataba de gentes que utilizaban su entusiasmo religioso para dar rienda suelta a la inmoralidad y a la rapiña, odiaban a los sacerdotes y a toda la jerarquía de la iglesia, profanaban el sacramento del altar, creían que el fin del mundo estaba cercano, pretendían haber recibido una nueva revelación de Dios, o que el Espíritu Santo se había encarnado en ellas, etc. Es muy posible, y hasta probable que en algunos casos parte de esto haya sido cierto. Pero el hecho de que las mismas acusaciones se hicieran contra movimientos a todas luces diferentes nos hace sospechar que eran frecuentemente falsas. Aunque no podemos narrar aquí la historia de dichos movimientos, podemos señalar sus características comunes y su significado para la historia del cristianismo.

En el siglo XIII la iglesia había perdido flexibilidad. En 1215 el Cuarto Concilio de Letrán prohibió la fundación de nuevas órdenes, se temía que continuaran surgiendo movimientos como el franciscano, y que la iglesia no pudiera controlarlos. En el siglo XIV y XV, aquella tendencia que se había manifestado en 1215 llegó a su cumbre. La pobreza franciscana se había reinterpretado de tal modo que no requería de la orden en sí, sino sólo de sus miembros, pues como órdenes, tanto la orden de San Francisco como la de Santo Domingo se volvieron ricas y poderosas.

La cuestión de la pobreza tenía dos vertientes. De un lado estaban las gentes relativamente pudientes, que abrazaban una pobreza voluntaria, por motivos de renunciación. Tal había sido el caso, en el siglo XIII, de San Francisco de Asís. Otras veces se unían a movimientos que existían entre las clases humildes, porque les parecía que allí les era más fácil cumplir con el consejo evangélico de la pobreza.  Pero pronto surgió una multitud de movimientos que se confundían entre sí. Algunos no buscaban sino la posibilidad de practicar la pobreza voluntaria. Otros veían en los males de la época una señal de los tiempos apocalípticos. Por ello era necesario arrepentirse, castigar el cuerpo, para así salvarse del mal que pronto llegaría. Otros, pasaron del arrepentimiento a la acción, debían ser fieles al evangelio, en estos, la tarea del cristiano consistía en tomar las armas y marchar hacia el Reino de Dios, contra los tergiversaban la verdad evangélica, y destruían la justicia oprimiendo a los pobres.

Beguinas y Begardos

El monaquismo atrajo también muchas mujeres. Es muy probable que parte de este impulso entre las mujeres se haya debido a que la vida monástica era el único medio en que ellas, aun las más ricas, podían escapar de una vida completamente dirigida por los deseos y decisiones de sus padres, hermanos, esposos e hijos. Pronto los conventos tradicionales resultaron insuficientes, y hubo gran número de mujeres que se reunieron en pequeños grupos para vivir juntas y llevar una vida de oración, devoción y relativa pobreza. A estos grupos se les llamo “beguinas”, o “beguinajes” a las casas en que vivían. El origen de este nombre es oscuro, pero todo parece indicar que era despectivo, pues se utilizaba frecuentemente como sinónimo de “hereje”, o de “albigense”. Aunque algunos obispos apoyaron el movimiento, otros lo prohibieron en sus diócesis, y a fines del siglo XIII, comenzó a darse legislaciones contra este género de vida, que amenazaba la estructura de la iglesia porque, sin constituir una orden oficialmente establecida, no seguía tampoco el género de vida del resto del laicado.

Pronto se empezó a acusar a los beguinajes de ser centros de holgazanería, donde se refugiaban mujeres que no querían asumir su responsabilidad en la sociedad. En consecuencia, las beguinas se apartaron cada vez más de la iglesia jerárquica, y algunas se dieron a doctrinas supuestamente erradas. En unos pocos lugares, particularmente en los Países Bajos, lograron subsistir hasta tiempos recientes. Pero en muchos otros fueron suprimidos, o pasaron a las filas de movimientos más radicales. Al igual que las mujeres, pero en menor número y en fecha ligeramente posterior, los varones siguieron el mismo camino. Se les dio el nombre de “begardos”, y ellos también a la postre fueron acusados de herejía y suprimidos.

