Onceava
sesión: Historia Eclesiástica
6. LA IGLESIA PROTESTANTE
1)
Causas de la
Reforma Protestante
i.
Juan Wyclif[1]
Este célebre reformador, llamado «La Estrella Matutina de la Reforma»,
nació alrededor del año 1324, durante el reinado de Eduardo II. Sus padres lo enviaron
a Queen's College, en Oxford, que había sido fundado por entonces por Robert
Eaglesfield, confesor de la Reina Felipa. Luego pasó al Merton College, que era
entonces considerado como una de las instituciones más eruditas de Europa. Su
notoriedad destacó en su defensa de la universidad contra los frailes
mendicantes, que para el tiempo, en Oxford en 1230, habían sido incómodos para
la universidad, por su concepto de que Cristo y sus apóstoles habían sido mendigos;
y que la mendicidad era una institución evangélica. Doctrina que predicaban en
todo lugar.
Wyclif había menospreciado durante mucho tiempo a
estos frailes por la pereza con que se desenvolvían, y ahora tenía una buena
oportunidad para denunciarlos. Publicó un tratado en contra de la mendicidad de
personas capaces, y demostró que no sólo eran un insulto a la religión, sino
también a la sociedad humana. Alrededor de este tiempo, el Arzobispo Islip
fundó Canterbury Hall, en Oxford, donde estableció a un rector y once
académicos. Y fue Wyclif el escogido por el arzobispo para el rectorado, pero
al morir éste, su sucesor Stephen Langham, obispo de Ely, lo depuso. Wyclif
apeló al Papa, que posteriormente dio sentencia en su contra por la siguiente
causa: Eduardo III, que era a la sazón rey de Inglaterra, había retirado el
tributo que desde el tiempo del Rey Juan se había pagado al Papa. El Papa
amenazó a Eduardo III, quien convocó a un Parlamento, donde se resolvió que el
Rey Juan había cometido un acto ilegal, y entregado los derechos de la nación,
y aconsejó al rey a que no se sometiera, fueran cuales fueran las consecuencias.
El clero comenzó a escribir en favor del Papa, publicando un tratado,
que tenía muchos defensores. Wyclif, se opuso al tratado y de forma magistral
desmorono sus argumentos. Wyclif fue después promovido a la cátedra de
teología, desde donde denuncio los errores de la Iglesia de Roma y de la vileza
de sus agentes monásticos. En conferencias públicas vapuleaba sus licencias y
se oponía a sus insensateces. Esto le costó que el arzobispo de Canterbury, le
privara de su cargo. Para este tiempo, la administración interna estaba a cargo
del duque de Lancaster, quien tenía unos conceptos religiosos muy libres, y
estaba enemistado con el clero. El príncipe consideró muy gravosas algunas exigencias
de la corte de Roma y decidió enviar al obispo de Bangor y a Wyclif para que
protestaran contra tales abusos, y se acordó que el Papa ya no podía disponer
de ningún beneficio perteneciente a la Iglesia de Inglaterra. En esta embajada,
Wyclif observo las contrariedades de la constitución y política de Roma, y
volvió más decidido que nunca a denunciar su avaricia y ambición. Habiendo
recuperado su anterior situación, comenzó a denunciar al Papa en sus
conferencias sus usurpaciones, su pretendida infalibilidad, su soberbia, su
avaricia y su tiranía. Fue el primero en llamar Anticristo al Papa. Del Papa
pasaba a la pompa, el lujo y las tramas de los obispos, y los contrastaba con
la sencillez de los primeros obispos. Sus supersticiones y engaños eran temas
que presentaba con energía de mente y con precisión lógica.
Gracias al patronazgo del duque de Lancaster, Wyclif recibió un buen
puesto, pero tan pronto estuvo instalado en su parroquia sus enemigos y los obispos
comenzaron a hostigarle. El duque de Lancaster fue su amigo durante esta
persecución, y por medio de su presencia y la de Lord Percy, conde mariscal de
Inglaterra, soporto los embates. Después de la muerte de Eduardo III le sucedió
su nieto Ricardo II, con sólo once años de edad. Y al no conseguir el duque de
Lancaster ser el único tutor, su poder comenzó a declinar, y los enemigos de Wyclif,
aprovechándose de esta circunstancia, renovaron sus artículos de acusación en
su contra, consiguiendo una prohibición para que Wyclif predicara sus enseñanzas
incomodas para el Papa; pero el reformador la ignoró, predicando más vehemente
que nunca. En el año 1378 surgió una contienda entre dos Papas, Urbano VI y
Clemente VII, acerca de cuál era el Papa legítimo, el verdadero vicario de
Cristo. Este fue un período favorable para el ejercicio de los talentos de Wyclif:
pronto produjo un tratado contra el papado, que fue leído de buena gana por
toda clase de gente.