Los flagelantes

Los flagelantes aparecieron por primera vez en 1260, pero fue el siglo XIV el que vio su súbita expansión. Eran gentes que castigaban su propio cuerpo a latigazos, en penitencia por sus pecados. Convencidos de que el fin del mundo se acercaba, o de que Dios lo destruiría si la humanidad no daba grandes muestras de arrepentimiento, centenares y millares de cristianos se dedicaron a darse latigazos hasta hacer correr la sangre

Cuando alguien deseaba unirse al movimiento, tenía que comprometerse a seguirlo durante treinta y tres días y medio. Durante ese tiempo les debía obediencia absoluta a sus superiores. Después, aunque volvía a su casa, el flagelante quedaba comprometido a golpearse todos los años en viernes Santo. Durante los treinta y tres días el flagelante se unía a un grupo que seguía a diario un ritual prescrito. Iban en procesión hasta la iglesia, marchando de dos en dos y cantaban himnos. Tras rezarle a la Virgen en la iglesia, se dirigían a una plaza pública, siempre entonando himnos. Una vez allí, se desnudaban el torso y formaban un gran círculo. Tras postrarse en oración, quedaban hincados de rodillas y, al mismo tiempo que continuaban su canto, se flagelaban hasta sangrar. Luego se levantaban cubrían su dorso y seguían su peregrinación esto lo hacían dos veces al día. Rápidamente se propagó por toda Europa en Francia, España y apareciendo en el Reino de Hungría en el 1262. Los flagelantes pensaban que, recreando la Pasión De Cristo (penitencia), lograrían salvarse de la peste negra, a la cual consideraban un castigo mandado por Dios. El movimiento fue criticado por el Papa Clemente VI, quien pensaba que era una manera de cuestionar su poder

El Sumo Pontífice se enojó más cuando los Flagelantes comenzaron a atacar a los judíos que encontraban en su camino, acusándolos de cometer crímenes que "hacían enojar a Dios". De esta manera, en 1346 se inició la persecución de los flagelantes, a quienes también se les culpaba por ser los "responsables" de la Peste Negra que se agravó en 1348. Para concluir formalmente con la condena, el Papa condena en 1349 en su bula "Inter sollicitudines" a todos los flagelantes declarándolos herejes. Pero no consigue erradicarlos por completo. El movimiento llegó a su fin cuando fueron cometiendo crímenes por los pueblos por los que pasaban. Como eso no estaba permitido por ser pecado, la policía detuvo y condenó a los flagelantes.

Los Taboritas

Los taboritas eran miembros de una comunidad cristiana considerada herética por la Iglesia Católica. Se encontraban en la ciudad bohemia de Tábor durante las Guerras Husitas del siglo XV. El movimiento de reforma religiosa en Bohemia dio lugar a varias sectas. Empezando por las más radicales, las sectas eran: adamitas, taboritas, orebitas, utraquistas y pragueros. Debido a que el ímpetu de la revolución nació a partir de la quema de Jan Hus, para simplificarlos, muchos escritores han puesto a estas sectas bajo el nombre de husitas. Económicamente fuertes debido al control de las minas de oro locales, los ciudadanos se unieron a los campesinos para desarrollar a una sociedad de tipo comunista. Los taboritas anunciaron la llegada del milenio de Cristo en el cual no habría más criados ni amos. Prometieron que la gente volvería a un estado de inocencia original. La teología taborita representó una de las salidas más radicales a iglesia medieval jerárquica. Rechazaron el aparato externo de la iglesia que consideraban corrompido e insistieron en regirse únicamente por la autoridad de la Biblia. Aunque los teólogos de taborite eran versados en teología escolástica, estuvieron entre los primeros intelectuales en romper con los viejos métodos escolásticos.

Eran particularmente entusiastas en sus prácticas religiosas y, como otras corrientes religiosas de la época, consideraban que era su deber para matar a todos los ""herejes", es decir a los no-taboritas. Algunos de los teólogos taboritas más destacados fueron Mikuláš Biskupec de Pelhřimov y Prokop Veliký (quién murió en la batalla de Lipany). Las ideas teológicas radicales tempranas de los taborites fueron representadas por Petr Kanis y Martin Huska. El ejército taborita fue comandado por el general Jan Žižka, que con sus tropas defendió a Bohemia del ejército del emperador Segismundo. Žižka era partidario de la clemencia con los vencidos y después de una batalla, cuando su ejército lo desobedeció y mató a muchos presos, Žižka ordenó asus tropas orar por el perdón. Esta experiencia le inspiró para escribir un código de conducta militar famoso basado en parte en el libro bíblico de Deuteronomio. Žižka dejó a los tabor porque esta comunidad se hizo demasiado radical para sus creencias y asumió entonces la dirección de los orebitas, más moderados, en Hradec Králové. Debido a las numerosas cruzadas contra los husitas, taboritas y orebitas pusieron en segundo plano sus diferencias y cooperaron a menudo militarmente para derrotar las cruzadas puestas en marcha contra Bohemia. Una vez la amenaza exterior fue alejada por las victorias husitas, las varias facciones se volvieron una contra la otra. Finalmente, tras 20 años de luchas, el poderío de los taboritas fue resquebrajado en la batalla de Lipany, el 30 de mayo de 1434 en la cual 13.000 de sus 18.000 soldados fueron muertos. En 1437 firmaron el tratado de paz con el Segismundo. Aunque los taboritas dejaron de desempeñar un papel político importante, su pensamiento teológico influenció fuertemente la fundación y desenvolvimiento posterior de la Hermandad de Moravia (Unitas Fratrum) en 1457.

Hans Bohm

Corría el año 1476. Las cosechas habían sido escasas en el sur de Alemania. En la diócesis de Wurzburgo, el obispo, que era también señor de la comarca, imponía impuestos cada vez más onerosos. Un buen día del mes de marzo, el joven pastor Hans Bohm se alzó en medio de los peregrinos y comenzó a predicar. Sus palabras eran conmovedoras. Su mensaje, halló eco en los corazones de aquellas gentes angustiadas, y pronto se cuenta que el número de congregados pasó de cincuenta mil. Entonces sus mensajes se volvieron más radicales. Predico contra la vida lujosa que llevaba el obispo de Wurzburg, atacó la pompa, la avaricia y la corrupción del clero. A la postre, Bohm urgió a sus seguidores a actuar en anticipación del día del Señor, negándose a pagar toda clase de impuestos, diezmos y otras obligaciones, y señaló un día en que todos juntos marcharían a reclamar sus derechos. Lo que Bohm intentaba hacer era incitar al pueblo a construir un nuevo reino de Dios aquí en la tierra. Finalmente los soldados del obispo lo capturaron y dispersaron a sus seguidores a cañonazos. Poco después Bohm fue quemado por hereje. Pese a ello sus seguidores continuaron hasta que la iglesia fue destruida por orden del arzobispo de Mainz. Inmediatamente después de la ejecución de Bohm, el Príncipe-Obispo de Wurzburgo orquestó una estructurada campaña de desinformación con la finalidad de desacreditar duraderamente la reputación del "Santo jovenzuelo" y "Profeta", tal como en el pueblo había sido valorado. A tal efecto se encargó la composición de una balada moralista (moritat) que se presentó a la población en agosto de 1476. Como si esto fuera poco, un antiguo pastor de los predios del obispado de Wurzburgo, que también tocaba el tambor, debió transformarse por encargo en juglar, consagrarse a la flauta y a la música popular, fundamentalmente a baladas cómicas y sobre necios. El poder de tales representaciones se impuso cada vez más con el transcurso del tiempo. En 1494,Sebastian Brant publicó el libro "La nave de los necios" (traducido también como "La nave de los locos"), en la cual Hans Böhm (Behem) es representado como el "Flautista de Niklashausen'. Böhm no era ni político ni académico como su contemporáneo Girolamo Savonarola, con quien fue comparado frecuentemente en razón de su poder sobre las masas. Pero a diferencia de Böhm, Savonarola accedió al estatuto de mártir. La memoria de Böhm, que de pastor y tamborilero se metamorfoseó en "porquero" y en "el flautista Haenselein", fue recién desenterrada en el siglo XIX. Hans Böhm, "El Tamborillero de Niklashaussen", imprime así su huella proyectándose durablemente en el tiempo y desafiando la fantasía como apasionante sujeto de la historia, de la literatura y del arte cinematográfico. Este episodio es sólo uno de varias docenas que sucedieron. Los últimos años de la Edad Media se caracterizaron por un gran descontento popular, que combinaba causas sociales con motivos religiosos.

        iii.      La Alternativa Mística[4]

Los siglos XIV y XV, en medio de sus muchas frustraciones, y quizá en parte debido a ellas, fueron un período de gran exaltación religiosa. Tanto en España como en Inglaterra e Italia, hubo místicos notables cuyas obras sirvieron de inspiración a varias generaciones. Empero fue en Alemania, en las riberas del Rin, que este movimiento floreció y alcanzó sus mayores logros. A través de toda su historia, el cristianismo ha contado con hombres y mujeres cuya relación con Dios ha sido tal que se les ha dado el título de “místicos”. Pero en esa historia se han dado dos tipos distintos de misticismo, que conviene distinguir. Uno es esencialmente cristocéntrico. No pretende llegar a Dios mediante la contemplación directa, o mediante una iluminación divina, sino a través de Jesucristo. La otra clase de misticismo se deriva principalmente de la tradición neoplatónica. El propósito de quienes siguen este camino es ascender mediante la contemplación interna, hasta llegar a una unión con el Uno inefable.