Para el final de aquel año, Wyclif cayó enfermo de una fuerte dolencia,
que se temía pudiera resultar fatal. Los frailes mendicantes, acompañados por
cuatro de los más eminentes ciudadanos de Oxford, consiguieron ser admitidos a
su dormitorio, y le rogaron que se retractara, por amor de su alma. Wyclif,
sorprendido ante éste solemne mensaje, se recostó en su cama, y dijo: "No
moriré, sino que viviré para denunciar las maldades de los frailes." Cuando
Wyclif se recuperó se dedicó a la traducción de la Biblia al inglés. Antes de
la aparición de esta obra, publicó un tratado, en el que exponía la necesidad
de la misma. El celo de los obispos por suprimir las Escrituras impulsó
enormemente su venta, y los que no podían procurarse una copia se hacían
transcripciones de Evangelios o Epístolas determinadas. Posteriormente, cuando
los lolardos fueron aumentando en número, y se encendieren las hogueras, se
hizo costumbre atar al cuello del hereje condenado aquellos fragmentos de las
Escrituras que se encontraran en su posesión, y que generalmente seguían su
suerte.
Inmediatamente después de esto, Wyclif se aventuró un paso más, y atacó
la doctrina de la transubstanciación. Extraña opinión inventada por Paschade
Radbert en su debate contra Retramne Corbie sobre la Eucaristia. Wyclif, en su
lectura ante la Universidad de Oxford en 1381 atacó esta doctrina, y publicó un
tratado acerca de ella. El doctor Barton, vicecanciller de Oxford, condenó las
doctrinas de Wyclif y lo amenazó con la excomunión. Wyclif al no conseguir
ningún apoyo del duque de Lancaster, y llamado a comparecer ante su anterior
adversario, William Courteney, ahora arzobispo de Canterbury, se refugió bajo
el alegato de que él, como miembro de la universidad, estaba fuera de la
jurisdicción episcopal. Este alegato le fue admitido, por cuanto la universidad
estaba decidida a defender a su miembro. El tribunal se reunió para juzgar y
condenar la enseñanza de Wyclif. El rey, a petición del obispo, concedió una
licencia para encarcelar a Wyclif, pero los comunes hicieron que el rey
revocara esta acción como ilegal. Sin embargo, el primado obtuvo cartas del rey
ordenando a la Universidad de Oxford que investigara los libros que Wyclif
había publicado; como consecuencia de esta orden, Wyclif se retiró de la
Universidad. Pero sus opiniones estaban tan difundidas que se dice que de dos
personas una era un lolardo. Durante este período prosiguieron las disputas
entre los dos papas. Urbano y Clemente. Incluso Urbano llamo al linchamiento de
Clemente.
Wyclif, en su ancianidad, reprendió al Papa con la mayor libertad, y le
preguntó: "¿Cómo osáis hacer del emblema de Cristo en la cruz (que es la
prenda de la paz, de la misericordia y de la caridad una bandera que nos lleve
a matar a hombres cristianos por amor a dos falsos sacerdotes, y a oprimir a la
cristiandad de manera peor que Cristo y Sus apóstoles fueron oprimidos por los
judíos? ¿Cuándo el soberbio sacerdote de Roma concederá indulgencias a la
humanidad para vivir en paz y caridad, como lo hace ahora para que luchen y se
maten entre si?". Este severo escrito le atrajo el resentimiento de
Urbano, y cayó víctima de una parálisis, y aunque vivió un cierto tiempo,
estaba de tal manera que sus enemigos consideraron como resultado de su
resentimiento. Wyclif volvió tras un breve espacio de tiempo y se reintegró a
su parroquia de Lutterworth, donde era párroco; allí durmió en paz al final del
año 1384. Wyclif tenía motivos por agradecerles que al menos le dieran reposo
mientras vivió, y que le dieran tanto tiempo después de su muerte, cuarenta y
un años de reposo en su sepulcro, antes que exhumaran su cuerpo y lo convirtieran
de polvo a cenizas; cenizas que fueron luego echadas al río. Y así fue
transformado en tres elementos: tierra, fuego y agua, pensando que así
extinguían y abolían el nombre y la doctrina de Wyclif para siempre. No
pudieron sin embargo quemar la palabra de Dios y la verdad de Su doctrina, ni
el fruto y triunfo de la misma.
i.
Juan Huss[2]
Juan Huss nació en Hussenitz, un pueblo de Bohemia, alrededor del año
1380. En 1398, Huss alcanzó el grado de bachiller en divinidad, y después fue
sucesivamente elegido pastor de la Iglesia de Belén, en Praga, y decano y
rector de la universidad. En estas posiciones cumplió sus deberes con gran
fidelidad, y al final se destacó por su apego a las doctrinas de Wyclif. El
reformista inglés Wyclif había tenido mucha influencia en varias zonas de
Europa. Sus doctrinas se esparcieron por Bohemia, y fueron bien recibidas por
muchas personas, entre ellos Juan Huss y su celoso amigo y compañero de
martirio, Jerónimo de Praga. El arzobispo de Praga, al ver que los reformistas
aumentaban a diario, emitió un decreto para suprimir el esparcimiento continuo
de los escritos de Wyclif; pero esto tuvo un efecto totalmente contrario al
esperado, porque sirvió de estímulo para el celo de los amigos de estas
doctrinas, y casi toda la universidad se unió para propagarlas.
Simpatizante de las doctrinas de Wyclif, Huss se opuso al decreto del
arzobispo, que sin embargo consiguió una bula del Papa, que le encargaba
impedir la dispersión de las doctrinas de Wyclif en su provincia. En virtud de
esta bula, el arzobispo condenó los escritos de Wyclif; también procedió contra
cuatro doctores que no habían entregado las copias de aquel teólogo, y les
prohibieron, a pesar de sus privilegios, predicar a congregación alguna. Juan
Huss, junto con algunos otros miembros de la universidad, protestaron contra
estos procedimientos, y apelaron contra la sentencia del arzobispo. Al saber el
Papa la situación, concedió una comisión al Cardenal Colonna, para que citara a
Juan Huss y compareciera personalmente en la corte de Roma, respondiendo las
acusaciones en contra suya. Juan Huss
pidió que se le excusara de comparecer personalmente, enviando tres
procuradores ante el Cardenal Colonna en representación suya. Pero el cardenal
declaró contumaz a Huss, y por ello lo excomulgó. Los procuradores apelaron al
Papa, pero no sirvió de nada, extendiéndose la excomunión no sólo a Huss sino
también a todos sus amigos y seguidores.
Huss apeló contra esta sentencia a un futuro Concilio, pero sin éxito; y
a pesar de la severidad del decreto y de la consiguiente expulsión de su
iglesia en Praga, se retiró a Hussenitz, su pueblo natal, donde siguió
propagando su nueva doctrina, tanto desde el púlpito como con su pluma. Las
cartas que escribió en este tiempo fueron muy numerosas; y recopiló un tratado
en el que mantenía que no se podía prohibir de manera absoluta la lectura de
los libros de los reformistas. Escribió en defensa del libro de Wyclif acerca
de la Trinidad, y se manifestó abiertamente en contra de los vicios del Papa,
de los cardenales y del clero de aquellos tiempos corrompidos. En 1414 se
convocó un Concilio general en Constanza, Alemania, con el único propósito, de
aplastar el avance de la Reforma. Juan Huss fue llamado a comparecer delante de
este Concilio; para alentarle, el emperador le envió un salvoconducto. Las
cortesías e incluso la reverencia con que Huss se encontró por el camino eran
apoteósicas Fue llevado a la ciudad en medio de grandes aclamaciones, y se
puede decir que pasó por Alemania en triunfo. No podía dejar de expresar su
sorpresa ante el trato que se le dispensaba. "Pensaba yo (dijo) que era un
proscrito. Ahora veo que mis peores enemigos están en Bohemia." Tan pronto
como Huss llegó a Constanza, vino un tal Stephen Paletz, que había sido
contratado por el clero de Praga para presentar las acusaciones en su contra. A
Paletz se unió posteriormente Miguel de Cassis, de parte de la corte de Roma.
Estos dos se declararon sus acusadores, y redactaron un conjunto de artículos
contra él, que presentaron al Papa y a los prelados del Concilio.
Cuando se supo que estaba en la ciudad, fue arrestado inmediatamente, y
constituido prisionero en una cámara en el palacio. Esta violación de la ley
común y de la justicia fue observada en panicular por uno de los amigos de
Huss, que adució el salvoconducto imperial; pero el Papa replicó que él nunca
había concedido ningún salvoconducto, y que no estaba atado por el del
emperador. Mientras Huss estuvo
encerrado, el Concilio actuó como Inquisición. Condenaron las doctrinas de Wyclif,
e incluso ordenaron que sus restos fueran exhumados y quemados, órdenes que
fueron estrictamente cumplidas. Mientras tanto, la nobleza de Bohemia y Polonia
intercedió intensamente por Huss, y prevalecieron hasta el punto de que se
impidió que fuera condenado sin ser oído, cosa que había sido la intención de
los comisionados designados para juzgarle. Cuando le hicieron comparecer
delante del Concilio, se le leyeron los artículos redactados contra él; eran
alrededor de unos cuarenta, mayormente extraídos de sus escritos. La respuesta
de Juan Huss fue:"Apelé al Papa, y muerto él, y no habiendo quedado
decidida mi causa, apelé asimismo a su sucesor Juan XXIII, y no pudiendo lograr
mis abogados que me admitiera en su presencia para defender mi causa, apelé al
sumo juez, Cristo."
Habiendo dicho Huss estas cosas, se le preguntó si
había recibido la absolución del Papa o no. El respondió: "No."
Luego, cuando se le preguntó si era legitimo que apelara a Cristo, Juan Huss
respondió: "En verdad que afirmo aquí delante de todos vosotros que no hay
apelación más justa ni más eficaz que la que se hace a Cristo. Estas excelentes
expresiones fueron consideradas como manifestaciones de traición. Por ello, los
obispos le privaron de sus hábitos sacerdotales, lo degradaron, le pusieron una
mitra de papel en la cabeza con demonios pintados en ella, con esta expresión: "Cabecilla
de herejes". Al ver esto, él dijo: "Mi Señor Jesucristo, por mi
causa, llevó una corona de espinas. ¿Por qué no debería yo, entonces, llevar
esta ligera corona, por ignominiosa que sea?. Cuando lo ataron a la estaca con
la cadena, dijo, con rostro sonriente: "Mi Señor Jesús fue atado con una
cadena más dura que ésta por mi causa; ¿por qué debería avergonzarme de ésta
tan oxidada?" Cuando le apilaron la leña hasta el cuello, el duque de
Baviera estuvo muy solícito con él deseándole que se retractara.