A través del falso Dionisio el Areopagita, Gregorio de Niza, Agustín y otros, el neoplatonismo se unió al cristianismo de tal modo que muchos llegaron a confundirlos. Fue entonces que buena parte del misticismo cristiano, en lugar de ser cristocéntrico, tomó el segundo camino. En algunos casos, como el de Buenaventura en el siglo XIII, ambos elementos se unieron, y por ello este místico le dedica bellísimos escritos a la contemplación de la pasión de Cristo, y otros al proceso de ascender espiritualmente por los peldaños de la jerarquía de las cosas creadas, hasta llegar a la contemplación del Creador. El gran maestro del misticismo alemán fue Eckhart de Hochheim. La doctrina mística de Eckhart es esencialmente neoplatónica. Su punto de partida es la contemplación de la divinidad, el Uno inefable. Acerca de Dios, todo cuanto podamos decir resulta inexacto, y por tanto en cierto sentido falso, todo lenguaje acerca de Dios es analógico, y por tanto inexacto, y que por tanto el verdadero conocimiento de Dios no es racional, sino intuitivo. Cuando murió, aunque las acusaciones que se hacían contra Eckhart eran exageraciones o tergiversaciones de sus enseñanzas, no cabe duda de que el misticismo de este maestro alemán era muy distinto del misticismo cristocéntrico de San Bernardo y San Francisco.

Más abajo en el curso del Rin vivió el místico flamenco Juan de Ruysbroeck. Aunque es muy probable que Ruysbroeck haya leído las obras de Eckhart, y que en algunos puntos lo haya seguido, el hecho es que el misticismo del flamenco es mucho más práctico que el del maestro alemán. Esta tendencia fue llevada más lejos por Gerardo de Groote, otro místico flamenco en quien Ruysbroeck hizo gran impacto. Parte de la obra de Ruysbroeck y sus discípulos consistió en mostrar los errores de los “hermanos del espíritu libre”,  al parecer se trataba de un grupo con tendencias místicas que en virtud de su experiencia directa con Dios, no necesitaban de medios tales como la iglesia o las Escrituras. Una consecuencia notable de la obra de Gerardo de Groote fue la aparición de los Hermanos de la Vida Común. De Groote renunció a la prebenda eclesiástica de que gozaba, y se dedicó a predicar contra los abusos eclesiásticos, y a llamar a sus seguidores a una nueva vida de santidad y devoción, por ello fundaron escuelas que no tenían rival. Excepto en unos pocos casos, este misticismo alemán y flamenco de los siglos XIV y XV evitó los excesos de entusiasmo. La contemplación mística no tenía el propósito de producir grandes conmociones, sino una paz interna, por ello no fue perseguido como sucedió con Juan Huss. Pero, por otra parte, en un sentido más profundo, el misticismo constituía una amenaza, no ya para los prelados corruptos, sino para la noción misma de la iglesia jerárquica tal como la conoció la Edad Media. Pero en sus doctrinas se encontraba un fermento que a la postre quebraría con la autoridad de la jerarquía eclesiástica.

        iv.      La Teología Académica[5]