"No," le dijo Huss, "nunca he predicado ninguna doctrina con
malas tendencias, y lo que he enseñado con mis labios lo sellaré ahora con mi
sangre." Luego le dijo al verdugo: "Vas a asar un ganso (siendo que
Huss significa ganso en lengua bohemia), pero dentro de un siglo te encontrarás
con un cisne que no podrás ni asar ni hervir." Si dijo una profecía, debía
referirse a Martín Lutero, que apareció al cabo de unos cien años, y en cuyo
escudo de armas figuraba un cisne. Finalmente aplicaron el fuego a la leña, y
entonces nuestro mártir cantó un himno con voz tan fuerte y alegre que fue oído
a través del crepitar de la leña y del fragor de la multitud. Finalmente, su
voz fue acallada por la fuerza de las llamas, que pronto pusieron fin a su
existencia. Entonces, con gran diligencia, reuniendo las cenizas las echaron al
río Rhin, para que no quedara el más mínimo resto de aquel hombre sobre la
tierra, cuya memoria, sin embargo, no podrá quedar abolida de las mentes de los
piadosos, ni por fuego, ni por agua, ni por tormento alguno.
ii.
Los Movimientos
Populares[3]
En
el caso de los movimientos populares la situación es muy distinta. Quienes los
siguieron eran en su casi totalidad gente indocta. Muchos de esos movimientos
eran de carácter apocalíptico, de modo que quienes formaban parte de ellos
creían que el fin estaba cerca, y por tanto no veían razón alguna de narrar su
historia. Es muy posible que, de haber querido hacerlo, no hubieran podido,
pues se trataba de corrientes de entusiasmo que de pronto aparecían en un
lugar, para luego desaparecer y brotar de nuevo en otra fecha y otro lugar.
Según se decía, se trataba de gentes que utilizaban su entusiasmo religioso
para dar rienda suelta a la inmoralidad y a la rapiña, odiaban a los sacerdotes
y a toda la jerarquía de la iglesia, profanaban el sacramento del altar, creían
que el fin del mundo estaba cercano, pretendían haber recibido una nueva
revelación de Dios, o que el Espíritu Santo se había encarnado en ellas, etc.
Es muy posible, y hasta probable que en algunos casos parte de esto haya sido
cierto. Pero el hecho de que las mismas acusaciones se hicieran contra
movimientos a todas luces diferentes nos hace sospechar que eran frecuentemente
falsas. Aunque no podemos narrar aquí la historia de dichos movimientos,
podemos señalar sus características comunes y su significado para la historia
del cristianismo.
En
el siglo XIII la iglesia había perdido flexibilidad. En 1215 el Cuarto Concilio
de Letrán prohibió la fundación de nuevas órdenes, se temía que continuaran
surgiendo movimientos como el franciscano, y que la iglesia no pudiera
controlarlos. En el siglo XIV y XV, aquella tendencia que se había manifestado
en 1215 llegó a su cumbre. La pobreza franciscana se había reinterpretado de
tal modo que no requería de la orden en sí, sino sólo de sus miembros, pues
como órdenes, tanto la orden de San Francisco como la de Santo Domingo se
volvieron ricas y poderosas.
La
cuestión de la pobreza tenía dos vertientes. De un lado estaban las gentes
relativamente pudientes, que abrazaban una pobreza voluntaria, por motivos de
renunciación. Tal había sido el caso, en el siglo XIII, de San Francisco de
Asís. Otras veces se unían a movimientos que existían entre las clases
humildes, porque les parecía que allí les era más fácil cumplir con el consejo
evangélico de la pobreza. Pero pronto
surgió una multitud de movimientos que se confundían entre sí. Algunos no
buscaban sino la posibilidad de practicar la pobreza voluntaria. Otros veían en
los males de la época una señal de los tiempos apocalípticos. Por ello era
necesario arrepentirse, castigar el cuerpo, para así salvarse del mal que
pronto llegaría. Otros, pasaron del arrepentimiento a la acción, debían ser
fieles al evangelio, en estos, la tarea del cristiano consistía en tomar las
armas y marchar hacia el Reino de Dios, contra los tergiversaban la verdad
evangélica, y destruían la justicia oprimiendo a los pobres.
Beguinas y Begardos
El
monaquismo atrajo también muchas mujeres. Es muy probable que parte de este
impulso entre las mujeres se haya debido a que la vida monástica era el único
medio en que ellas, aun las más ricas, podían escapar de una vida completamente
dirigida por los deseos y decisiones de sus padres, hermanos, esposos e hijos. Pronto
los conventos tradicionales resultaron insuficientes, y hubo gran número de
mujeres que se reunieron en pequeños grupos para vivir juntas y llevar una vida
de oración, devoción y relativa pobreza. A estos grupos se les llamo “beguinas”,
o “beguinajes” a las casas en que vivían. El origen de este nombre es oscuro,
pero todo parece indicar que era despectivo, pues se utilizaba frecuentemente
como sinónimo de “hereje”, o de “albigense”. Aunque algunos obispos apoyaron el
movimiento, otros lo prohibieron en sus diócesis, y a fines del siglo XIII,
comenzó a darse legislaciones contra este género de vida, que amenazaba la
estructura de la iglesia porque, sin constituir una orden oficialmente
establecida, no seguía tampoco el género de vida del resto del laicado.
Pronto
se empezó a acusar a los beguinajes de ser centros de holgazanería, donde se
refugiaban mujeres que no querían asumir su responsabilidad en la sociedad. En
consecuencia, las beguinas se apartaron cada vez más de la iglesia jerárquica,
y algunas se dieron a doctrinas supuestamente erradas. En unos pocos lugares,
particularmente en los Países Bajos, lograron subsistir hasta tiempos
recientes. Pero en muchos otros fueron suprimidos, o pasaron a las filas de
movimientos más radicales. Al igual que las mujeres, pero en menor número y en
fecha ligeramente posterior, los varones siguieron el mismo camino. Se les dio
el nombre de “begardos”, y ellos también a la postre fueron acusados de herejía
y suprimidos.
Los flagelantes
Los
flagelantes aparecieron por primera vez en 1260, pero fue el siglo XIV el que
vio su súbita expansión. Eran gentes que castigaban su propio cuerpo a
latigazos, en penitencia por sus pecados. Convencidos de que el fin del mundo
se acercaba, o de que Dios lo destruiría si la humanidad no daba grandes
muestras de arrepentimiento, centenares y millares de cristianos se dedicaron a
darse latigazos hasta hacer correr la sangre
Cuando
alguien deseaba unirse al movimiento, tenía que comprometerse a seguirlo
durante treinta y tres días y medio. Durante ese tiempo les debía obediencia
absoluta a sus superiores. Después, aunque volvía a su casa, el flagelante
quedaba comprometido a golpearse todos los años en viernes Santo. Durante los
treinta y tres días el flagelante se unía a un grupo que seguía a diario un
ritual prescrito. Iban en procesión hasta la iglesia, marchando de dos en dos y
cantaban himnos. Tras rezarle a la Virgen en la iglesia, se dirigían a una
plaza pública, siempre entonando himnos. Una vez allí, se desnudaban el torso y
formaban un gran círculo. Tras postrarse en oración, quedaban hincados de
rodillas y, al mismo tiempo que continuaban su canto, se flagelaban hasta
sangrar. Luego se levantaban cubrían su dorso y seguían su peregrinación esto
lo hacían dos veces al día. Rápidamente
se propagó por toda Europa en Francia, España y apareciendo en el Reino de
Hungría en el 1262. Los flagelantes pensaban que, recreando la Pasión De Cristo
(penitencia), lograrían salvarse de la peste negra, a la cual consideraban un
castigo mandado por Dios. El movimiento fue criticado por el Papa Clemente VI, quien pensaba que era una
manera de cuestionar su poder
El Sumo Pontífice se enojó más cuando
los Flagelantes comenzaron a atacar a los judíos que encontraban en su camino,
acusándolos de cometer crímenes que "hacían enojar a Dios". De esta
manera, en 1346 se inició la persecución de los flagelantes, a quienes también
se les culpaba por ser los "responsables" de la Peste Negra que se
agravó en 1348. Para concluir formalmente con la condena, el Papa condena en
1349 en su bula "Inter sollicitudines" a todos los flagelantes
declarándolos herejes. Pero no consigue erradicarlos por completo. El
movimiento llegó a su fin cuando fueron cometiendo crímenes por los pueblos por
los que pasaban. Como eso no estaba permitido por ser pecado, la policía detuvo
y condenó a los flagelantes.
Los
Taboritas
Los taboritas eran
miembros de una comunidad cristiana considerada herética por la Iglesia Católica. Se encontraban en
la ciudad bohemia de Tábor durante las
Guerras Husitas del siglo XV. El
movimiento de reforma religiosa en Bohemia dio lugar a varias sectas. Empezando
por las más radicales, las sectas eran: adamitas, taboritas, orebitas,
utraquistas y pragueros. Debido a que el ímpetu de la revolución nació a partir
de la quema de Jan Hus, para simplificarlos, muchos escritores han puesto a
estas sectas bajo el nombre de husitas. Económicamente fuertes debido al
control de las minas de oro locales, los ciudadanos se unieron a los campesinos
para desarrollar a una sociedad de tipo comunista. Los taboritas anunciaron la
llegada del milenio de Cristo en el cual no habría más criados ni amos.
Prometieron que la gente volvería a un estado de inocencia original. La
teología taborita representó una de
las salidas más radicales a iglesia medieval jerárquica. Rechazaron el aparato
externo de la iglesia que consideraban corrompido e insistieron en regirse
únicamente por la autoridad de la Biblia. Aunque los teólogos de taborite eran
versados en teología escolástica, estuvieron entre los primeros intelectuales
en romper con los viejos métodos escolásticos.