Dos características principales tuvo la teología académica después de su apogeo en Tomás de Aquino. La primera fue una tendencia constante hacia las distinciones cada vez más sutiles, las cuestiones rebuscadas y escabrosas, y el estilo denso y cargado. La segunda fue una creciente separación entre la filosofía y la teología, entre lo que la razón puede descubrir y lo que sólo se sabe porque Dios lo ha revelado. Juan Duns Escoto, el más famoso de los maestros franciscanos desde tiempos de Buenaventura, recibió con toda justificación el título de Doctor sutil. Duns Escoto no concuerda con los teólogos de la generación anterior a la suya, que creían que doctrinas tales como la de la inmortalidad del alma, o la de la omnipresencia divina, podían probarse racionalmente. Escoto no niega esas doctrinas pero señala que no son necesarias. Esta tendencia se hizo más clara en la teología de Guillermo de Occam y de sus contemporáneos y discípulos, en los siglos XIV y XV. Partiendo de la omnipotencia divina, estos teólogos llegan a la conclusión de que la razón natural no puede probar absolutamente nada con respecto a Dios ni a sus propósitos. Establecen una distinción entre el poder de Dios “absoluto”, y su poder “ordenado”. Es sólo en virtud de su poder ordenado que Dios actúa razonablemente. Según estos teólogos, no se debe decir que Dios siempre hace lo bueno, sino que todo lo que Dios hace, sea lo que fuere, es bueno. Se trataba de una teología que, tras probar que la razón sirve de poco, lo colocaba todo en manos de Dios, y estaba dispuesta a creer todo lo que el Señor hubiera revelado; y a creerlo, no por ser razonable, sino por ser revelado. De aquí se sigue que la cuestión de la autoridad es de suma importancia para la teología de los siglos XIV y XV. Si no se puede mostrar mediante la razón que tal o cual cosa son ciertos, hay que tener autoridades infalibles que nos sirvan para conocer la doctrina verdadera. Occam creía que tanto el papa como un concilio universal podían equivocarse, y que sólo las Escrituras eran infalibles. Por otra parte, esta teología le daba mucha importancia a la fe, no sólo como creencia, sino también como confianza. En resumen, en los últimos siglos de la Edad Media el escolasticismo siguió un camino que no podía sino provocar una reacción negativa por parte de gentes devotas, que veían en esa clase de teología, no una ayuda a la piedad, sino un obstáculo.


             v.        El Renacimiento Y El Humanismo[6]

El título mismo de “Renacimiento”, aplicado a una época histórica, implica un juicio negativo sobre la época que la precedió. Fue así que utilizaron el término quienes lo acuñaron. Para ellos, la “Edad Media” no era más que eso: un período intermedio entre las glorias de la antigüedad y las de los tiempos modernos. Al darle el nombre de “gótico” al arte medieval, expresaban un prejuicio que quería decir “proveniente de los godos”, y por tanto “bárbaro”. Pero lejos de ser señal de barbarie, el arte “gótico” fue uno de los mayores logros de la civilización occidental. En efecto, el supuesto “Renacimiento”, con todo y beber en parte de las fuentes de la literatura y el arte clásicos, se inspiró mucho más en los siglos XII y XIII. Su arte tiene profundas raíces en el gótico; su actitud hacia el mundo toma tanto de San Francisco como de Cicerón; y su literatura se inspira en parte en los cantares medievales que los trovadores llevaban de región en región. Pero a pesar de todo ello, es todavía lícito darle a este período, particularmente en Italia, el nombre de “Renacimiento”. Muchos de los principales intelectuales de la época veían en el pasado inmediato, y a veces en el presente, una época de decadencia con respecto a la antigüedad clásica, y por ello se dedicaron a fomentar un renacer de esa antigüedad, a volver a sus fuentes, y a imitar su lenguaje y su estilo. Es a esto que nos referimos aquí al hablar del “Renacimiento”.

En cuanto al término “humanismo”, la ambigüedad no es menor. Por una parte, se le da ese nombre a la tendencia a colocar la criatura humana en el centro del universo, y a hacer resaltar su valor. Por otra, se le da el mismo nombre al estudio de las “humanidades”. Un “humanista” no es entonces quien subraya el valor humano, sino quien se dedica a las bellas artes, y en particular a la literatura. Como veremos en el resto de este capítulo, muchos de los “humanistas” de los siglos XIV y XV, y aun después, lo eran en ambos sentidos. Su interés en las letras clásicas iba frecuentemente unido a una gran admiración por la criatura capaz de producir tales obras de arte. Pero no siempre se dio esa unión. Por tanto, a modo de simple aclaración, señalemos que en este contexto, al hablar del “humanismo”, nos referimos, no a una opinión acerca del valor de la criatura humana, sino a un movimiento literario que se caracterizó por el estudio cuidadoso de las letras clásicas, y por su imitación.


[1] Fox Jhon, libro de los Mártires, Historia de la vida y persecuciones contra Juan Wicliffe, Capítulo VII, http://www.iglesiareformada.com/Fox_7.html, consultado el 15 de junio de 2011
[2] Fox Jhon, libro de los Mártires, Historia de las persecuciones en Bohemia bajo el papado , Capítulo VIII, http://www.iglesiareformada.com/Fox_8.html, consultado el 15 de junio de 2011
[3] Gonzales Justo, Historia del Cristianismo vol 1, pag 645
[4] Gonzales Justo, Historia del Cristianismo vol 1, pag 654
[5] Gonzales Justo, Historia del Cristianismo vol 1, pag 660
[6] Gonzales Justo, Historia del Cristianismo vol 1, pag 664

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