Eran particularmente entusiastas en sus
prácticas religiosas y, como otras corrientes religiosas de la época,
consideraban que era su deber para matar a todos los ""herejes",
es decir a los no-taboritas. Algunos de los teólogos taboritas más destacados
fueron Mikuláš Biskupec de Pelhřimov y Prokop Veliký (quién murió en la batalla
de Lipany). Las ideas teológicas radicales tempranas de los taborites fueron
representadas por Petr Kanis y Martin Huska. El ejército taborita fue comandado
por el general Jan Žižka, que con sus tropas defendió a Bohemia del ejército del emperador Segismundo.
Žižka era partidario de la clemencia con los vencidos y después de una batalla,
cuando su ejército lo desobedeció y mató a muchos presos, Žižka ordenó asus
tropas orar por el perdón. Esta experiencia le inspiró para escribir un código
de conducta militar famoso basado en parte en el libro bíblico de Deuteronomio. Žižka dejó a los tabor porque
esta comunidad se hizo demasiado radical para sus creencias y asumió entonces
la dirección de los orebitas, más moderados, en Hradec Králové. Debido a las
numerosas cruzadas contra los husitas, taboritas y orebitas pusieron en segundo
plano sus diferencias y cooperaron a menudo militarmente para derrotar las
cruzadas puestas en marcha contra Bohemia. Una vez la amenaza exterior fue
alejada por las victorias husitas, las varias facciones se volvieron una contra
la otra. Finalmente, tras 20 años de luchas, el poderío de los taboritas fue
resquebrajado en la batalla de Lipany, el 30 de mayo de 1434 en
la cual 13.000 de sus 18.000 soldados fueron muertos. En 1437 firmaron el tratado de paz con el
Segismundo. Aunque los taboritas dejaron de desempeñar un papel político
importante, su pensamiento teológico influenció fuertemente la fundación y
desenvolvimiento posterior de la Hermandad de Moravia (Unitas Fratrum) en 1457.
Hans Bohm
Corría
el año 1476. Las cosechas habían sido escasas en el sur de Alemania. En la
diócesis de Wurzburgo, el obispo, que era también señor de la comarca, imponía
impuestos cada vez más onerosos. Un buen día del mes de marzo, el joven pastor
Hans Bohm se alzó en medio de los peregrinos y comenzó a predicar. Sus palabras
eran conmovedoras. Su mensaje, halló eco en los corazones de aquellas gentes
angustiadas, y pronto se cuenta que el número de congregados pasó de cincuenta
mil. Entonces sus mensajes se volvieron más radicales. Predico contra la vida
lujosa que llevaba el obispo de Wurzburg, atacó la pompa, la avaricia y la
corrupción del clero. A la postre, Bohm urgió a sus seguidores a actuar en
anticipación del día del Señor, negándose a pagar toda clase de impuestos,
diezmos y otras obligaciones, y señaló un día en que todos juntos marcharían a
reclamar sus derechos. Lo que Bohm intentaba hacer era incitar al pueblo a
construir un nuevo reino de Dios aquí en la tierra. Finalmente los soldados del
obispo lo capturaron y dispersaron a sus seguidores a cañonazos. Poco después
Bohm fue quemado por hereje. Pese a ello sus seguidores continuaron hasta que
la iglesia fue destruida por orden del arzobispo de Mainz. Inmediatamente después
de la ejecución de Bohm, el Príncipe-Obispo de Wurzburgo orquestó una
estructurada campaña de desinformación con la finalidad de desacreditar
duraderamente la reputación del "Santo jovenzuelo" y
"Profeta", tal como en el pueblo había sido valorado. A tal efecto se
encargó la composición de una balada moralista (moritat) que se presentó
a la población en agosto de 1476. Como si esto fuera poco, un antiguo pastor de
los predios del obispado de Wurzburgo, que también tocaba el tambor, debió
transformarse por encargo en juglar, consagrarse a la flauta y a la música
popular, fundamentalmente a baladas cómicas y sobre necios. El poder de tales
representaciones se impuso cada vez más con el transcurso del tiempo. En
1494,Sebastian Brant publicó el libro "La nave de los necios"
(traducido también como "La nave de los locos"), en la cual Hans Böhm
(Behem) es representado como el "Flautista de Niklashausen'. Böhm no era
ni político ni académico como su contemporáneo Girolamo Savonarola, con quien
fue comparado frecuentemente en razón de su poder sobre las masas. Pero a
diferencia de Böhm, Savonarola accedió al estatuto de mártir. La memoria de Böhm, que de
pastor y tamborilero se metamorfoseó en "porquero" y en "el
flautista Haenselein", fue recién desenterrada en el siglo XIX. Hans Böhm,
"El Tamborillero de Niklashaussen", imprime así su huella
proyectándose durablemente en el tiempo y desafiando la fantasía como
apasionante sujeto de la historia, de la literatura y del arte cinematográfico.
Este episodio es sólo uno de
varias docenas que sucedieron. Los últimos años de la Edad Media se
caracterizaron por un gran descontento popular, que combinaba causas sociales
con motivos religiosos.
iii.
La Alternativa
Mística[4]
Los
siglos XIV y XV, en medio de sus muchas frustraciones, y quizá en parte debido
a ellas, fueron un período de gran exaltación religiosa. Tanto en España como
en Inglaterra e Italia, hubo místicos notables cuyas obras sirvieron de
inspiración a varias generaciones. Empero fue en Alemania, en las riberas del
Rin, que este movimiento floreció y alcanzó sus mayores logros. A través de
toda su historia, el cristianismo ha contado con hombres y mujeres cuya
relación con Dios ha sido tal que se les ha dado el título de “místicos”. Pero
en esa historia se han dado dos tipos distintos de misticismo, que conviene
distinguir. Uno es esencialmente cristocéntrico. No pretende llegar a Dios
mediante la contemplación directa, o mediante una iluminación divina, sino a
través de Jesucristo. La otra clase de misticismo se deriva principalmente de
la tradición neoplatónica. El propósito de quienes siguen este camino es
ascender mediante la contemplación interna, hasta llegar a una unión con el Uno
inefable.
A
través del falso Dionisio el Areopagita, Gregorio de Niza, Agustín y otros, el
neoplatonismo se unió al cristianismo de tal modo que muchos llegaron a
confundirlos. Fue entonces que buena parte del misticismo cristiano, en lugar
de ser cristocéntrico, tomó el segundo camino. En algunos casos, como el de
Buenaventura en el siglo XIII, ambos elementos se unieron, y por ello este
místico le dedica bellísimos escritos a la contemplación de la pasión de
Cristo, y otros al proceso de ascender espiritualmente por los peldaños de la
jerarquía de las cosas creadas, hasta llegar a la contemplación del Creador. El
gran maestro del misticismo alemán fue Eckhart
de Hochheim. La doctrina mística de Eckhart es esencialmente neoplatónica.
Su punto de partida es la contemplación de la divinidad, el Uno inefable.
Acerca de Dios, todo cuanto podamos decir resulta inexacto, y por tanto en
cierto sentido falso, todo lenguaje acerca de Dios es analógico, y por tanto
inexacto, y que por tanto el verdadero conocimiento de Dios no es racional,
sino intuitivo. Cuando murió, aunque las acusaciones que se hacían contra
Eckhart eran exageraciones o tergiversaciones de sus enseñanzas, no cabe duda
de que el misticismo de este maestro alemán era muy distinto del misticismo
cristocéntrico de San Bernardo y San Francisco.
Más
abajo en el curso del Rin vivió el místico flamenco Juan de Ruysbroeck. Aunque es muy probable que Ruysbroeck haya
leído las obras de Eckhart, y que en algunos puntos lo haya seguido, el hecho
es que el misticismo del flamenco es mucho más práctico que el del maestro
alemán. Esta tendencia fue llevada más lejos por Gerardo de Groote, otro
místico flamenco en quien Ruysbroeck hizo gran impacto. Parte de la obra de
Ruysbroeck y sus discípulos consistió en mostrar los errores de los “hermanos
del espíritu libre”, al parecer se
trataba de un grupo con tendencias místicas que en virtud de su experiencia
directa con Dios, no necesitaban de medios tales como la iglesia o las
Escrituras. Una consecuencia notable de la obra de Gerardo de Groote fue la
aparición de los Hermanos de la Vida Común. De Groote renunció a la prebenda
eclesiástica de que gozaba, y se dedicó a predicar contra los abusos eclesiásticos,
y a llamar a sus seguidores a una nueva vida de santidad y devoción, por ello
fundaron escuelas que no tenían rival. Excepto en unos pocos casos, este
misticismo alemán y flamenco de los siglos XIV y XV evitó los excesos de
entusiasmo. La contemplación mística no tenía el propósito de producir grandes
conmociones, sino una paz interna, por ello no fue perseguido como sucedió con
Juan Huss. Pero, por otra parte, en un sentido más profundo, el misticismo
constituía una amenaza, no ya para los prelados corruptos, sino para la noción
misma de la iglesia jerárquica tal como la conoció la Edad Media. Pero en sus
doctrinas se encontraba un fermento que a la postre quebraría con la autoridad
de la jerarquía eclesiástica.
iv.
La Teología
Académica[5]
Dos
características principales tuvo la teología académica después de su apogeo en
Tomás de Aquino. La primera fue una tendencia constante hacia las distinciones
cada vez más sutiles, las cuestiones rebuscadas y escabrosas, y el estilo denso
y cargado. La segunda fue una creciente separación entre la filosofía y la
teología, entre lo que la razón puede descubrir y lo que sólo se sabe porque
Dios lo ha revelado. Juan Duns Escoto, el más famoso de los maestros
franciscanos desde tiempos de Buenaventura, recibió con toda justificación el
título de Doctor sutil. Duns Escoto no concuerda con los teólogos de la
generación anterior a la suya, que creían que doctrinas tales como la de la
inmortalidad del alma, o la de la omnipresencia divina, podían probarse
racionalmente. Escoto no niega esas doctrinas pero señala que no son
necesarias. Esta tendencia se hizo más clara en la teología de Guillermo de
Occam y de sus contemporáneos y discípulos, en los siglos XIV y XV. Partiendo
de la omnipotencia divina, estos teólogos llegan a la conclusión de que la
razón natural no puede probar absolutamente nada con respecto a Dios ni a sus
propósitos. Establecen una distinción entre el poder de Dios “absoluto”, y su
poder “ordenado”. Es sólo en virtud de su poder ordenado que Dios actúa
razonablemente. Según estos teólogos, no se debe decir que Dios siempre hace lo
bueno, sino que todo lo que Dios hace, sea lo que fuere, es bueno. Se trataba
de una teología que, tras probar que la razón sirve de poco, lo colocaba todo
en manos de Dios, y estaba dispuesta a creer todo lo que el Señor hubiera
revelado; y a creerlo, no por ser razonable, sino por ser revelado. De aquí se
sigue que la cuestión de la autoridad es de suma importancia para la teología
de los siglos XIV y XV. Si no se puede mostrar mediante la razón que tal o cual
cosa son ciertos, hay que tener autoridades infalibles que nos sirvan para
conocer la doctrina verdadera. Occam creía que tanto el papa como un concilio
universal podían equivocarse, y que sólo las Escrituras eran infalibles. Por
otra parte, esta teología le daba mucha importancia a la fe, no sólo como
creencia, sino también como confianza. En resumen, en los últimos siglos de la
Edad Media el escolasticismo siguió un camino que no podía sino provocar una
reacción negativa por parte de gentes devotas, que veían en esa clase de
teología, no una ayuda a la piedad, sino un obstáculo.
v.
El Renacimiento Y El
Humanismo[6]
El
título mismo de “Renacimiento”, aplicado a una época histórica, implica un
juicio negativo sobre la época que la precedió. Fue así que utilizaron el
término quienes lo acuñaron. Para ellos, la “Edad Media” no era más que eso: un
período intermedio entre las glorias de la antigüedad y las de los tiempos
modernos. Al darle el nombre de “gótico” al arte medieval, expresaban un prejuicio
que quería decir “proveniente de los godos”, y por tanto “bárbaro”. Pero lejos
de ser señal de barbarie, el arte “gótico” fue uno de los mayores logros de la
civilización occidental. En efecto, el supuesto “Renacimiento”, con todo y
beber en parte de las fuentes de la literatura y el arte clásicos, se inspiró
mucho más en los siglos XII y XIII. Su arte tiene profundas raíces en el
gótico; su actitud hacia el mundo toma tanto de San Francisco como de Cicerón;
y su literatura se inspira en parte en los cantares medievales que los trovadores
llevaban de región en región. Pero a pesar de todo ello, es todavía lícito
darle a este período, particularmente en Italia, el nombre de “Renacimiento”.
Muchos de los principales intelectuales de la época veían en el pasado
inmediato, y a veces en el presente, una época de decadencia con respecto a la
antigüedad clásica, y por ello se dedicaron a fomentar un renacer de esa
antigüedad, a volver a sus fuentes, y a imitar su lenguaje y su estilo. Es a
esto que nos referimos aquí al hablar del “Renacimiento”.
En
cuanto al término “humanismo”, la ambigüedad no es menor. Por una parte, se le
da ese nombre a la tendencia a colocar la criatura humana en el centro del
universo, y a hacer resaltar su valor. Por otra, se le da el mismo nombre al
estudio de las “humanidades”. Un “humanista” no es entonces quien subraya el
valor humano, sino quien se dedica a las bellas artes, y en particular a la
literatura. Como veremos en el resto de este capítulo, muchos de los
“humanistas” de los siglos XIV y XV, y aun después, lo eran en ambos sentidos.
Su interés en las letras clásicas iba frecuentemente unido a una gran
admiración por la criatura capaz de producir tales obras de arte. Pero no
siempre se dio esa unión. Por tanto, a modo de simple aclaración, señalemos que
en este contexto, al hablar del “humanismo”, nos referimos, no a una opinión
acerca del valor de la criatura humana, sino a un movimiento literario que se
caracterizó por el estudio cuidadoso de las letras clásicas, y por su
imitación.
[1] Fox Jhon, libro de los Mártires, Historia de la vida y persecuciones contra Juan Wicliffe, Capítulo VII, http://www.iglesiareformada.com/Fox_7.html,
consultado el 15 de junio de 2011
[2] Fox Jhon, libro de los Mártires, Historia de las persecuciones en Bohemia bajo el papado , Capítulo VIII, http://www.iglesiareformada.com/Fox_8.html,
consultado el 15 de junio de 2011
[3] Gonzales Justo, Historia del Cristianismo vol 1, pag 645
[4] Gonzales Justo, Historia del Cristianismo vol 1, pag 654
[5] Gonzales Justo, Historia del Cristianismo vol 1, pag 660
[6] Gonzales Justo, Historia del Cristianismo vol 1, pag 664
No hay comentarios:
Publicar un comentario